Otro mundo es posible:
Miguel Ángel Mesa
Todo lo contrario.
Porque el Adviento es una realidad dinámica, un tiempo de espera activa, de
construcción permanente, de anhelo afanoso ante la realidad de cada día, de
ilusión renovada, paciente y confiada.
Una espera en rumoroso silencio, con la mirada puesta en nuestro interior, a nuestro alrededor y en el horizonte. En contemplación callada y profética. En permanente acción de gracias. Desde un compromiso vital junto a los más vulnerables y oprimidos, abiertos al encuentro, saliendo de nuestro confort para embarrarnos, cercanos siempre a quien está tirado, herido, marginado a la orilla del camino que recorremos cada día.
Pedimos en Adviento:
¡Ven, Jesús!, pero Jesús ya llegó, ya se hizo presente en nuestra historia, ya
nos mostró la senda a recorrer, la buena noticia que vivir y transmitir con sus
mismos sentimientos, que el Espíritu nos va sugiriendo a través de los
acontecimientos y la realidad que nos rodea.
Sentimientos de
humildad, sin creernos más y mejores que nadie, pensando que ya lo sabemos todo
y que estamos en posesión de la verdad. Creciendo desde la duda y la búsqueda
permanente. Viviendo sencillamente y
acallando la pasión por el consumo para que no nos domine. Esforzándonos
siempre por lo colectivo, por lo comunitario, por el encuentro fraterno y
festivo, por el decrecimiento personal para que otras personas crezcan y puedan
vivir con dignidad.
Adviento, tiempo de
cambio, de preparación, de atenta mirada, de dicha profunda. Abiertos a valorar
todo lo nuevo, todo que nace para que la vida sea más bella, más justa y
pacífica, más compasiva, más humana y, por lo tanto, más divina. Que nuestra
mirada sea la del niño o la niña que aún espera a renacer desde dentro.