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15 de septiembre de 2022

Morir de hambre

Quien muere de hambre es víctima de un asesinato

Por Pedro Trujillo

Una sociedad que deja morir de hambre a parte de sus integrantes no tiene sentido, consciencia ni conciencia. La vida en sociedad justifica su razón, precisamente, en la búsqueda de la seguridad, y concretamente en la evidenciada por Maslow en el primer peldaño de su pirámide: la supervivencia. Esa es la razón por la que la mayoría de las constituciones, en sus primeros artículos, recogen la protección a la persona, la seguridad, la solidaridad o la dignidad humana; la guatemalteca también: “Artículo 1: Protección a la Persona. El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia; su fin supremo es la realización del bien común”.

Sin embargo, la realidad es que ocupamos el penúltimo puesto en América Latina en confrontar el flagelo del hambre. De 116 países —el resto no se incluyen porque no tiene ese problema— Guatemala es el número 79. Detrás, Venezuela, Haití y naciones africanas. “Solo” hemos necesitado 201 años de independencia para conseguir esos resultados. ¿No nos da vergüenza?



Seguramente le llame la atención y hasta se indigne al conocer los datos, pero pregúntese: ¿por qué no sabía de eso? La respuesta es muy simple: porque en todas las encuestas y sondeos —antes o después de procesos electorales— los problemas que afectan a la ciudadanía son la seguridad, la economía, el desempleo o la violencia. En ninguno de ellos he visto aflicción por la desnutrición, el hambre o la muerte de menores por esas circunstancias. No está en el imaginario social, es un problema invisible —o invisibilizado— excepto, naturalmente, en grupos afectados en los que sus integrantes mueren o quedan dañados de por vida.

El Índice de Hambre Global 2021 recoge los datos indicados, pero también que la prevalencia en el retraso en el crecimiento —proporción de personas que sufren una enfermedad con respecto al total de la población en estudio— es del 22.2% en la población menor de dos años y una media del 17% hasta los 20 años. Si hace los cálculos sobre las cifras de población que ofrece el Instituto Nacional de Estadística son más de 83 mil menores de dos años, a los que hay que agregar 1.4 millones hasta los veinte; un 8.7% de jóvenes del total de la población del país, del futuro. ¡Un millón y medio de niños y jóvenes padecen hambre o quedan gravemente afectados, y el silencio duerme contemplándolos!

De nuevo han sido fundaciones de empresas privadas y ONG las que luchan, con sus medios, para reducir este flagelo, y con mayor éxito que los programas de gobierno, dicho sea de paso. La deuda de 100 millones de dólares contraída hace unos años no ha solucionado nada, pero tampoco parece importar demasiado que debamos pagarla sin obtener resultados. Una especie de resignación a “lo Lula” cuando manifestó: “si fuera fácil resolver el problema del hambre, no tendríamos hambre”

Sin embargo, la pasada semana se presentó uno de esos programas “Guatemaltecos por la Nutrición” de Castillo Hermanos. Con medios móviles, fabricados específicamente para el proyecto, pretenden organizar campamentos móviles cercanos a determinadas poblaciones y atender ese problema, además de poder desplazarse a zonas colindantes y extenderlo. Una solución más barata y efectiva que las políticas, en el marco de ¡si se puede, pero cuando se quiere!

Es posible superar la desidia gubernamental —y social— como demuestran programas y acciones privadas, aunque da la sensación de que la miseria, la pobreza y el analfabetismo alimentan determinadas corrientes políticas o permean a sus integrantes.

Una vez más el chavo del 8 tenía razón: ¡Cuándo el hambre aprieta, la vergüenza afloja!

Prensa Libre