PALABRAS A VOLEO
Por: Juan José Tamayo
Antiguas
inscripciones hablan del sacerdocio de las mujeres en el cristianismo primitivo
Mujeres sacerdotes: la historia que han falseado Papas y teólogos
Durante
las últimas décadas han aparecido rigurosas investigaciones científicas,
numerosos documentos y declaraciones de teólogos y teólogas, de movimientos
cristianos de base, de organizaciones cívico-sociales, e incluso de obispos y
cardenales de la Iglesia católica, reclamando fundadamente el acceso de las
mujeres al sacerdocio
'Ordinatio
sacerdotalis. Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres' (22
de mayo de 1994) es la más contundente de todas las declaraciones contra el
sacerdocio femenino que zanja la cuestión y cierra todas las puertas a
cualquier cambio en el futuro con un tono dogmático y absoluto impropio de una
declaración que choca con los datos de la historia
Unos
meses antes de renunciar al pontificado, Benedicto XVI, citando la 'Ordinatio
sacerdotalis', de Juan Pablo II, ratificó la prohibición de la Iglesia católica
de ordenar a mujeres con un tono más contundente todavía al aseverar que dicha
prohibición es parte de la constitución divina de la Iglesia
Es verdad que la historia no es pródiga en ofrecer relatos de mujeres sacerdotes. Esto no debe extrañar ni sorprender, ya que ha sido escrita por varones, en su mayoría clérigos, y su tendencia ha sido a ocultar el protagonismo de las mujeres en la historia del cristianismo y a mitificar el sacerdocio patriarcal
Según
consta en algunas tradiciones evangélicas, las mujeres se incorporaron al
movimiento de Jesús en igualdad de condiciones que los varones. Esta práctica
religiosa inclusiva suponía una verdadera revolución en el seno de la sociedad
y la religión judías
01.08.2022 Juan José Tamayo
Durante las últimas décadas han aparecido rigurosas investigaciones científicas, numerosos documentos y declaraciones de teólogos y teólogas, de movimientos cristianos de base, de organizaciones cívico-sociales, e incluso de obispos y cardenales de la Iglesia católica, reclamando fundadamente el acceso de las mujeres al sacerdocio. Todos ellos consideran la exclusión femenina del ministerio sacerdotal como una discriminación de género que es contraria a la actitud inclusiva de Jesús de Nazaret y del cristianismo primitivo, va en dirección opuesta a los movimientos de emancipación de las mujeres y a las tendencias igualitarias en la sociedad, la política, la vida doméstica y la actividad laboral.
El
Magisterio eclesiástico católico contra el sacerdocio de las mujeres
El
alto magisterio eclesiástico católico responde negativamente a esa
reivindicación, apoyándose en dos argumentos: uno teológico-bíblico y otro
histórico, que pueden resumirse así: Cristo no llamó a ninguna mujer a formar
parte del grupo de los apóstoles, y la tradición de la Iglesia ha sido fiel a
esta exclusión, no ordenando sacerdotes a las mujeres a lo largo de los veinte
siglos de historia del catolicismo. Esta práctica se interpreta como la
voluntad explícita de Cristo de conferir solo a los varones, dentro de la
comunidad cristiana, el triple poder sacerdotal de enseñar, santificar y
gobernar. Solo ellos, por su semejanza con Cristo, pueden representarlo y
hacerlo presente en la eucaristía.
Estos
argumentos vienen repitiéndose sin apenas cambios desde hace siglos y son
expuestos en varios documentos de idéntico contenido, de los que destaco tres a
los que apelan los obispos cada vez que los movimientos cristianos críticos se
empeñan en reclamar el sacerdocio para las mujeres: la declaración de la
Congregación para la Doctrina de la Fe Inter insigniores (15 de octubre de
1976) y dos cartas apostólicas de Juan Pablo II: Mulieris dignitatem (15 de
agosto de 1988) y Ordinatio sacerdotalis. Sobre la ordenación sacerdotal
reservada sólo a los hombres (22 de mayo de 1994). La más contundente de todas
las declaraciones al respecto es esta última, que zanja la cuestión y cierra
todas las puertas a cualquier cambio en el futuro con un tono dogmático y
absoluto impropio de una declaración que choca con los datos de la historia:
“Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la
ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado
como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.
Unos
meses antes de renunciar al pontificado, Benedicto XVI, citando la Ordinatio
sacerdotalis, de Juan Pablo II, ratificó la prohibición de la Iglesia católica
de ordenar a mujeres con un tono más contundente todavía al aseverar que dicha
prohibición es parte de la constitución divina de la Iglesia y declarar que la
Iglesia carece de autoridad para permitir el acceso de las mujeres al
sacerdocio, ya que Jesucristo ordenó sacerdotes solo a hombres, y lo hizo
voluntariamente.
Cristina
de Pisan
Es verdad que la historia no es pródiga en ofrecer relatos de mujeres sacerdotes. Esto no debe extrañar ni sorprender, ya que ha sido escrita por varones, en su mayoría clérigos, y su tendencia ha sido a ocultar el protagonismo de las mujeres en la historia del cristianismo y a mitificar el sacerdocio patriarcal. “Si las mujeres hubieran escrito los libros, estoy segura de que lo habrían hecho de otra manera, porque ellas saben que se les acusa en falso”. Esto escribía Cristina de Pisan, autora de La ciudad de las damas en 1404, la obra que suele considerarse protofeminista. Sin embargo, documentos no faltan, como voy a intentar mostrar.
Presidencia de las mujeres de la eucaristía en las iglesias domésticas
La mayoría de los estudios sobre el Nuevo Testamento, de las investigaciones históricas sobre el cristianismo primitivo y de las reflexiones teológicas actuales coincide en que no hay razones teológicas, bíblicas e históricas, y menos pastroales, para la exclusión de las mujeres de los diferentes ministerios eclesiales. Según consta en algunas tradiciones evangélicas, las mujeres se incorporaron al movimiento de Jesús en igualdad de condiciones que los varones. Esta práctica religiosa inclusiva suponía una verdadera revolución en el seno de la sociedad y la religión judías de carácter patriarcal y androcéntrico. Creo puede afirmarse que las mujeres recuperan en el movimiento de Jesús la libertad y la dignidad que les negaban los códigos domésticos romanos y las tendencias ortodoxas del judaísmo.
Las mujeres ejercieron funciones ministeriales y directivas en el cristianismo primitivo. En su libro El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1983) Edward Schillebeeckx asevera que las mujeres, en cuanto responsables de las comunidades cristianas domésticas, pudieran presidir la celebración eucarística.
Dios, ¿legitimador del patriarcado?
Importantes investigaciones históricas desmienten las contundentes afirmaciones del magisterio papal, hasta invalidarlas y convertirlas en pura retórica al servicio de una institución jerárquico-piramidal-clerical como es la Iglesia católica, uno de los últimos y más eficaces bastiones del patriarcado, que apela a la masculinidad de Dios “Padre” y a la virilidad de Jesús de Nazaret para excluir a las mujeres del ministerio presbiteral, episcopal y papal. Dicha práctica excluyente de las mujeres del ámbito de lo sagrado y de la representación divina viene a confirmar las dos afirmaciones tan certeras de dos feministas del feminismo de la tercera ola: Mary Daly y Kate Millet. La primera afirma en su libro Más allá de Dios Padre (1973): “Si Dios es varón, el varón es Dios”. La segunda escribe en Política sexual (1970): “El patriarcado tiene a Dios de su lado”.
Theodora, episcopa
Para no alargar en exceso este artículo voy a citar dos de los estudios más rigurosos que invalidan las afirmaciones de los tres documentos antes citados: Cuando las mujeres eran sacerdotes (El Almendro, Córdoba, 2000), de Karen Jo Torjesen, catedrática de Estudios sobre la Mujer y la Religión en Claremont Graduate School, y los trabajos del historiador italiano Giorgio Otranto, director del Instituto de Estudios Clásicos y Cristianos de la Universidad de Bari. En ellos se demuestra, mediante inscripciones en tumbas y mosaicos, cartas pontificias y otros textos, que las mujeres ejercieron el sacerdocio durante los trece primeros siglos de la historia de la Iglesia. Veamos algunas de estas pruebas que quitan todo valor a los argumentos del magisterio eclesiástico.
Para
no alargar en exceso este artículo voy a citar dos de los estudios más
rigurosos que invalidan las afirmaciones de los tres documentos antes citados:
Cuando las mujeres eran sacerdotes (El Almendro, Córdoba, 2000), de Karen Jo
Torjesen, catedrática de Estudios sobre la Mujer y la Religión en Claremont
Graduate School, y los trabajos del historiador italiano Giorgio Otranto,
director del Instituto de Estudios Clásicos y Cristianos de la Universidad de
Bari. En ellos se demuestra, mediante inscripciones en tumbas y mosaicos,
cartas pontificias y otros textos, que las mujeres ejercieron el sacerdocio
durante los trece primeros siglos de la historia de la Iglesia. Veamos algunas
de estas pruebas que quitan todo valor a los argumentos del magisterio eclesiástico.
Episcopa
Theodora
Debajo del arco de una basílica romana aparece un fresco con cuatro mujeres. Dos de ellas son las santas Práxedes y Prudencia, a quienes está dedicada la iglesia. Otra es María, madre de Jesús de Nazaret. Sobre la cabeza de la cuarta hay una inscripción que dice: Theodora Episcopa (= Obispa). La 'a' de Theodora está raspada en el mosaico, no así la 'a' de Episcopa.
En el siglo pasado se descubrieron inscripciones que hablan a favor del ejercicio del sacerdocio de las mujeres en el cristianismo primitivo. En una tumba de Tropea (Calabria meridional, Italia) aparece la siguiente dedicatoria a “Leta Presbytera”, que data de mediados del siglo V: “Consagrada a su buena fama, Leta Presbytera vivió cuarenta años, ocho meses y nueve días, y su esposo le erigió este sepulcro. La precedió en paz la víspera de los Idus de Marzo”.
Otras inscripciones de los siglos VI y VII atestiguan igualmente la existencia de mujeres sacerdotes en Salone (Dalmacia) (presbytera, sacerdota), Hipona, diócesis africana de la que fue obispo san Agustín cerca de cuarenta años (presbiterissa), en las cercanías de Poitires (Francia) (presbyteria) y, en Tracia (presbytera, en griego), etcétera.
En un tratado sobre la virtud de la virginidad, del siglo IV, atribuido a san Atanasio, se afirma que las mujeres consagradas pueden celebrar juntas la fracción del pan sin la presencia de un sacerdote varón: “Las santas vírgenes pueden bendecir el pan tres veces con la señal de la cruz, pronunciar la acción de gracias y orar, pues el reino de los cielos no es ni masculino ni femenino. Todas las mujeres que fueron recibidas por el Señor alcanzaron la categoría de varones” (De virginitate, PG 28, col. 263).
En
una carta del papa Gelasio I (492-496) dirigida a los obispos del sur de Italia
el año 494, les dice que se ha enterado, para gran pesar suyo, de que los
asuntos de la Iglesia han llegado a un estado tan bajo que se anima a las
mujeres a oficiar en los sagrados altares y a participar en todas las
actividades del sexo masculino al que ellas no pertenecen. Los propios obispos
de esa región italiana habían concedido el sacramento del orden a mujeres, y
estas ejercían las funciones sacerdotales con normalidad.
Febe
de Cencreas
Un
sacerdote llamado Ambrosio pregunta a Atón, obispo de Vercelli, que vivió entre
los siglos IX y X y era buen conocedor de las disposiciones conciliares
antiguas, qué sentido había que dar a los términos presbytera y diaconisa, que
aparecían en los cánones antiguos. Atón le responde que las mujeres también
recibían los ministerios ad adjumentum virorum, y cita la carta de Pablo de
Tarso a los Romanos, donde puede leerse: “Os recomiendo a Febe, nuestra hermana
y diaconisa en la Iglesia de Cencreas”. Fue el concilio de Laodicea, celebrado
durante la segunda mitad del siglo IV, sigue diciendo en su contestación el
obispo Aton, el que prohibió la ordenación sacerdotal de las mujeres. Por lo
que se refiere al término presbytera, reconoce que en la Iglesia antigua
también podía designar a la esposa del presbítero, pero él prefiere el
significado de sacerdotisa ordenada que ejercía funciones de dirección,
enseñanza y culto en la comunidad cristiana.
En
contra de conceder la palabra a las mujeres se manifestó el papa Honorio III
(1216-1227) en una carta a los obispos de Burgos y Valencia, en la que les
pedía que prohibieran hablar a las abadesas desde el púlpito, práctica habitual
entonces. Estas son sus palabras: “Las mujeres no deben hablar en la Iglesia
porque sus labios llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el
destino del hombre”.
Encerrados
en la torre de la ‘patriarquía
Estos
y otros muchos testimonios que podría aportar son rechazados por el magisterio
eclesiástico y por la teología de él dependiente, alegando que carecen de rigor
científico. Pero, ¿quiénes son los teólogos, quiénes el papa, los cardenales y
los obispos para juzgar sobre el valor de las investigaciones históricas? La
verdadera razón de su rechazo son los planteamientos patriarcales en los que
están instalados. El reconocimiento de la autenticidad de esos testimonios
debiera llevarlos a revisar sus concepciones androcéntricas y a abandonar sus
prácticas misóginas. Pero no parece que estén dispuestos a ello. Prefieren
ejercer el poder autoritariamente y en solitario encerrados en la torre de su
'patriarquía', en vez de ejercerlo democráticamente y compartirlo con las
mujeres, que hoy son mayoría en la Iglesia católica y, sin embargo, carecen de
presencia en la mayoría de sus órganos directivos y se ven condenadas a la
invisibilidad y al silencio.
Mujeres
sacerdotes en la Iglesia católica, hoy
Es
verdad que el papa Francisco nos sorprende gratamente con muy certeras críticas
contra la discriminación de las mujeres en la sociedad y con iniciativas como
la incorporación de tres mujeres, dos religiosas y una laica, en el dicasterio
romano de Obispos, cuya función es el nombramiento de candidatos al episcopado.
Pero en este mismo nombramiento aprecio una incoherencia o, mejor, una
contradicción: las mujeres pueden elegir a los obispos sin poder acceder al
episcopado.
Las
nuevos miembros de la Congregación para los Obispos
Una
segunda contradicción, todavía mayor que la anterior, es que, teniendo las
mujeres la historia a favor de su ejercicio del ministerio presbiteral, el
Código de Derecho Canónico impone a las mujeres ordenadas sacerdotes una pena
mayor que a los pederastas: la excomunión, pero no a través de ninguna
declaración oficial condenatoria, sino latae sententiae, es decir,
automáticamente. Lo que significa que son las propias mujeres sacerdotes las
que se auto-excomulgan.
El
Código de Derecho Canónico impone a las mujeres ordenadas sacerdotes una pena
mayor que a los pederastas: la excomunión
Pero,
lógicamente, se niegan a hacerlo y siguen ejerciendo el ministerio, y en dicho
ejercicio cuentan con el apoyo de un sector importante de la comunidad
cristiana. Un ministerio al servicio de la comunidad cristiana, ejercido eso
sí, clandestina o semiclandestinamente. Estamos ante una tercera contradicción,
que afecta actualmente a 265 mujeres ordenadas dentro de la Iglesia Católica
Romana en la Asociación de Presbíteras Católicas Romanas, iniciado hace veinte
años en el río Danubio, que ejercen vocacionalmente su ministerio en el
seguimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, en los ambientes sociales
más vulnerables.
Puedo
dar fe de ello porque conozco a algunas de estas mujeres sacerdotes que ejercen
el ministerio presbiteral de manera gratuita desde la opción por los pobres, no
reproducen el clericalismo ni el patriarcado del sacerdocio masculino oficial,
trabajan por una Iglesia no discriminatoria por razones de etnia, cultura,
religión, clase social, género e identidad sexual y cuentan con una excelente
acogida y un merecido reconocimiento en el seno de las comunidades de base y de
los movimientos sociales, con quienes están comprometidas en la lucha por una
sociedad más justa y eco-fraterno-sororal.