MIGUEL
ÁNGEL MESA,
MADRID.
Ocultos a las miradas,
a
los silencios cómplices,
para
no ser abrasados aún más
por
el odio.
Tras
la incierta odisea
en
las oscuras aguas del mare nostrum,
quienes
han podido arribar
a
las costas de la indiferencia
y
la noche de la sospecha y la desconfianza,
quedan
relegados al gueto
del
ocultamiento
para
que no cuestione su presencia
esta
democracia tantas veces solo de apariencias,
esos
papeles ahogados en sangre
de
los derechos humanos,
esta
supuesta humanidad, tan inhumana,
que
descansa acariciada por la brisa suave
en las playas del bienestar imperturbable.
Apartados
de la vista, silenciados,
no
importunan ni desazonan
el
corazón bañado en piedra.
Todo
fluye levemente
en
la cuna de la democracia
como
las aguas del espléndido río
de
la felicidad, serena, satisfecha.
Narciso
se mira en el límpido espejo
del
mar expropiado
a
la comunidad humana
más
empobrecida, excluida,
que
llama humilde y angustiada
a
nuestra puerta.
Eclesalia
Informativo