GRATIS
Entró Jesús un sábado
en casa de uno de los principales
fariseos para comer, y
ellos le estaban espiando.
Notando que los
convidados escogían los primeros
puestos, les propuso
este ejemplo:
Cuando te conviden a
una boda, no te sientes en el
puesto principal, no
sea que hayan convidado a otro de
más categoría que tú; y
vendrá el que os convidó a ti y al
otro, y te dirá: <<Cédele el puesto a este>>. Entonces
avergonzado, irás a
ocupar el último puesto. Al revés,
cuando te conviden,
vete a sentarte en el último puesto,
para que, cuando venga
el que te convidó, te
diga: <<Amigo,
sube más arriba>>. Entonces quedarás
muy bien ante todos los
comensales. Porque todo el que
se enaltece será
humillado, y el que se humilla será
enaltecido.
Y dijo al que lo había
invitado:
Cuando des una comida o
una cena, no invites a tus
amigos, ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los
vecinos ricos, porque
corresponderán invitándote y
quedarás pagado. Cuando
des un banquete, invita a los
pobres, lisiados, cojos
y ciegos; dichoso tú, porque no
pueden pagarte; te
pagarán cuando resuciten los justos
(Lucas 14, 1.7- 14).
SIN ESPERAR NADA A
CAMBIO
Jesús no rechaza el
amor familiar ni las relaciones
amistosas. Lo que no
acepta es que ellas sean siempre las
relaciones
prioritarias, privilegiadas y exclusivas. A los que
entran en la dinámica
del reino de Dios buscando un
acogida a los pobres y
desamparados, ha de ser anterior a
las relaciones
interesadas y los convencionalismos
sociales.
¿Es posible vivir de
manera desinteresada? ¿Se puede
amar sin esperar nada a
cambio? No hemos de
engañarnos. El camino
de la gratuidad es casi siempre
difícil. Es necesario
aprender cosas como estas: dar sin
esperar mucho, perdonar
sin apenas exigir, ser pacientes
con las personas poco
agradables, ayudar pensando solo
en el bien del otro.
Siempre es posible
recortar un poco nuestros intereses,
poner en la vida del
que vive necesitado, regalar algo de
nuestro tiempo sin
reservarlo siempre para nosotros,
colaborar en pequeños
servicios gratuitos.
<<Dichoso
tú si no pueden pagarte>>. Esta
bienaventuranza ha
quedado tan olvidada que muchos
cristianos no han oído
hablar nunca de ella. Sin embargo
contiene un mensaje muy
querido para Jesús: <<Dichosos
los que viven para los demás sin recibir recompensa. El
padre del cielo los
recompensará>>.
FUE LA OPCIÓN DE JESÚS
Algunos piensan que la <<opción por los pobres>>; es un
lenguaje peligroso
inventado por los teólogos de la
liberación y condenado
justamente por Roma. No es así.
La opción preferencial
por los pobres es una consigna que
le salió desde muy
dentro a Jesús.
Cuando des un banquete,
invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; dichoso tú,
porque no pueden pagarte; ya te
pagarán cuando resuciten los justos>>.
¿Se pueden tomar en
serio estas palabras provocativas de
Jesús? Jesús habla de
invitar a los excluidos, marginados y
desamparados.
Jesús habla en serio.
Lo prioritario para quien sigue de
cerca a Jesús no es
privilegiar las relaciones con los ricos
ni atender las
obligaciones familiares o los
convencionalismos
sociales olvidando a los pobres. Quien
escucha el corazón de
Dios comienza a privilegiar en su
vida a los más
necesitados.
En su Iglesia hemos de
tomar una decisión: o buscamos
seriamente cómo darle
una aplicación generosa o
renunciamos a ser una
Iglesia fiel a Jesús.
INVITAR A LOS POBRES
Jesús vivió un estilo
de vida diferente. Quien quiere
seguirlo con sinceridad
se siente invitado a vivir de
manera nueva y
revolucionaria, en contradicción con el
modo <<normal>> de comportarse que observamos a
nuestro alrededor.
Se nos invita a actuar
desde una actitud de gratuidad y de
atención al pobre, que
no es habitual. Se nos llama a
compartir sin seguir la
lógica de quienes buscan siempre
cobrar las deudas, aun
a costa de humillar a ese pobre
que siempre está en
deuda con todos.
Jesús piensa en una
relaciones humanas basadas en un
nuevo espíritu de
libertad, gratuidad y amor fraterno.
Los seguidores de Jesús
hemos de sentirnos llamados a
prolongar su estilo de
vivir, aunque sea con gestos muy
modestos y humildes.
No lograremos cambios
espectaculares, y menos de
manera inmediata. Pero
con nuestra actuación solidaria,
gratuita y fraterna
criticaremos el comportamiento
egoísta como algo
indigno de una convivencia sana.
El que sigue de cerca a
Jesús sabe que con sus pequeños
gestos está apuntando a
la salvación definitiva del ser
humano.
GRATIS
En nuestra <<civilización del poseer>>, casi nada hay
gratuito. Todo se
intercambia, se presta, se debe o se
exige. Nadie cree que <<es mejor dar que recibir>>. Solo
sabemos prestar
servicios remunerados y <<cobrar
intereses>> por todo lo que hacemos a lo largo de los
días.
Sin embargo, los
momentos más intensos y culminantes
de la vida son los que
sabemos vivir la gratuidad. Solo en
la entrega
desinteresada se puede saborear el verdadero
amor, el gozo, la
solidaridad, la confianza mutua.
Nunca el hombre es tan
grande como cuando sabe
irradiar amor gratuito
y desinteresado.
¿Nos atreveremos a
saborear la dicha oculta, pero
auténtica, que se
encierra en la entrega gratuita al que
nos necesita? Ese
seguidor fiel de Jesús que fue Charles
Péguy vivía convencido
de que, en la vida, <<el que
pierde,
gana>>.
AMOR GRATUITO
La sociedad actual
tiende a producir un tipo de hombre
insolidario,
consumista, de corazón pequeño y horizonte
estrecho, incapaz de
generosidad. A veces hasta la
amistad y el amor
aparecen mediatizados por el interés y
el egoísmo.
Jesús nos invita a
reflexionar sobre la verdad última de
nuestra conducta.
Sería una equivocación
creer que uno sabe amar con
generosidad por el
simple hecho de desenvolverse
También el egoísta <<ama>>mucho a quienes le aman
mucho. Amar es no pasar
de largo a quien me necesita.
Jesús buscaba una
sociedad en la que cada cual pensara
en los más débiles e
indefensos. Una sociedad muy
distinta de la actual
en la que aprendiéramos a amar no a
quien mejor nos paga,
sino a quien más nos necesita. Es
bueno preguntarnos con
sinceridad qué buscamos
cuando nos acercamos a
los demás. ¿Buscamos dar o
buscamos recibir?
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.