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8 de diciembre de 2022

Recuperar el espíritu de Navidad... Tarea urgente

Angel García-Zamorano

La urgencia de recuperar el espíritu Navidad es apremiante porque hemos olvidado y perdido su sentido original y, si queremos seguir celebrando cristianamente estas fechas, tendremos que volver a él. Cierto que no faltan Misas, procesiones, posadas, belenes, etc., pero se quedan en ritos sin contenido, fruto de una corriente cultural que nos ciega. Y lo peor es que es una “desviación santa”, porque no tenemos conciencia de que Navidad es otra cosa y actuamos equivocadamente.

Dos o tres meses antes de esta fecha, nuestra sociedad neocapitalista y consumista, ya está presentando “ofertas navideñas” y exhibiendo luces, figuras y adornos que hacen alusión a este tiempo, con la intención de deslumbrarnos y desviar nuestra atención de lo principal. No digo que “hacen alusión a Navidad”, porque nada de eso tiene que ver con la Navidad cristiana. De ahí la necesidad imperiosa de recuperar su espíritu y dejar de lado todo lo que la desfigura y deforma, como fiestas profanas, gastos inútiles, caprichos efímeros y perecederos, propio de un ambiente mundano, para cambiarlo por una celebración más evangélica. ¿Cómo hacerlo posible? Para conseguir este propósito es necesario situar Navidad en su contexto bíblico e histórico.

1.- Espera y esperanza. Las promesas.

Navidad nos evoca la humanización de Dios. Algo que, comprendido, aunque sólo sea superficialmente, nos ayudaría a recuperar su verdadero espíritu y celebrarla de forma que nos sintamos animados para alcanzar las promesas que pueden hacernos verdaderamente felices, sin dejar en nosotros, cuando llega enero, ese vacío de las cosas temporales que no satisfacen. Dios que se humaniza, no es cuestión de un hecho puntual, de sorpresa casual, de algo que aparece como un meteorito caído inesperadamente del cielo.

El profeta Isaías (11,1-9), es el que va delineando con más claridad la figura del Mesías esperado por el pueblo judío y la misión que viene a realizar. No lo habían esperado siempre. Isaías es el primero que anuncia un rey parecido a David, pero superior a él. El texto citado le presenta como un brote que sale de la raíz, después de cortado el árbol. Así da a entender que los presentes reyes, pecadores y poco creyentes, van a desaparecer. El Enmanuel, más que un descendiente de David, será un nuevo David, se le llamará hijo de Jesé, como David.

Así aparece en la genealogía con que comienza Mateo su Evangelio (cf. Mat 1,1). Pero hay una diferencia fundamental. David es engendrado de forma natural por Jesé, pero al hablar de Jesús, el Evangelio dice que nació virginalmente de María (cf. Mt 1,16.23). Se corta la genealogía según la carne, para aparecer la descendencia según el espíritu.

El Mesías será el hombre del Espíritu, como los profetas y más que ellos:

“Sobre él reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sensatez e inteli-gencia, espíritu de valor y de prudencia, espíritu de conocimiento y respeto del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará con justicia a los desvalidos y dictará sentencias justas a favor del pobre” (Is 11,2-4a).

En este texto aparecen tres bienes fundamentales que caracterizan a la persona y obra del Mesías, los cuales es necesario tener en cuenta para comprender lo que significa la presencia de Dios entre nosotros y recuperar su sentido original y el verdadero espíritu de Navidad.

a) Justicia

El Mesías vendrá para implantar la justicia (mispat). En la Sagrada Escritura, esta palabra significa que los poderosos respeten el derecho de los pobres y débiles, de los marginados y excluidos. Por su situación so-cial, tendrán la preferencia del Mesías y hacia ellos se inclina la justicia que Dios ofrece a todos, para que se reintegren en un pueblo y en una sociedad de iguales. Ésta ha de ser también la norma suprema de la conducta humana, de la voluntad de Dios para nosotros, su ley, el “camino del Señor”: velar por los pobres e integrar a los excluidos (cf. Haag, Justicia, Diccionario de la Biblia).

Por eso, dice Isaías:

El Mesías “no juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará con justicia a los desvalidos y dictará sentencias justas a favor del pobre” (Is 11,3-4a). Y continúa indicando cómo el Mesías hará justicia a los pobres: “Su palabra derribará al opresor, el soplo de sus labios matará al culpable. Tendrá como cinturón la justicia y la verdad será el ceñidor de sus caderas” (Is 11,4b-5).

La opción por el pobre ha de realizarse impidiendo aquello que le mantiene en situación de opresión e inferioridad.

b) Paz

Como fruto de la justicia, brotará la paz: “La paz es fruto de la justicia” (Is 32,17, cf. 9,6). La paz bíblica (shalóm), no es ausencia de guerra, lo cual puede lograrse también por regímenes dictatoriales y represivos, o por un equilibrio de fuerzas, sino el bienestar y prosperidad material y espiritual, tanto del individuo como de la comunidad. Se consigue por la unidad entre todos y el aporte de cada uno.

Como consecuencia de la justicia, se harán presentes

“la tranquilidad y seguridad para siempre… mi pueblo vivirá en paz, sus casas serán seguras y tranquilas” (ib); “no construirán para otro habite, ni plantarán para que otro coma, pues mi pueblo vivirá tanto como los árboles, y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos” (Is 65,22).

La justicia hará posible la paz y felicidad para todos, no solo para un grupo de privilegiados, entre los que existirá comunicación y enriquecimiento mutuos porque pondrán en común las cualidades y talentos que cada uno tiene.

c) Armonía con la naturaleza

La renovación mesiánica, también tendrá repercusiones en la naturaleza:



“El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas, pues el león también comerá pasto, igual que el buey” (Is 11,6-7; cf. Is 65,25).

Esto se entiende mejor si tenemos en cuenta que la naturaleza es “nuestra casa común…, una hermana, una madre bella que nos acoge entre sus brazos” (LS 1), de la que nadie puede prescindir para vivir y de la que todos tenemos necesidad. De la manera cómo nos relacionemos con la naturaleza, dependerá cómo nos tratamos entre nosotros mismos.

Dada la importancia fundamental de la naturaleza para el ser humano y la estrecha relación que existe entre ambos, no podía quedar al margen de la presencia y obra del Mesías, para que todo lo que ofrece y nuestras aspira-ciones sean posibles. La armonía con que Dios creó el universo como don para toda la humanidad, rota por el pecado, se va a recuperar; el dominio despótico e irresponsable del hombre sobre las criaturas, va a desa-parecer. Esto es lo que expresa con belleza literaria el profeta Isaías al des-cribir la convivencia de los animales con el hombre, como consecuencia de la presencia del Mesías.



El Salmo 72, que figura entre los Salmos Mesiánicos, enumera las bendiciones que el pueblo pide a Dios para su rey, el Mesías:

"Que gobierne a tu pueblo con justicia y a tus humildes con equidad (v.2)... Que las montañas traigan la paz al pueblo (v. 2)... Que él des-cienda como lluvia sobre el césped, como aguacero que riega la tierra" (v. 6)".

El Mesías viene para hacer realidad las aspiraciones del pueblo que se concretizan en las indicadas por Isaías: Justicia, paz y armonía con la naturaleza.

Estos tres bienes expresan como el “desiderátum” de los hombres a lo largo de la historia de salvación. Por consiguiente, siguen permaneciendo actuales como objetivos a conseguir, si queremos que la presencia de Dios humanado tenga sentido y deseamos recuperar el espíritu de Navidad. Por eso, están presentes cuando se realizan las promesas con el nacimiento del Mesías.

2. Realización de las promesas: Dios humanizado.

Conocemos la historia de la noche de Navidad, aunque superficialmente, pero sin conectarla con lo prometido ni pensar en el contenido de este acontecimiento. Por eso, nos hemos quedado con una fábula, un cuento que, por su composición literaria e intereses mundanos, invita a fiesta. No hemos caído en la cuenta de que es el tiempo en que los tres bienes fundamentales que profetizó Isaías y en esperanza, Dios quiere que sean realidades. Para conseguirlos, nos ofrece el mejor medio, la presencia humanizada de su Hijo entre nosotros. La narración que hacen los Evangelios de su nacimiento, nos lo recuerdan de nuevo.

a) Justicia

Cuando el ángel del Señor anuncia a María el nacimiento del “Hijo del Altísimo” (Lc 1,32), inmediatamente se pone en camino para comunicar la Buena Noticia a su prima Isabel. En este encuentro, María proclama el canto del Magnificat, en el que aparece la gran revolución histórica que el Hijo de Dios viene a realizar instaurando la justicia sobre la tierra:

“Despliega la fuerza de su brazo, dispersa a los de corazón soberbio, derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lc 1,51-53).



Estas palabras las dice porque “fue la promesa que ofreció a nuestros antepasados” (Lc 1,55). Jesús, Dios humanado, va a hacer presente la justicia prometida en Isaías. Se manifestó en la actitud preferencial que tuvo durante su vida con los pobres, desclasados y marginados; en la invitación a vivir con transparencia y sinceridad, a tener actitudes de acercamiento, inclusión, diálogo y misericordia con todos.