por Charo Mármol
El jueves 17 de
noviembre en el acto de entrega de los Premios Alandar, Martín Valmaseda fue
nombrado Socio de Honor de esta publicación de la que es colaborador desde los
comienzos de la misma. Un más que merecido reconocimiento a quien nos ha hecho
pensar y disfrutar con sus escritos, siempre de gran hondura y siempre con
mucho sentido del humor.
Fotos de la ceremonia de entrega de los Premios Alandar
Presentación Carlos Barbera
Socio de Honor 2022 de la Revista Alandar: Martín Valmaseda
Hoy quiero cederle este
espacio de mi mecedora y rescato del archivo un escrito que me ha acompañado
durante mucho tiempo: La marcha de los involuntarios.
Escribe Martín: Érase un joven generoso que se había ofrecido como voluntario en una asociación que tenía la voluntad de ayudar, voluntariamente, a los involuntariamente desfavorecidos de la fortuna. (Hagamos un paréntesis para explicar que «desfavorecido de la fortuna» es toda aquella persona que, gracias a los sistemas económicos, a las leyes del mercado y a la ley del más fuerte se queda sin comida, sin escuela, sin vestido, sin vivienda digna… Es como si a uno que va por la calle le asaltan, le golpean y le dejan desnudo y se le llama peatón “desfavorecido”). Pero volvamos al tema. El joven generoso se había ofrecido voluntario. Como era voluntario, tenía muy buena voluntad pero no muy grande (el tamaño es lo de menos). Se había comprometido en acudir a la asociación todos los martes, jueves y viernes a las seis de la tarde.
En la asociación
estaban muy contentos con el nuevo fichaje porque hacía falta su colaboración
como estudiante de economía para llevar las cuentas que en aquella asociación
(como en casi todas) estaban manga por hombro. Pero he aquí que el voluntario,
para eso era voluntario y no percibía ningún sueldo, aparecía un martes, pero
el jueves tenía partido de tenis al que no podía faltar y el viernes ponían en
el cine club de la universidad una película interesantísima que no podía
perderse. Al martes siguiente el voluntario llegó involuntariamente una hora y
cuarto más tarde y se puso al trabajo con gran entusiasmo. El siguiente jueves
llegó solo media hora más tarde y cuando estaba en lo más arduo de su tarea de
economista recibió la llamada de Yolanda… «Pero ¿no te acuerdas que hoy es mi
cumple? -¡Ay, perdona!». Dejó los
papeles revueltos sobre la mesa y salió corriendo.
Estuvo en la asociación
como un clavo los tres días siguientes porque al llegar el viernes notó una
cara algo extraña en el coordinador. Pero he aquí que dos semanas después
encontró en el periódico el anuncio de un curso intensivo de danza jazz. ¡Con
el interés que tenía el voluntario por la cultura afroamericana, la solidaridad
con el mundo negro, la expresión corporal! Avisó al coordinador: “No serán más
que dos semanas… luego podré aportar…».
Las dos semanas se
convirtieron en cinco, pero el martes de la sexta apareció puntualísimo en la
asociación. En la mesa que ocupaba habitualmente estaba trabajando una señora
mayor con lentes finitos, de esos de mirar por encima. “Buenas tardes”-«Buenas tardes»,
contestó la señora mayor y siguió a lo suyo. El coordinador se asomó a la
puerta: «Hola, te presento a doña Rosalía… es contable jubilada que se ha
ofrecido… ¿vienes un momento?” Se lo llevó a su despacho. – Mira, es que urgía
el asunto de las cuentas y ella, aunque a veces tiene que traerse a su nieto, o
se le pone el marido enfermo, tiene más tiempo. – Pero es que soy voluntario… –
Bueno, bueno. Hay otro rollo para ti. Hemos tenido reunión los responsables de
asociaciones no gubernamentales (ONG), fundaciones pías, uniones benéficas, y
hemos organizado algo que creo que te resultará interesante. Apunta esta
dirección…
Al siguiente martes, el
voluntario se dirigió a esa dirección. En la puerta de aquella casa del viejo
Madrid había un cartelito: “Asociación de Involuntarios”, piso segundo derecha.
Estuvo a punto de marcharse confundido, pero le ganó la curiosidad y subió. En
recepción una muchacha estaba poniéndose el abrigo. “Hola, eres nuevo, ¿no?
Aquí tienes un prospecto de la asociación”. Ella se fue. Por la sala de
recepción cruzaban, entraban y salían jóvenes y maduros de distinta carrocería.
Leyó: “Asociación de Involuntarios. Fundación de la unión de agrupaciones de
servicio social. Nuestro objetivo es ofrecer un campo de actividades a todos aquellos
jóvenes o adultos inquietos que quieren hacer algo (pero no demasiado) en su
vida. Esta asociación cuenta con una sala de revistas, videoteca, sala de
reuniones informales… No hay horario fijo ni reglamento concreto. Puede usted
venir cuando le apetezca y comprometerse en la actividad que usted elija,
aunque luego sus múltiples ocupaciones y contactos no le permitan llevar a cabo
su compromiso. Las ventajas de esta asociación son: a) que usted se sentirá
realizado y b) que no dejará empantanada la acción de las organizaciones que se
baten el cobre por causas serias en defensa de los desfavorecidos (robados) de
la fortuna (los poderosos). Posibles actividades que le ofrecemos…». Al
voluntario no le pareció mal la idea e iba a ponerse a elegir una actividad
entre la amplia lista. Pero en aquel momento miró el reloj: «¡Uy, las siete y
media: ¡Hoy transmiten el partido Oviedo-Osasuna!». Y salió involuntariamente
corriendo.
Hasta aquí el escrito
de Martín Valmaseda que recojo como homenaje a él y al voluntariado: el cinco
de diciembre es el Día del Voluntariado que sí se bate el cobre, se compromete
y aporta su granito de arena en la construcción de un mundo mejor. ¡Qué sería
de muchas asociaciones sin voluntarias y voluntarios! ¡Qué sería de Alandar sin
gente seria y comprometida!
¡¡¡Gracias, Martín, por
todo lo que nos aportas a lo largo de tantos años!!!