Qué alegría cuando me
dijeron (salmo 121)
Vamos a la casa del
Señor,
trozo de cielo
encarnado,
vamos a compartir la
dicha
de sentirnos
hermanados,
escuchando su palabra,
metidos en su costado.
Pero la casa del Señor
no es la basílica,
hermano,
no es el templo o el
convento,
o la capilla del
palacio,
no es la mezquita, la
sinagoga,
tampoco es el río sagrado.
La casa del Señor no es
de piedras,
que está en el corazón
humano,
en las comunidades
vivas,
quizá en los pobres del
barrio;
está en la gente que
sufre,
está en el hospital
cercano,
está también en la
cárcel
y en la residencia de
ancianos,
en los niños de la
calle
y en campos de
refugiados,
está en la gente
sencilla
y en los pueblos
marginados.
Está en el corro de
niños,
o en el grupo de voluntarios,
en las organizaciones
pacíficas
y en movimientos
solidarios.
La casa del Señor se
construye
en desiertos y
descampados,
con hambre y sed de
justicia
y con amor entregado,
con sillares de
esperanza
y ladrillos liberados.
La paz con todos
vosotros,
constructores
voluntarios
de las casas del Señor
en los ambientes
humanos.
Los otros salmos
Colaboración de Juan García de Paredes.