Bienaventuranzas del
cristiano
Bienaventurado el
cristiano que hace de la pobreza y el compartir su estilo de vida, porque con
su testimonio está construyendo el reino de los cielos.
Bienaventurado el cristiano
que no teme mancharse su rostro con las lágrimas, para que en ellas puedan
reflejarse los dolores de la gente, las fatigas de los sacerdotes, encontrando
en el abrazo con los que sufren el consuelo de Dios.
Bienaventurado el
cristiano que considera su ministerio un servicio y no un poder, haciendo de la
mansedumbre su fuerza, dando a todos el derecho de ciudadanía en su propio
corazón, para que habiten la tierra prometida a los mansos.
Bienaventurado el
cristiano que tiene un corazón para la miseria del mundo, que no teme
ensuciarse las manos con el fango del alma humana para encontrar el oro de
Dios, que no se escandaliza por el pecado y de la fragilidad de los demás
porque es consciente de la propia miseria, para que la mirada del Crucificado
Resucitado sea para él el sello del infinito perdón.
Bienaventurado el
cristiano que aleja la doblez del corazón, que evita toda dinámica ambigua, que
sueña con el bien incluso en medio del mal, porque será capaz de gozar del
rostro de Dios, encontrando su reflejo en cada charco de la ciudad de los
hombres.
Bienaventurado el
cristiano que obra la paz, que acompaña los caminos de la reconciliación, que
siembra la semilla de la comunión en el corazón del presbiterio, que acompaña a
una sociedad dividida en el camino de la reconciliación, que lleva de la mano a
todo hombre y mujer de buena voluntad para construir la fraternidad: Dios lo
reconocerá como su hijo.
Bienaventurado el
cristiano que por el Evangelio no teme ir contracorriente, volviendo su rostro
“duro” como el de Cristo dirigiéndose a Jerusalén, sin dejarse frenar por las
incomprensiones y los obstáculos porque sabe que el Reino de Dios avanza en la
contradicción del mundo”.