MARI PAZ LÓPEZ SANTOS,
MADRID
ECLESALIA, -
Hace unos días me llamó la atención el anuncio publicitario de una conocida
marca de construcciones para niños. Se acercan las fiestas navideñas y, a modo
de eslogan, animaban a "reconstruir la Navidad".
No soy muy permeable a
los anuncios publicitarios ni de la televisión ni de cualquier otro medio. Me
agotan. Pero en esta ocasión el mensaje reconstruir la Navidad se hizo hueco en
mí y he estado unos días dándole vueltas;
viendo cómo podía concretar el escueto anuncio publicitario en lo que es
para mí la Navidad.
Creo en aquella
Navidad, la primera, que se construyó en el silencio de una noche de Belén, en
la periferia de los que no importaban.
Una construcción que no
era de ladrillos ni de pequeñas piezas de plástico de las del juego de niños
del anuncio, sino de duro camino y obediencia a la burocracia imperial, de
puertas cerradas y establo abierto, de rechazo y acogida, de espera y esperanza;
de visitas de los nadies y respeto de los que esperaban el suceso.
Creo en la primera Navidad, desde el primer lloro del Niño que acababa de nacer y sería la Palabra en la que creer.
¿Cómo hemos llegado a tanta frivolidad desde algo tan sencillo, silencioso e intenso? Por un método muy utilizado en el mundo actual: la deconstrucción, es decir, “deshacer analíticamente algo para darle una nueva estructura”, esto en palabras del diccionario de la Real Academia.
En palabras como para
andar por casa, se podría decir que deconstruir es convertir algo que es, en
otra cosa que no es pero que, desde la conveniencia de un sistema que quiere
acapararlo todo, parezca que sigue siendo lo que es pero que, una vez
deconstruido, ya no es. ¡Algo así, sencillito!
La demoledora máquina de deconstrucción es muy poderosa. Afecta costumbres, ideas tradiciones, culturas milenarias, religiones, etc. y en general al sentido común, tan echado en estos tiempos.
Navidad no es el
perfume más caro, no. Ni la cena de empresa en la que los que no se aguantan
durante el año, se emborrachan juntos. Navidad no es la cena obligada en la que
hay que colocar a los comensales con cuidado para que los diferentes pareceres
no acaben en choque de trenes. Navidad no es la orgía del consumo mezclada con
sentimentalismo emocional. Navidad no es llenar las plazas y calles más
importantes de las ciudades con luces a modo de atractivo turístico o reclamo
político. Navidad no es el insoportable machaque publicitario en los medios de
comunicación. Esto no es Navidad. Esto es la socialmente “deconstruida
Navidad”.
Mi pensamiento volvió
al anuncio que originó la reflexión y me retó sin más preámbulos: ¿Qué es para
mí la Navidad?
Fui al evangelio de Lc
2,1-20, para centrarme. Es un relato complejo donde suceden cosas preocupantes,
a gente sencilla, que no le quedó otra que obedecer un decreto del emperador,
ponerse en marcha con la dificultad de un embarazo a término y no tener un
sitio donde descansar y ser ayudados. Un establo fue su refugio, no es el sitio
ideal, pero se apañaron. Fueron visitados por quienes acampaban al raso, los
pastores, y figuraban bajo mínimos en la escala social. “Se les presentó el
ángel del Señor, y la gloria del Señor les envolvió con su luz. Ellos se
asustaron. El ángel les dijo: “No tengáis miedo, pies os anuncio la gran
alegría, que lo será para todo el pueblo. En la ciudad de David os ha nacido un
salvador, el mesías, el Señor. Esto os servirá de señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales acostado en un pesebre”.
Es una fiesta cristiana
a la que creyentes y no creyentes estamos invitados, es una invitación a la
Vida con sentido.
¿Cómo reconstruir la
Navidad? Sabiendo elegir más allá de lo que marca el “César-Consumo”, sin duda
nuestras decisiones y elecciones ayudarán a reconstruir la Navidad.
Pero lo realmente importante es reconstruir el sentido de la Navidad desde dentro, en el interior de cada uno, comprendiendo que la libertad de abrir las puertas al Niño que llega no nos la puede arrebatar nadie y que el mensaje que trae para quien quiera acogerle es para siempre. Esta relación modifica los esquemas y ayuda a fortalecer a quien no quiera ahogarse en los vaivenes del mundo.
Aquella Navidad vino
envuelta en silencio, sencillez, precariedad, desamparo y compañía solidaria. Y
sigue siendo tan actual que no es difícil adentrarse en ella acercándose donde
reine el silencio, la sencillez, la precariedad, el desamparo y la compañía
solidaria.
Miremos y acompañemos a
quienes viven con los mínimos, lejos de las personas queridas con las que no
podrán compartir, tratados como delincuentes y privados de los derechos
fundamentales; las personas mayores que estos días sufren de soledad con
tristeza especial y los que tampoco tendrán un sitio que no sea la calle para
vivir y celebrar.
En estas y otras muchas
realidades la Navidad sigue construida como la primera.