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16 de noviembre de 2022

EVANGELIO DOMINGO 20-Noviembre.2022 (Lc 23, 35-43)- Reflexiones de J.A. Pagola

 

BURLARNOS O INVOCAR

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a

Jesús, diciendo:

A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de

Dios, el elegido.

Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y

diciendo:

Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea:

<<Este es el rey de los judíos>>.

Uno de los malhechores crucificado lo insultaba diciendo:

¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.

Pero el otro lo increpaba:

¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado a nada.

Y decía:

Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.

Jesús le respondió:

Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23,35- 43).



¿BURLARNOS O INVOCAR?

Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece entender su entrega. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.

De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: <<Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino>>. Es el otro delincuente.

Jesús le responde de inmediato: <<Hoy estarás conmigo en el paraíso>>.

¿Qué sería de nosotros si el Enviado por Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y en nuestra impotencia ante la muerte?

Hay quienes también hoy se burlan del Crucificado. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Crucificado, encarnación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarnos de él o invocarlo?

 MÁRTIR FIEL

Los cristianos hemos atribuido al Crucificado diversos nombres: <<redentor>>, <<salvador>, <<rey>>, <<liberador>>.Podemos acercarnos a él agradecidos: él nos ha rescatado de la perdición. Podemos contemplarlo conmovidos: nadie nos ha amado así. Podemos abrazarnos a él para encontrar fuerzas en medio de nuestros sufrimientos y penas.

Desde la cruz, Jesús se nos presenta como testigo fiel del amor de Dios y también de una existencia identificada con los últimos. No hemos de olvidarlo.

Se identificó tanto con las víctimas inocentes que terminó como ellas. Su palabra molestaba. Ni el Imperio ni el templo lo podían consentir. Había que eliminarlo.

Al mirar al Crucificado deberíamos recordar instintivamente el dolor y la humillación de tantas víctimas desconocidas que, a lo largo de la historia, han sufrido, sufren y sufrirán olvidadas por casi todos.

El crucifijo está desapareciendo de nuestros hogares e instituciones, pero los crucificados siguen ahí. Hemos de aprender a venerar al Crucificado no en un pequeño crucifijo, sino en las víctimas inocentes del hambre y de las guerras, en la mujeres  asesinadas por sus parejas, en los que se ahogan al hundirse sus pateras.

CARGAR CON LA CRUZ

El relato de la crucifixión nos recuerda a los seguidores de Jesús que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y entrega total para rescatar al ser humano el mal, el pecado y la muerte.

La cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del Amor crucificado de Dios, que nos invita a seguir su ejemplo.

Cantamos, adoramos y besamos la cruz de Cristo, pero sin olvidar que lo primero que nos pide Jesús de manera insistente no es besar la cruz, sino cargar con ella.

No nos está permitido acercarnos al misterio de la Cruz de manera pasiva, sin intención alguna de cargar con ella.

Es precisamente al besar la cruz cuando hemos de escuchar la llamada de Dios: <<Si alguno viene detrás de mí….que cargue con su cruz y me siga>>.

Para los seguidores de Jesús, reivindicar la cruz es acercarnos servicialmente a los crucificados; introducir justicia donde solo hay indiferencia a los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento. Será nuestra manera humilde de cargar con la cruz de Cristo.

¿No hemos de revisar todo cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No hemos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida?.

ACUÉRDATE DE MÍ

Estadísticas realizadas en diversos países de Europa muestran que solo un 40% de las personas creen hoy en la vida eterna, y que además, para muchas de ellas, esta fe ya no tiene fuerza o significado alguno en su vida diaria.

Sin embargo, creer en la vida eterna no es una arbitrariedad de algunos cristianos, sino la consecuencia de la fe en un Dios al que le preocupa la felicidad total del ser humano. Un Dios que, desde lo más profundo de su ser de Dios, busca el bien final de toda la creación.

Antes que nada hemos de recordar que la muerte es el acontecimiento más trágico y brutal que nos espera a todos. Es inútil querer olvidarlo. La muerte está ahí, cada día más cerca. Una muerte absurda y oscura que nos impide ver en qué terminarán nuestros deseos, luchas y aspiraciones: ¿Ahí se acaba todo? ¿Comienza precisamente ahí la verdadera vida?

La esperanza de los cristianos brota de la confianza total en el Dios de Jesucristo. Todo el mensaje y el contenido de la vida de Jesús, muerto violentamente por los hombres pero resucitado por Dios para la vida eterna, nos lleva a esta convicción: <<La muerte no tiene la última palabra. Hay un Dios empeñado en que sus hijos e hijas conozcan la felicidad total por encima de todo, incluso por encima de la muerte. Podemos confiar en él.

Ante la muerte, el creyente se siente indefenso y vulnerable como cualquier otro. Pero hay algo que, desde el fondo de su ser, le invita a fiarse de Dios más allá de la muerte y a pronunciar las mismas palabras de Jesús: <<Padre, en tus manos dejo mi vida>>.

Esta es precisamente la oración del malhechor que crucifican junto a Jesús. En el momento de morir, aquel hombre no encuentra nada mejor que confiarse enteramente a Dios y a Cristo: <<Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.>>Y escucha esa promesa que tanto consuela al creyente: <<Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso>>.

 UNA ESPERANZA SECRETA

Todos sabemos desde muy temprano que hemos de morir. Pero vivimos como si la muerte no fuera con nosotros. Nos parece natural que mueran los demás, incluso los seres queridos cuya desaparición nos apenará profundamente. Pero nos cuesta <<imaginar>> que también nosotros moriremos.

Las reacciones pueden ser diversas. Es normal que de pronto se despierte el miedo. La persona se siente <<atrapada>>. Impotente ante un mal que puede acabar con su vida. Enseguida comienza a brotar preguntas inquietantes: ¿he de morir ya? ¿Cuándo y cómo será? ¿Qué sentiré en esos momentos? ¿Qué sucederá después? ¿Terminará todo en la muerte? ¿Será verdad que me encontraré con Dios?

Estas preguntas no hacen bien. Es el momento de vivir más intensamente que nunca el regalo de cada día. Es ahora cuando se puede vivir con más verdad y también con más amor. Sin perder la confianza en Dios, comunicándonos con la persona amiga, colaborando con los médicos para vivir con dignidad y sin sufrir mucho.

Este es el gran reto del incurable: no perder la esperanza. Pero ¿esperanza en qué? ¿Esperanza en quién?

El incurable creyente confía todo este anhelo de vida en manos de Dios. Todo lo demás se hace secundario. Ahora solo cuenta la bondad y la fuerza salvadora de Dios. Por eso, de su corazón brota una oración semejante a la del malhechor moribundo en la cruz:

<<Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino>>. Una oración que es invocación confiada, petición de perdón y, sobre todo, acto de fe viva en un Dios salvador.

José Antonio Pagola

Colaboración de Juan García de Paredes.