PALABRAS A VOLEO
MARTÍN VALMASEDA
Hemos hablado
varias veces de la
importancia de la mesa en la misa, reunidos
en torno a tu mesa,
cantamos. Pero nos faltaría
hablar de cómo estamos o podríamos estar
alrededor de la mesa.
¿De pie de rodillas, sentados?, si la eucaristía, la fracción del pan es una comida, lo normal es comer sentados, aunque todavía hay personas que se empeñan en ponerse de rodillas (además de la ridiculez de sacar la lengua para comer el pan consagrado. Para reforzar nuestra reflexión pedimos ayuda a Patricio Lynch para seguir a Jesús en esa celebración que llamamos esencial en la vida cristiana. Agarren la SILLA y siéntese para comer y pensar.
Estamos
celebrando la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. El Concilio
Vaticano II lo dijo claramente: “Es la fuente y el culmen de toda la vida
cristiana” (LG 11). La segunda lectura (Lectura de la primera carta del Apóstol
San Pablo a los Corintios 11, 23-26) nos lleva a la Última Cena previa a los
hechos que llevaron a Jesús a la cruz. Fue una cena especial, sentida,
preparada con antelación, una cena íntima y revelatoria. Jesús deseaba
compartir esta comida con sus discípulos y amigos: “He deseado con ansias comer
esta Pascua con ustedes” (Lucas 22,15) Una mesa preparada, palabras profundas,
gestos conmovedores (lavatorio de los pies), intimidad, comunión y un
mandamiento de vivir como pan partido y repartido: “Hagan esto en memoria mía”.
(Lucas 22:19)
Para comprender bien esta última comida de Jesús no podemos separarla de las comidas anteriores e históricas del Señor. La última Cena es la culminación de una intensa e intencional actividad de Jesús en su ministerio público: algo tan sencillo como el gesto de sentarse a la mesa y compartir una comida con otros. Jesús era judío y para los judíos, en su mentalidad semítica, la comensalidad era extremadamente importante.
"Es
la fuente y el culmen de toda la vida cristiana"
Todos sabemos que compartir alimentos y sentarse a la mesa juntos ayuda a construir relaciones entre unos y otros, favorece las interacciones grupales, acerca posiciones, genera fraternidad. No estamos ante un mensaje neutral e ingenuo de Jesús. Para los judíos sentarse a comer con alguien era signo de comunión de vida, por eso los judíos de aquella época no comían con cualquiera. Sentarse a la mesa con alguien era decirle que estaba en comunión de vida con ese alguien.
Podríamos
decirle a Jesús un refrán: “muéstrame con quién comes y te diré quién eres”. En
este gesto sencillo y cotidiano de sentarse a comer hay una profunda revelación
de Dios. En la persona de Jesús se manifiesta la plena comunicación del
misterio de Dios. En sus palabras y obras revela el Reino y al Padre. La comida
es instrumento de revelación. La pregunta es: ¿Con quién se sentaba Jesús a
comer?
Existe
un acuerdo común entre los eruditos bíblicos en que las comidas de Jesús
generaron un profundo escándalo y provocaron enemistad con los líderes
religiosos judíos. Decían de él: “He aquí un comilón y un borracho, amigo de
recaudadores de impuestos y de pecadores” (Mateo 11:19). Jesús lo tenía claro: vino
a servir a los pobres: esta era su misión (cf. Lucas 4,18) Jesús comía
asiduamente con los que estaban excluidos de las mesas de los demás, con los
“nadie” de la época, con los marginados por el sistema religioso y político.
Podríamos decir que la mesa de Jesús era una mesa de marginales.
La
observancia en la ley de pureza era intransigente para los religiosos judíos y
esto generó conflicto con el Señor. Jesús fue visto como amigo de los pecadores
y publicanos, esos que eran marginados y rechazados.
Imaginemos
por unos minutos la emoción y alegría que habría en esas mesas. Los que siempre
fueron excluidos eran invitados a sentarse a comer con Él. Experimentaban su
amor y calidez acogedora. Todos salían transformados. Su misión era preclara:
Jesús vino a darnos vida (cf. Juan 10,10), a hacer de la humanidad una
comunidad de hermanos y hermanas, con el sueño y horizonte de una mesa fraterna
donde todos tengan un lugar para sentarse.
¿Son
nuestras mesas-misas inclusivas, acogedoras, transformadoras, hospitalarias?
No
es una utopía sino camino a seguir para quienes nos profesamos cristianos. Nos
podríamos preguntar: ¿Cómo son nuestras mesas-misas? ¿Quiénes son los excluidos
de nuestras mesas-misas? ¿Son nuestras misas una continuación de las
mesas-misas de Jesús? ¿Son nuestras mesas-misas inclusivas, acogedoras, transformadoras,
hospitalarias?
Muchos
tienen la pretensión de decidir quién se sienta a la mesa del altar y quién no.
Muchos no han entendido el mensaje de Jesús de no juzgar (cf. Mateo 7,1), que
Dios no hace acepción de personas (Hechos 10, 34; Romanos 2,11; Gálatas 2,6;
Efesios 6,9), que “no necesitan médico los sanos, sino los enfermos”, que no
“ha venido a llamar a justos, sino a pecadores" (cf. Marcos 2,17) y que,
como dice el Papa Francisco, retomando una expresión sobre la Eucaristía
atribuida a San Ambrosio, “no es un premio para los perfectos sino un generoso
remedio y un alimento para los débiles.” (EG 47)
En
las mesas de Jesús las relaciones humanas pasaban de la lógica de la dominación,
la exclusión y el privilegio a la lógica de la fraternidad, la igualdad y la
inclusión. Todos estaban invitados a las mesas de Jesús. Por eso Jesús habla
del Reino de Dios consumado como un banquete. (cf. Mateo 22, 1-14). Allí hay
fiesta, reconciliación, plenitud de fraternidad.
La
Iglesia desde el principio ha entendido que la Eucaristía es el banquete de la
comunidad cristiana, en el que todos los miembros de la familia de Dios están
alrededor de la mesa alimentados de la Palabra de Dios y del Cuerpo y la Sangre
del Señor.
La
invitación es clara: Nutrirnos de Dios y convertirnos en lo que comulgamos.
Hacemos comunión con la Persona de Jesús que entrega su vida por todos.
Celebrar la Eucaristía es recordar su actitud, como decía al principio: la
vocación a ser pan partido y repartido. Queremos reafirmar nuestra opción de
vivir siguiendo sus huellas.
"La
invitación es clara: Nutrirnos de Dios y convertirnos en lo que
comulgamos"
Si
comulgamos, queremos convertirnos en lo que comemos. Nuestras vidas están
invitadas a ser entregadas a los demás como la de Jesús. No puede ser que la
Eucaristía sea solo para anestesiar conciencias, cumplimentar con ritos,
vaciarse de compromisos. La Eucaristía tiene sentido cuando nuestras vidas se
transforman en eucarísticas. ¿Salgo transformado de la Misa? ¿Mi corazón se
expande con más lugar para otros cada vez que comulgo? ¿Se genera un proceso de
cristificación en mi vida?
Reconocer
la persona de Jesús en los signos sacramentales es una invitación a reconocer
la presencia del mismo Jesús en la vida de todos, especialmente de los más
pequeños (cf. Mateo 25, 40) Y fíjense que interesante. El reconocerlo en los
pequeños y marginados tiene repercusión en la eternidad, pero no si reconocemos
o no su presencia en la Eucaristía. ¿De qué sirve reconocer su presencia en la
hostia consagrada si menosprecio su presencia real en los pequeños y
marginados? Es una tragedia e incomprensión profunda del Evangelio. Santa
Teresa de Calcuta decía al respecto: "Que fácil es reconocer a Jesús
Sacramentado cuando lo hemos encontrado en el rostro del pobre a quien hemos
servido". ¿Es así en nosotros?
"Miren
cómo se aman" decían de los primeros cristianos. ¿Qué dirán de nuestras
misas? ¿Seremos acaso expertos en excluir?"
Estamos
llamados a ser fieles a las comidas históricas de Jesús. Nuestras Misas deben
ser de Jesús, no son nuestras, pero sí tenemos la responsabilidad de no
pervertirlas, de no convertirlas en mesas de club de golf, de grupos
ideologizados excluyentes de la diversidad, de mentalidad dual, rigorista y
discriminadora. Mesas universales, sí, católicas en su sentido más literal. Me
pregunto: ¿Cómo ven nuestras misas la sociedad en general? Sería interesante
consultar y escuchar. ¿Qué reflejamos? "Miren cómo se aman" decían de
los primeros cristianos. ¿Qué dirán de nuestras misas? ¿Seremos acaso expertos
en excluir?
No
es cristiano reconocer la presencia real de Jesús en la Hostia y no reconocer
su presencia real en los pobres y marginados. Que la mesa de nuestra Eucaristía
sea un espacio de participación, celebración y verdadera fraternidad. Todos
estamos invitados a comer, no hay privilegios ni puestos de honor. No hay
Eucaristías VIP. No es un premio para los “perfectos” y puros sino una medicina
para los pecadores.
Dios
tiene un sueño: una humanidad reconciliada, sentada a la misma mesa, celebrando
la fiesta del amor fraterno. Jesús lo llamó el Reino. Oremos para que nuestras
celebraciones sean una presencia real del sueño de Dios.
Patricio Lynch
Religión
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