Cartas y visitas
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS
Mientras recogía el
Nacimiento y el Árbol de Navidad metiéndolos, como cada año, en las cajas donde
dormirán a la espera de la siguiente celebración, dos palabras me empezaron a
resonar con fuerza: cartas y visitas.
No se trata de palabras
al azar. Cada una de ellas me ha traído recuerdos, alegría, discernimiento a
futuro y ganas de compartir.
Me siento muy
afortunada por haber recibido estas Navidades cuatro cartas con letra humana.
Así es como llamo yo a las cartas que llegan al buzón de casa, anunciando en el
sobre que han sido escritas a mano con bolígrafo o, ya rizando el rizo, con
pluma estilográfica. Sí, soy una romántica y más en este tiempo tan tecnológico
que hace que añore ciertas cosas de forma muy especial.
Alguien podrá decir que
soy una antigua, con todo su derecho, pero yo con el mío no me corto en decir
que me encanta recibirlas las pocas veces que llegan, comparando con los
cientos de whatsapps que aterrizaron en mi móvil en el mismo espacio de tiempo
en que he recibido las cuatro cartas con letra humana.
Si las recojo
personalmente del buzón subo en el ascensor abriéndolas, no puedo esperar. Si
las recoge alguien de mi familia me anuncian por el pasillo de casa: “Tienes
una carta con letra humana”.
Hay un no sé qué de
cercanía, de algo artesanal inspirado en quien lo va a recibir. Se percibe un
estar semejante a la calidez de una buena conversación alrededor de una mesa,
con café caliente o bebida con hielo, según el tiempo.
Las cartas recibidas me han retado a tomarme en serio el escribir alguna carta de estas que me gustan tanto; tengo la impresión de que a quien le llegue, como poco, le sorprenderá.
Vamos con la segunda
palabra. He recibido dos visitas de mis dos amigas más antiguas. Nos vemos con
frecuencia, pero suele ser fuera de casa. En esta ocasión mi pierna izquierda
no me permitía moverme con normalidad. Así es que una se presentó un día y la
otra, dos días después.
He recordado lo poco
que me gustaba que me llevaran de visita cuando era una niña, me aburría
muchísimo, salvo que hubiera gente pequeña y pudiera jugar. Pero el recuerdo de
la infancia me acercó al valor de visitar a enfermos, ancianos y personas que
atraviesan momentos de dificultad.
He valorado el tiempo
que regalaban mi madre y mis tías acompañando a quienes se encontraban en cama
o en casa por enfermedades de larga duración. Y ha vuelto a mi memoria el hecho
de que una de mis tías ayudaba en su parroquia llevando la comunión a quienes
no podían asistir a las misas porque su enfermedad les hacía estar postradas en
cama o con alta dificultad de movimiento.
Visitar no es lo mismo
que quedar. Visitar tampoco es lo mismo que verse en pantalla (video llamada,
zoom, etc.). Visitar implica cercanía. Visitar es adentrarse en la realidad del
otro, regalando tiempo, abriéndose a la escucha y al buen compartir. En la
visita se practica la acogida y la hospitalidad.
En la Biblia hay casos
de visitas muy interesantes. María visitó a Isabel. Jesús visitó a la suegra de
Pedro. Sin olvidar a los tres visitantes de Mambré.
Es bueno recordar que
visitar a los enfermos es una de las obras de misericordia.
¿Cómo entender el
sentido de la visita en sociedades cada vez más cerradas en sí mismas? ¿Nos
visitamos de forma personal? ¿Nos visitamos como grupos, comunidades,
fraternidades dentro de la propia Iglesia?
Me salen preguntas al
aire y a ellas tendré que volver, previo viaje silencioso a los textos de las
tres visitas citadas.
Quizás después de todo
lo dicho, alguien pueda pensar que estoy en contra de las nuevas tecnologías.
Le digo que no.
Esto lo escribí en el ordenador, se publica en Eclesalia y será difundido en las redes. Pero elijo no enterrar ni las cartas con letra humana ni las visitas en tres dimensiones. Creo que no son cosas incompatibles mientras no perdamos el control de nuestro tiempo y la forma de usarlo.