Angel García-Zamorano
La urgencia de
recuperar el espíritu Navidad es apremiante porque hemos olvidado y perdido su
sentido original y, si queremos seguir celebrando cristianamente estas fechas,
tendremos que volver a él. Cierto que no faltan Misas, procesiones, posadas,
belenes, etc., pero se quedan en ritos sin contenido, fruto de una corriente
cultural que nos ciega. Y lo peor es que es una “desviación santa”, porque no
tenemos conciencia de que Navidad es otra cosa y actuamos equivocadamente.
1.- Espera y esperanza.
Las promesas.
Navidad nos evoca la humanización de Dios. Algo que, comprendido, aunque sólo sea superficialmente, nos ayudaría a recuperar su verdadero espíritu y celebrarla de forma que nos sintamos animados para alcanzar las promesas que pueden hacernos verdaderamente felices, sin dejar en nosotros, cuando llega enero, ese vacío de las cosas temporales que no satisfacen. Dios que se humaniza, no es cuestión de un hecho puntual, de sorpresa casual, de algo que aparece como un meteorito caído inesperadamente del cielo.
Así aparece en la
genealogía con que comienza Mateo su Evangelio (cf. Mat 1,1). Pero hay una
diferencia fundamental. David es engendrado de forma natural por Jesé, pero al
hablar de Jesús, el Evangelio dice que nació virginalmente de María (cf. Mt
1,16.23). Se corta la genealogía según la carne, para aparecer la descendencia
según el espíritu.
El Mesías será el
hombre del Espíritu, como los profetas y más que ellos:
“Sobre él reposará el
Espíritu del Señor, espíritu de sensatez e inteli-gencia, espíritu de valor y
de prudencia, espíritu de conocimiento y respeto del Señor. No juzgará por
apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará con justicia a los desvalidos
y dictará sentencias justas a favor del pobre” (Is 11,2-4a).
En este texto aparecen tres bienes fundamentales que caracterizan a la persona y obra del Mesías, los cuales es necesario tener en cuenta para comprender lo que significa la presencia de Dios entre nosotros y recuperar su sentido original y el verdadero espíritu de Navidad.
a) Justicia
El Mesías vendrá para
implantar la justicia (mispat). En la Sagrada Escritura, esta palabra significa
que los poderosos respeten el derecho de los pobres y débiles, de los
marginados y excluidos. Por su situación so-cial, tendrán la preferencia del
Mesías y hacia ellos se inclina la justicia que Dios ofrece a todos, para que
se reintegren en un pueblo y en una sociedad de iguales. Ésta ha de ser también
la norma suprema de la conducta humana, de la voluntad de Dios para nosotros,
su ley, el “camino del Señor”: velar por los pobres e integrar a los excluidos
(cf. Haag, Justicia, Diccionario de la Biblia).
Por eso, dice Isaías:
El Mesías “no juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará con justicia a los desvalidos y dictará sentencias justas a favor del pobre” (Is 11,3-4a). Y continúa indicando cómo el Mesías hará justicia a los pobres: “Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al culpable. Tendrá como cinturón la justicia y la verdad será el ceñidor de sus caderas” (Is 11,4b-5).
La opción por el pobre
ha de realizarse impidiendo aquello que le mantiene en situación de opresión e
inferioridad.
b) Paz
Como fruto de la
justicia, brotará la paz: “La paz es fruto de la justicia” (Is 32,17, cf. 9,6).
La paz bíblica (shalóm), no es ausencia de guerra, lo cual puede lograrse
también por regímenes dictatoriales y represivos, o por un equilibrio de fuerzas,
sino el bienestar y prosperidad material y espiritual, tanto del individuo como
de la comunidad. Se consigue por la unidad entre todos y el aporte de cada uno.
Como consecuencia de la
justicia, se harán presentes
“la tranquilidad y seguridad para siempre… mi pueblo vivirá en paz, sus casas serán seguras y tranquilas” (ib); “no construirán para otro habite, ni plantarán para que otro coma, pues mi pueblo vivirá tanto como los árboles, y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos” (Is 65,22).
La justicia hará
posible la paz y felicidad para todos, no solo para un grupo de privilegiados,
entre los que existirá comunicación y enriquecimiento mutuos porque pondrán en
común las cualidades y talentos que cada uno tiene.
c) Armonía con la
naturaleza
La renovación
mesiánica, también tendrá repercusiones en la naturaleza:
“El lobo habitará con
el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del
león. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el
león también comerá pasto, igual que el buey” (Is 11,6-7; cf. Is 65,25).
Esto se entiende mejor
si tenemos en cuenta que la naturaleza es “nuestra casa común…, una hermana,
una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (LS 1), de la que nadie puede
prescindir para vivir y de la que todos tenemos necesidad. De la manera cómo
nos relacionemos con la naturaleza, dependerá cómo nos tratamos entre nosotros
mismos.
Dada la importancia
fundamental de la naturaleza para el ser humano y la estrecha relación que
existe entre ambos, no podía quedar al margen de la presencia y obra del
Mesías, para que todo lo que ofrece y nuestras aspira-ciones sean posibles. La
armonía con que Dios creó el universo como don para toda la humanidad, rota por
el pecado, se va a recuperar; el dominio despótico e irresponsable del hombre
sobre las criaturas, va a desa-parecer. Esto es lo que expresa con belleza
literaria el profeta Isaías al des-cribir la convivencia de los animales con el
hombre, como consecuencia de la presencia del Mesías.
El Salmo 72, que figura
entre los Salmos Mesiánicos, enumera las bendiciones que el pueblo pide a Dios
para su rey, el Mesías:
"Que gobierne a tu
pueblo con justicia y a tus humildes con equidad (v.2)... Que las montañas
traigan la paz al pueblo (v. 2)... Que él des-cienda como lluvia sobre el
césped, como aguacero que riega la tierra" (v. 6)".
El Mesías viene para
hacer realidad las aspiraciones del pueblo que se concretizan en las indicadas
por Isaías: Justicia, paz y armonía con la naturaleza.
Estos tres bienes
expresan como el “desiderátum” de los hombres a lo largo de la historia de
salvación. Por consiguiente, siguen permaneciendo actuales como objetivos a
conseguir, si queremos que la presencia de Dios humanado tenga sentido y
deseamos recuperar el espíritu de Navidad. Por eso, están presentes cuando se
realizan las promesas con el nacimiento del Mesías.
2. Realización de las
promesas: Dios humanizado.
Conocemos la historia
de la noche de Navidad, aunque superficialmente, pero sin conectarla con lo
prometido ni pensar en el contenido de este acontecimiento. Por eso, nos hemos
quedado con una fábula, un cuento que, por su composición literaria e intereses
mundanos, invita a fiesta. No hemos caído en la cuenta de que es el tiempo en
que los tres bienes fundamentales que profetizó Isaías y en esperanza, Dios
quiere que sean realidades. Para conseguirlos, nos ofrece el mejor medio, la
presencia humanizada de su Hijo entre nosotros. La narración que hacen los
Evangelios de su nacimiento, nos lo recuerdan de nuevo.
a) Justicia
Cuando el ángel del
Señor anuncia a María el nacimiento del “Hijo del Altísimo” (Lc 1,32),
inmediatamente se pone en camino para comunicar la Buena Noticia a su prima
Isabel. En este encuentro, María proclama el canto del Magnificat, en el que
aparece la gran revolución histórica que el Hijo de Dios viene a realizar
instaurando la justicia sobre la tierra:
“Despliega la fuerza de
su brazo, dispersa a los de corazón soberbio, derriba del trono a los poderosos
y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a
los ricos” (Lc 1,51-53).
Estas palabras las dice
porque “fue la promesa que ofreció a nuestros antepasados” (Lc 1,55). Jesús,
Dios humanado, va a hacer presente la justicia prometida en Isaías. Se
manifestó en la actitud preferencial que tuvo durante su vida con los pobres,
desclasados y marginados; en la invitación a vivir con transparencia y
sinceridad, a tener actitudes de acercamiento, inclusión, diálogo y
misericordia con todos.