CREER, ¿PARA QUÉ?
DIOS PERDONA SIEMPRE
Es difícil vivir a
gusto con Dios y disfrutar con la fe si uno no cree de verdad en su perdón. No
sé cómo te entiendes tú con Dios, pero me he encontrado con bastantes personas
que se han ido alejando poco a poco de Dios porque no se sentían bien con él.
Nadie les ha ayudado a
creer en su perdón. Nos imaginamos que Dios es más o menos como nosotros: queremos
a una persona cuando su manera de ser y de comportarse nos agrada, pero, si nos
desagrada, la rechazamos.
Creemos que a Dios le
pasa lo mismo. Casi sin darte cuenta piensas que es como tú, que solo sabe
amarnos si respondemos fielmente a sus deseos.
Pero Dios no es así. No
tiene un corazón tan pequeño como tú y como yo. ¡Dios es Dios! Nunca podremos
imaginar cómo nos comprende, nos ama y nos perdona. Su perdón es incondicional e
inmerecido. No tienes que hacer nada para lograrlo. Solo una cosa: dejarte
perdonar.
Hacia la Pascua del año
57, Pablo de Tarso escribió una carta a los cristianos de la ciudad de Corinto.
Al explicarles cómo es el amor verdadero, les dice que <<el amor no lleva
cuentas del mal>>. Si alguien sabe amar de verdad, ese es Dios: él único
que no lleva cuentas del mal.
Si piensas que Dios
vive anotando con todo detalle tus errores y pecados, si crees que está resentido
contigo porque tu vida no es como debería ser, si te imaginas que está enfadado
porque has cometido pecados que a ti mismo te avergüenzan, estás totalmente
equivocado... Dios no es así.
Entonces, ¿no importa eso de pecar o no pecar?, ¿da todo igual?
En absoluto. El pecado
te hace mucho más daño, y tú lo sabes. Te deshumaniza, te encierra en ti mismo,
te distancia hasta de tus seres más queridos, no te deja vivir con dignidad.
Por eso Dios siempre
está ahí ofreciéndote su perdón. Él no cambia. Te quiere. Te espera. Desea lo
mejor para ti. No es Dios quien tiene que cambiar para empezar a mirarte con
más amor y comprensión. Eres tú el que tienes que volver a él con fe.
¿Qué haces cuando tu
conciencia te dice claramente que has actuado mal? Una salida fácil es echarle
la culpa a los demás; justificarte de alguna manera; pensar que no te has
comportado tan mal, que es muy difícil ser honesto en esta sociedad. Todo sirve
para tranquilizar nuestra conciencia.
Pero no siempre vale.
Hay momentos en que te sientes culpable y no te puedes engañar: has sido
injusto con una determinada persona, has hecho daño a tus hijos, estás actuando
de manera egoísta, has engañado a tu esposo o a tu esposa… No debes seguir así.
El que mejor lo sabe eres tú. ¿Qué puedes hacer?
Lo primero es reconocer
tu pecado. Llama a las cosas por su nombre. No tengas miedo de confesarte
<<pecador>> ante Dios.
Hazlo sin angustia y sin
remordimientos estériles. El remordimiento no es cristiano: te encierra en tu
culpa, te puede hundir, no te da fuerzas para cambiar. El arrepentimiento ante Dios
es otra cosa: te ayuda a abrirte con confianza a su perdón, te va llenando de
paz, te empieza a dar fuerzas para cambiar poco a poco tu vida.
Estoy convencido de que
la experiencia del perdón es una de las más fundamentales para crecer como
persona. El que no conoce el gozo de saberse perdonado corre el riesgo de vivir
<<huyendo>> de sí mismo, sin bajar nunca al fondo de su corazón,
sin saber dónde encontrar fuerza para vivir de manera más limpia y gozosa.
Habrá momentos en los
que también tú necesitarás en lo más hondo de ti mismo reconocer sinceramente
tu pecado, saberte comprendido por Dios, experimentar su perdón y sentirte aceptado
por tus errores y miserias. Entonces te darás cuenta de que es una suerte creer
en Dios y disfrutar de su perdón.
Dios es compasivo y
clemente,
paciente y
misericordioso…
No nos trata como
merecen nuestros pecados
ni nos paga según
nuestras culpas…
Como un padre siente
ternura por sus hijos,
así siente ternura el
Señor por sus fieles,
pues él conoce cómo
estamos hecho
y se acuerda de que
somos barro.
SALMO 103
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.