Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

Cena Ecológica, parte de la pintura de Maximino Cerezo arreglo: Ana Isabel Pérez y Martín Valmaseda

20 de octubre de 2022

EVANGELIO DOMINGO 23-Octubre-2022(Lc 18, 9-14). Reflexiones de Pagola

 

PARÁBOLA DESCONCERTANTE

 


En aquel tiempo dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás:

Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: <<¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo>>. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho diciendo: <<¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador>>. Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido (Lucas 18, 9- 14).

DESCONCERTANTE

Fue una de las parábolas más desconcertantes de Jesús.

¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?

El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la Ley, e incluso la sobrepasa.

El recaudador, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No puede cambiar su vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: <<¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador>>.

De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: <<Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no>>.

¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?

Si es verdad lo que dice Jesús, ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea. Todos hemos de recurrir a su misericordia.

Hay algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en la misericordia de Dios que no es fácil creer en él.

Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral.

CONTRA LA ILUSIÓN DE INOCENCIA

Un fariseo y un recaudador de impuestos <<suben al templo a orar>>. Los dos comienzan su plegaria con la misma invocación: <<¡Oh Dios!>>. Sin embargo, el contenido de su oración, y sobre todo su manera de vivir ante ese Dios, es muy diferente.

El fariseo ora <<erguido>>. Se siente seguro ante Dios. Todo lo hace bien. Le basta su vida religiosa.

El recaudador, por su parte, entra en el templo, pero <<se queda atrás>>. No merece estar en aquel lugar sagrado entre personas tan religiosas. <<No se atreve a levantar los ojos al cielo>>.

Examina su vida y no encuentra nada grato que ofrecer a Dios. Tampoco se atreve a prometerle nada para el futuro. A lo único que se puede agarrar es a la misericordia de Dios: <<!Oh Dios¡>>, ten compasión de este pecador>>.

La conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido presentar a Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su misericordia. El fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró: sin conocer la mirada compasiva de Dios.

Los cristianos corremos el riesgo de pensar que <<no somos como los demás>>. La Iglesia es santa y el mundo vive en pecado.

¿Seguiremos alimentando nuestra ilusión de inocencia y la condena a los demás, olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos e hijas?

ACOGERSE A LA COMPASIÓN DE DIOS

Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás.

El fariseo es un observante escrupuloso de la Ley y un practicante fiel a su religión. Se siente seguro en el templo. Su oración es la más hermosa.

Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.

Más que orar, este hombre se está contemplando a sí mismo. Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Tras su aparente piedad se esconde una actitud <<atea>>. Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.

La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. Reconoce que es pecador. Las pocas palabras que susurra lo dicen todo: <<!Oh Dios¡, ten compasión de este pecador>>.

No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la verdad.

REACCIONAR

La sociedad moderna tiene tal poder sobre sus miembros que termina por someter a casi todos. Absorbe a las personas mediante ocupaciones, proyectos y expectativas, pero no para elevarlas a una vida más noble y digna.

El resultado es deplorable. Las personas se van haciendo cada vez más indiferentes a <<lo importante>> de la vida.

Nos preocupamos de mil cosas y no sabemos cuidar lo importante: el amor, la alegría interior, la esperanza, la paz de la conciencia. Lo mismo sucede con la fe; no sabemos estimarla, cuidarla y alimentarla. Poco a poco la fe se va apagando. ¿Cómo reaccionar?

Lo primero casi siempre es <<tomar distancia>>. Un cierto distanciamiento permite lograr una nueva perspectiva de las cosas para abordar nuestra vida con más verdad.

Es necesario también plantearnos cuestiones que afectan a la vida en su totalidad: <<Yo, en definitiva, ¿qué ando buscando? ¿Por qué no logro la paz interior? ¿En qué tengo que acertar para vivir de manera más sana?>>.

Lo más decisivo es reaccionar. <<¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Qué puedo hacer con mi fe? ¿Sigo “tirando” como hasta ahora? ¿Me abro confiadamente a Dios?>>.

Quién es capaz de hacerse este tipo de preguntas con un mínimo de verdad ya está cambiando.

La invocación del publicano de la parábola narrada por Jesús expresa muy bien cuál puede ser nuestra invocación: <<!Oh Dios¡, ten compasión de este pecador>>. Dios, que ha modelado el corazón humano, entiende y escucha esta oración.

PARA INACEPTABLES

Hay una frase de Jesús que sin duda refleja una convicción y un estilo de actuar que sorprendieron y escandalizaron a sus contemporáneos: <<No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores>>. El dato es histórico: Jesús no se dirigió a los sectores piadosos, sino a los indignos e indeseables.

Lo dice gráficamente Jesús: a un individuo lleno de salud y fortaleza no se le ocurre acudir al médico. ¿Para qué necesitan el perdón de Dios los que, en el fondo de su ser, se sienten inocentes?

El que se siente pecador vive una experiencia diferente. Tiene conciencia clara de su miseria. ¿Qué puede hacer sino esperarlo todo del perdón de Dios?

Yo no sé quien puede llegar a leer estas líneas. En estos momentos pienso en los que os sentís incapaces de vivir de acuerdo con las normas que impone la sociedad.

No lo olvidéis nunca: Jesús ha venido para vosotros.

Cuando os veáis juzgados por la Ley, sentíos comprendidos por Dios; cuando os veáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os acoge.

Pero Dios es así: amor y perdón. Vosotros lo podéis disfrutar y agradecer. No lo olvidéis nunca: según Jesús, solo salió limpio del templo aquel publicano que se golpeaba el pecho diciendo: <<!Oh Dios¡, ten compasión de este pecador>>.

José Antonio Pagola

Colaboración de Juan García de Paredes.