POBREZA Y FE
La fe es potestad de los
pobres. No es que el pobre la tenga, es que en él se dan las condiciones
primarias para acceder a ella porque está desnudo. Para poder decir sí, para
ser libre, al contrario que el rico, apenas tiene que decir ningún no
previamente, porque nada tiene.
<<¿De qué va a
tener que despojarse?>>
El pobre, el marginado,
en principio y a causa de la <<injusticia social que padece>>, es
un ser indefenso y el discurso institucional que recibe, aún hoy, es que es así
porque él quiere, que las oportunidades son iguales para todos.
Los hijos de los pobres
fracasan escolarmente porque son díscolos y rebeldes, los parados son
holgazanes y además hacen trampas cobrando el subsidio de desempleo y a la vez
haciendo chapuzas. Tienen, los que tienen, contratos eventuales por escasos meses
sin capacidad adquisitiva para acceder ni siquiera a una vivienda en alquiler y
son ellos los tramposos, mientras se les niega hasta la posibilidad de
aprender, es decir, de acceder a un oficio.
Al capital no le interesa invertir creando empresas que produzcan puestos de trabajo, sino colocar el dinero donde no se corran riesgo, los beneficios sean píngues y baste abrir un ordenador para multiplicar el valor del dinero. En resumen, la técnica y el sistema de producción, en lugar de ponerse al servicio del hombre, impiden cada vez más el acceso al trabajo.
RIQUEZA Y FE
Los dirigentes
económicos, políticos y religiosos tienen el siguiente planteamiento: el rico
debe salvar al pobre. Con ello el rico se siente satisfecho, en sus esquemas
hace méritos y la Iglesia le dice que así se <<gana>>el cielo.
<<A vosotros no
os falta de nada, por familia, por cuna, estáis en buena situación, aunque no
mantengáis la posición económica de antaño. Tenéis <<servicio>>,
los mejores colegios para vuestros hijos, todos hacen carrera y os relacionáis
con gente que puede abrir puertas en un momento de apuro. Además de todo eso
tenéis a un dios en vuestro bolsillo.
En cambio, los pobres
no tienen nada, no hace falta entrar en detalles, pero ni siquiera tienen a
dios, porque el dios que les han predicado y que os deja a vosotros satisfechos,
a ellos no les da ninguna esperanza y en ese no pueden creer.
El lugar de encuentro
con dios no es el templo, no es ni el espacio ni el tiempo religioso, no es el
culto ni los curas. El lugar del encuentro con el dios de Jesús, a quien vosotros
confesáis, son los pobres>>.
<<… Si el dios de
Jesús se presenta como el dios de los pobres y oprimidos, el lugar único donde
podemos encontrarnos con ese dios es precisamente el mundo marginal, no el
templo o la moral que nosotros construimos.
Nosotros nos preguntamos
¿qué puedo hacer por un mundo marginal? Pero la pregunta debería ser: si dios
es la esperanza de los pobres, ¿cómo puede ser también mi esperanza, mi buena
noticia, no siendo yo pobre?
Es en la contemplación
del pobre, del hombre desnudo, donde puedo contemplar al propio dios.
Para el rico siempre
será peligroso que el pobre encuentre su fe porque entiende ésta como una
amenaza contra sus seguridades y poderes adquiridos.
Ya no será fe sino creencia,
cuyo objeto es un dios garante del orden establecido impuesto por los poderosos.
Un dios que garantizará los pactos de religión con el poder de los Estados. Un
dios que avalará las colonizaciones con la evangelización y que justificará las
guerras y las intolerancias dándoles el nombre de cruzadas o guerras santas.
El dios de Jesús se
carga al dios de las religiones y por lo tanto al dios del poder y de los
poderosos, al de los milagros y las magias, al dios que somete al hombre a cultos
y ritos vacíos de todo contenido, porque él es quién rinde culto al hombre
poniéndose a su servicio para que él mismo sea creador de su historia y de su
futuro. El dios de Jesús se hace ateo, niega a dios y afirma al hombre
insuflándole el aliento, el ánimo, su espíritu para que pierda el miedo a quienes
pueden matar el cuerpo, pero no destruir la vida humana.
El primer credo de los
discípulos de Jesús, que luego la Iglesia ha ido sofisticando tanto cambiándolo
por una doctrina dogmática, era simplemente: <<Jesucristo es el Señor>>,
lo que significa que no hay ningún señor al que tengamos que someternos.
No podemos obedeceros a
vosotros porque antes tenemos que obedecer a dios, a ese dios que se ha cargado
al dios acomodaticio de vuestra religión, auténtico opio para el pueblo.
Enrique de Castro
Colaboración de Juan García de Paredes.