Esta vez- las palabras voleo del
blog son nombres
propios ELLA CURIA, ROMERO, EL SALVADOR... cuando lo lean verán
por qué...
"Hay que reconocer incondicionalmente que
estamos de nuevo en un punto cero"
El
legado de Ignacio Ellacuría, ante la situación política actual de El Salvador
Ellacuría
"El
Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo
inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle
formas de salir de la crisis"
"Detrás de la fachada cool del "presidente más popular de América Latina", que cuenta con la aprobación del 80 al 90 por ciento de la población salvadoreña, se esconde un autócrata"
"El
Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo
inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle
formas de salir de la crisis"
"¿Cómo
proponer el diálogo como camino para romper el círculo vicioso de la violencia
histórica a una mayoría que defiende la fuerza bruta como única solución
posible para el país?"
31.07.2022
| Martha Zechmeister CJ, teóloga
En
este texto breve quiero confrontar las dos aporías fundamentales que me plantea
el tratar de proponer el legado de Ellacuría ante la situación política actual
de El Salvador. Supongo que siempre es más importante para una buena teología
plantear las preguntas adecuadas, reconocer el problema, que dar respuestas precipitadas
que nadie ha pedido.
Comienzo
con tres premisas de mis reflexiones
La
primera: podemos intentar hacer una exégesis minuciosa de los textos de
Ellacuría para captar sus raíces filosóficas y la dinámica específica de su
pensamiento, pero si nos guiamos por un mero interés retrospectivo y académico,
esto puede convertirse en una traición a esta herencia intelectual. Porque
precisamente esta herencia nos obliga a estar despiertos y vulnerables a
nuestro momento histórico actual con la misma sensibilidad sismográfica que
Ellacuría tuvo con el suyo.
Y no hacemos teología fiel a este legado cuando respondemos a los desafíos del presente con las formulaciones literales de Ellacuría, como si fuesen estereotipos, sino cuando luchamos con la misma audacia y creatividad por la palabra que nos exige la situación concreta. La repetición estéril sería una copia ridícula de este pensador.
La
segunda premisa: El Norte global habla del "cambio de los tiempos",
de una crisis sin precedentes y del regreso de la guerra después de 70 años de
paz. Y el Sur global se pregunta con asombro: ¿cuándo no hubo guerra y
violencia mortal? ¿Cuándo no hubo crisis que se cobraran innumerables vidas? No
es que el Sur no reconozca la magnitud del conflicto ucraniano. Las frágiles
economías y, sobre todo, los pobres de estos países, son duramente golpeados
por las galopantes subidas de precios del petróleo y del trigo. Pero una vez
más parece confirmarse que hay vidas humanas que valen más que otras.
El
Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo
inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle
formas de salir de la crisis. En lugar de un copro-análisis a fondo, sigue
dedicándose a restañar los daños de una forma chapucera que tarde o temprano se
convertirá en rebote desastroso.
La tercera premisa se refiere a la situación política actual de El Salvador. Supongo que, al menos, están informados a grandes rasgos de lo que sucede. El presidente joven y chic ha mantenido una presencia constante en los titulares de medios como la BBC, el New York Times o El País.
Trato decir, en pocas pinceladas, lo mínimo: detrás de la fachada cool del "presidente más popular de América Latina", que cuenta con la aprobación del 80 al 90 por ciento de la población salvadoreña, se esconde un autócrata, como salido de un manual de ciencias políticas, que suspende sistemáticamente todas las instituciones del Estado de Derecho y las somete a su control. Desde marzo, vivimos en un “estado de excepción” permanente, que ya ha sido prolongado tres veces por el parlamento, un órgano completamente sometido al presidente. Ya no hay separación de poderes: el ejecutivo opera también a través del legislativo y del judicial.
El
presidente ha declarado una "guerra contra los terroristas", como
llama a su campaña contra las pandillas. No dice que él mismo ha pactado
anteriormente con ellos. El estado de excepción justifica todo tipo de
detenciones arbitrarias por mera sospecha o denuncia anónima. Incluso autoriza
el asesinato de presuntos mareros por parte de policías y militares. Ser joven
y vivir en un barrio marginal es suficiente delito para estar a merced de la
arbitrariedad.
Mientras
tanto, El Salvador es el país con la mayor tasa de personas encarceladas del
mundo, con casi el 2% de la población adulta en prisión, hacinada en
condiciones inimaginables. Con todo esto, es obvio que se trata de cualquier
cosa menos de una estrategia eficaz contra la violencia de las pandillas, sino
de un show a gran escala que en realidad sólo tiene un objetivo: la reelección
del presidente, que en realidad está prohibida por la Constitución.
Les
recomiendo, entre otros muchos, el artículo de BBC Mundo: Bukele contra las
maras "En lugar de responder de manera efectiva a la violencia de las
pandillas, Bukele está sometiendo al pueblo de El Salvador a una
tragedia".
Pasemos
ahora a las aporías a las que me enfrento en el intento de hacer productivo el
legado de Ellacuría ante la actual situación política de El Salvador.
Primera
aporía: ¿Cómo seguir hablando de los "pobres con espíritu" frente a
las mayorías pobres seducidas por un "flautista de Hamelín"? La
tonada más efectiva de su flauta es, obviamente, el despliegue de sus trolls en
las redes sociales, que se encargan de que todo aquel que no sea un seguidor
incondicional, todo aquel que piense diferente, sea expuesto al linchamiento
digital e incluso a la persecución física. En un contexto así: ¿cómo leer los
textos de Ellacuría que hablan de los pobres como ‘sujetos de redención’,
aquellos sujetos donde se hace manifiesto el soplo del espíritu que renueva la
faz de la tierra y transforma la sociedad con la justicia?
Que
la redención viene de abajo es uno de los fundamentos esenciales de la teología
que me compromete. ¿Pero cómo no caer en patrones de arrogancia intelectual que
afirman que las masas acríticas están a la merced de los trucos baratos por
falta de educación? ¿Cómo conservar el respeto por los “pequeños y sencillos” (Mt
11, 25), a quienes se revela el espíritu que se esconde de quienes se creen
sabios?
Intento
sugerir algunas líneas para una posible respuesta. ¿No padecen la teología y la
Iglesia la misma enfermedad que los partidos políticos tradicionales? ¿No hemos
perdido en gran parte la comunión y la comunicación vital con el mundo de los
pobres, esa mayoría que aún vive de pura subsistencia, resolviendo de día a día
sus necesidades más inmediatas, vulnerable a la violencia y a los desastres
naturales?
Es
posible seguir utilizando toda la nomenclatura de la teología de la liberación,
hacer esfuerzos para desarrollarla intelectualmente en el contexto postmoderno
para no perder relevancia. Sin embargo, si este esfuerzo intelectual no se hace
realidad en medio de los pequeños y vulnerables, si no es experimentado por
ellos de manera efectiva y real, y sobre todo si no se alimenta de su
sabiduría, de la revelación del Espíritu a través de ellos, es una palabrería
vacía. Sería una traición pomposa de los privilegiados del evangelio. Lo que
hace falta no es juzgar y dirigir desde arriba, sino reconocer la urgencia de
nuestra conversión, callarnos, escuchar con paciencia y humildad, buscar
comprender, vivir sin agendas ocultas una auténtica y fraterna amistad con los
que están abajo y pisoteados.
Segunda
aporía: ¿Cómo proponer el diálogo como camino para romper el círculo vicioso de
la violencia histórica a una mayoría que defiende la fuerza bruta como única
solución posible para el país? Esta es la convicción engendrada por una
sociedad autoritaria que espera la salvación a través del macho fuerte y su
mano súper-dura: toda propuesta alternativa aparece como una ingenuidad.
“No
es necesario extenderse en razones y pruebas de por qué es urgente salir de una
situación intolerable, que está destruyendo no sólo a los salvadoreños, sino a
El Salvador; no sólo a determinados grupos sociales, sino a la nación entera.
Es necesario salir. Pero, ¿es necesario el diálogo entre las partes enfrentadas
en el conflicto[...]? ¿O puede resolverse pronto el conflicto mediante otro
instrumento principal de pacificación distinto del diálogo[...]?”
Estas
palabras de Ellacuría, escritas en 1980, al inicio de la guerra civil
salvadoreña, no pueden ser más actuales. También hoy la voluntad de diálogo
parece estar fuera de los límites de lo posible por mucho tiempo. Podemos
decirlo de nuevo con Ellacuría: “Estamos en una hora gravísima para la patria,
en la cual pueden fructificar años y años de sacrificios o en la cual pueden
quedar inutilizadas para mucho tiempo las esperanzas de días mejores.”
Una
vez más, ofrezco algunas pinceladas sobre cómo salir de esta situación
aparentemente desesperada. Lo más importante, creo, es reconocer
incondicionalmente que estamos de nuevo en un punto cero, que no podemos
presuponer nada de lo que ya hemos celebrado como conquistas. Los debates que
tenemos que enfrentar son espantosamente similares a los que Ellacuría tuvo en
su época. Son los debates sobre los fundamentos de la sociedad, como el debate
sobre la universalidad de los derechos humanos. Estos se tambalean hasta sus
cimientos cuando se niegan a los que están encarcelados por su supuesta
afiliación a las pandillas. Porque si los derechos humanos no se aplican a
ellos, tampoco están garantizados para mí.
Otro
debate que tenemos que llevar a cabo de nuevo es lo que significa realmente la
democracia. Democracia, no entendida como el derecho formal del sufragio en las
urnas; y no como lo único que parece quedar de ella en la realidad política
actual de El Salvador: el derecho de la mayoría a imponer su voluntad y su
percepción de la realidad a la minoría. Es mucho más importante defender una
concepción de la democracia que nos obligue a reconocer que los que son
diferentes a mí y piensan diferente también tienen derecho a existir; una
comprensión de la democracia que proteja a las minorías y facilita el diálogo
entre todos los grupos sociales.
Semana
Mon Romero
A
pesar de todo lo que exige nuestra seriedad y honradez teológica frente a esta
situación, quiero terminar con una experiencia que me ha dado esperanza en
medio de todo esto. Hemos llevado a cabo un proyecto de investigación con
víctimas de la violencia salvadoreña y les recomiendo el libro que es fruto de
este proyecto. En el proceso, nos encontramos con un grupo de jóvenes
autoorganizados en un barrio marginal, unidos por su pasión por el arte de la
calle como el hip hop, el grafiti, el patinaje a un alto nivel deportivo etc.
Se comprenden conscientemente como una alternativa a las maras.
Entre
ellos, los mayores "adoptan" a niños de la calle. De lo contrario,
serán reclutados por las pandillas ya a la temprana edad de siete u ochos años.
Con gran astucia, se mueven entre la violencia de las maras y la violencia
todavía más brutal de las "fuerzas de seguridad". Con ellos,
redescubrí toda la teoría del arte de Theodor W. Adorno en un modo nuevo y
vital: el arte es capaz de poner las condiciones vigentes patas arriba, de
vislumbrar la situación desesperada desde una perspectiva nueva y sorprendente.
Y las palabras de Monseñor Romero en su homilía de la fiesta de la Epifanía de
1979 han recuperado para mí su verdadero encanto:
“Cuando
miremos que nuestras fuerzas humanas ya no pueden, cuando miramos a la patria
como en un callejón sin salida, cuando decimos: ´Aquí la política, la
diplomacia no pueden, aquí todo es un destrozo, un desastre y negarlo es ser
loco´, es necesario una salvación transcendente. Sobre estas ruinas brillará la
gloria del Señor. De allí que los cristianos tienen una gran misión en esta
hora de la patria: mantener esa esperanza”.