Por
Alfred Kaltschmitt
La espada de Damocles es definida por el Diccionario
de la Real Academia Española como “amenaza persistente de un peligro”. Según la
historia, esta frase fue utilizada para hacer alusión al dictador Dionisio I
que conquistó Sicilia allá en los primeros años antes de Cristo. “Su uso se
incorporó para describir momentos en los que un error puede generar graves
consecuencias. Es decir, para referirse a un peligro inminente”.
Todos
tenemos una espada de Damocles. Nuestras acciones tienen consecuencias y las
secuelas, frutos.
Alfred
Kaltschmitt
Damocles
era un cortesano que anhelaba las riquezas del dictador. Lo importunó tanto
adulando sus riquezas y poder que este decide cederle el puesto por un día.
Durante las primeras horas de su gran día, Damocles goza de las mieles del
efímero poder hasta que se percata que encima de su cabeza pende una espada
sostenida por un delgado hilo. En un instante, la diversión se torna en
paranoia; las viandas en amargos platos; y sus anhelos de gozar las mieles del
poder, en desagradable turbación. Por esta historia se menciona la “espada de
Damocles” cuando se quiere referir a una amenaza constante que puede llevar,
inesperada y repentinamente, a un trágico desenlace; una excelente metáfora de
los inminentes peligros y el precio que se paga por un gran poder”.
La espada de Damocles pende sobre este terruño con ínfulas de República desde hace tanto tiempo, que la memoria duele. Espadas al por mayor tenemos: el futuro de Guatemala enquistado en el cerebrito de nuestra niñez, impidiendo su desarrollo pleno a causa de la desnutrición. La espada de Damocles grabando nuestras medallas por ocupar los últimos lugares en indicadores de desarrollo humano. La espada metida hasta el mango de la corrupción al cercenar el 30% por ciento del Presupuesto General de la Nación para gasto opaco, ineficiente, corrupto, derrochador y de baja calidad; castigando la pobreza y robándole oportunidades a nuestros niños y jóvenes.
La espada de Damocles penetrando las entrañas de nuestro sistema democrático electoral, cortando con su filosa hoja nuestras lenguas; nuestra libertad de emisión del pensamiento; nuestro derecho de debatir y disentir libremente sin perder derechos de participación política. La espada de Damocles encima de un Congreso operando bajo un sistema de incentivos perversos, en vez de la legítima intermediación con sus electores. Un lugar de tranzas y debates impertinentes. Un hemiciclo esperando durante décadas un reciclo. Unos cuantos dignos representantes con voz apagada y votos solitarios, aislados por su recato y honestidad.
Los
esperpentos politiqueros manejando las arcas como si el pueblo no existiese;
sinvergüenzas, insaciables; al acecho de cualquier oportunidad para mamar de la
teta pública. Pero, ¿quién de todos los que protestan ha aportado una sola coma
a las soluciones sistémicas de fondo para el manejo del gasto público, el caldo
de cultivo donde emanan todas las corruptelas? La espada de Damocles de la
gobernabilidad golpeando la piedra filosa del descontento popular para
encender, con una sola chispa, la presa de insatisfacción y molestia,
creciente, desbordante, lista para salir a la plaza.
La
espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de un presidente, cuando calcula
sus acciones bajo la influencia del griterío adulador y el aplauso de los
ciegos ignorantes en medio de jolgorios de tarimas. La espada de Damocles
pendiendo sobre la fiscal general si no aclara el caso del periodista José
Rubén Zamora en forma expedita, apegada a Derecho y respetando el debido
proceso. Tenerlo bajo resguardo y sin medidas sustitutivas es un polvorín de
consecuencias muy predecibles.
Todos
tenemos una espada de Damocles colgando sobre nuestras cabezas. Nuestras
acciones tienen consecuencias y nuestros frutos, secuelas.