OJOS NUEVOS
En aquel tiempo, al
pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Entonces, escupió en la
tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo:
<<Ve a lavarte a la piscina de Siloé>> (que significa Enviado). Él
fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo
pedir limosna preguntaban: << ¿No es ese el que se sentaba a
pedir?>>. Unos decían: <<El mismo>>. Otros decían: <<No
es él, pero se le parece>>. Él respondía: <<Soy yo>>.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús
hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban como había
adquirido la vista. Él les contestó: <<Me puso barro en los ojos, me lavé
y veo>>.
Algunos de los fariseos
comentaban: <<Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el
sábado>>. Otros replicaban: <<¿Cómo puede un pecador hacer
semejantes signos?>>. Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al
ciego: <<Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?>>. Él
contestó: <<Que es un profeta>>. Le replicaron: <<Has nacido
completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?>>. Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: <<¿Crees tú en el Hijo del hombre?>>. Él contestó: <<¿Y quién es, Señor, para que crea en él?>>. Jesús le dijo: <<Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es>>. Él dijo: <<Creo, Señor>>. Y se postró ante él. (Juan 9,1-41).
CAMINOS HACIA LA FE
El relato es
inolvidable. Se le llama tradicionalmente la <<curación del ciego de
nacimiento>>, pero es mucho más, pues el evangelista nos describe el
recorrido interior que va haciendo un hombre perdido en tinieblas hasta
encontrarse con Jesús, <<Luz del mundo>>.
No conoce la luz. No la
ha visto nunca. No puede caminar ni orientarse por sí mismo. Su vida transcurre
en tinieblas. Nunca podrá conocer una vida digna.
Un día Jesús pasa por su vida. El ciego está tan necesitado que deja que le trabaje sus ojos. No sabe quién es, pero confía en su fuerza curadora. Siguiendo sus indicaciones, limpia su mirada en la piscina de Siloé y, por primera vez, comienza a ver. El encuentro con Jesús va a cambiar su vida. Jesús hace bien incluso a aquellos que solo lo reconocen como hombre.
Los fariseos,
entendidos en religión, le piden toda clase de explicaciones sobre Jesús. Él
les habla de su experiencia: <<Solo sé una cosa: que era ciego y ahora
veo>>. Le preguntan que piensa de Jesús, y él les dice lo que siente:
<<Que es un profeta>>. Lo que ha recibido de él es tan bueno que
ese hombre tiene que venir de Dios. Así vive mucha gente sencilla su fe en Jesús.
No saben teología, pero sienten que ese hombre viene de Dios.
El mendigo está dispuesto a creer, pero se encuentra más ciego que nunca: <<¿Y quién es, Señor, para que crea en él?>>.
Jesús le dice: <<Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es>>. Al ciego se le abren ahora los ojos del alma. Se postra ante Jesús y le dice: <<Creo, Señor>>. Solo escuchando a Jesús y dejándonos conducir interiormente por él vamos caminando hacia una fe más plena y también más humilde.
JESÚS ES PARA EXCLUIDOS
Es <<ciego de
nacimiento>>. Su destino es vivir en tinieblas. El evangelista dice que
Jesús es nada menos que la <<Luz del mundo>>.
Jesús trabaja los ojos
del pobre ciego con barro y saliva para infundirle su fuerza vital. La curación
no es automática. También el ciego ha de colaborar. Hace lo que Jesús le
indica: se lava los ojos, limpia su mirada y comienza a ver.
Cuando los fariseos y
entendidos en religión le acosan con sus preguntas, el hombre contesta con toda
sencillez: pienso que <<es un profeta>>. No lo sabe muy bien, pero
alguien capaz de abrir los ojos tiene que venir de Dios. Entonces los fariseos
se enfurecen, lo insultan y lo <<expulsan>> de su comunidad religiosa.
La reacción de Jesús es
conmovedora. << Cuando se enteró de que lo habían echado fuera, fue a
buscarlo>>. Así es Jesús. No lo hemos de olvidar nunca: el que viene al
encuentro de los hombres y mujeres que no son acogidos por la religión. Jesús
no abandona a quien lo busca y lo ama, aunque sea excluido de su comunidad
religiosa.
Según el evangelista, esta historia sucedió en Jerusalén hacia el año treinta, y sigue ocurriendo hoy entre nosotros en el siglo XXI.
OJOS NUEVOS
Los fariseos creen
saberlo todo. No dudan de nada. Imponen su verdad. Llegan incluso a expulsar de
la sinagoga al pobre ciego.
A Jesús le da miedo una
religión defendida por escribas seguros y arrogantes, que manejan autoritariamente
la Palabra de Dios para imponerla, utilizarla como arma o incluso excomulgar a quienes
sienten de manera diferente. Teme a los doctores de la ley, más preocupados por
<<guardar el sábado>> que por <<curar>> a mendigos
enfermos.
Teólogos, predicadores,
catequistas y educadores, que pretendemos <<guiar>> a otros sin tal
vez habernos dejado iluminar nosotros mismos por Jesús, ¿no hemos de escuchar
su interpelación? ¿Vamos a seguir repitiendo incansablemente nuestras doctrinas
sin vivir una experiencia personal de encuentro con Jesús que nos abra los ojos
y el corazón?
Nuestra Iglesia no
necesita hoy predicadores que llenen las iglesias de palabras, sino testigos
que contagien, aunque sea de manera humilde, su pequeña experiencia del
evangelio.
Necesitamos creyentes de verdad, atentos a la vida y sensibles a los problemas de las gentes, buscadores de Dios capaces de escuchar y acompañar con respeto a tantos hombres y mujeres que sufren, buscan y no aciertan a vivir de manera más humana ni más creyente.
BUSCAR LA LUZ
No estamos hechos para
vivir en la oscuridad. No queremos aceptar el misterio. Pero el misterio está
presente en lo más profundo de nuestra vida.
El ser humano se ha ido abriendo camino en la historia tratando de iluminar la experiencia con su razón. Y ciertamente ha dado pasos gigantescos. La humanidad ha ido acumulando cada vez más datos, ha organizado esos datos en sistemas y ciencias cada vez más complejos, y los ha transformado en técnicas cada vez más poderosas para dominar el mundo y la vida.
Y, sin embargo, la
razón es una luz que nos deja todavía en tinieblas. La razón puede explicarlo
todo menos a sí misma. Se diría que el ser humano lo puede conocer y dominar
todo, pero no puede conocer y dominar su origen ni su destino último.
Los científicos más
avanzados de nuestro siglo se encuentran tan impotentes como los humildes pobladores
del paleolítico para responder a las preguntas decisivas del ser humano. ¿Cuál
es el destino último de la humanidad? ¿Qué va a ser de todos y cada uno de
nosotros? ¿Es la vida un paréntesis entre dos grandes <<vacíos>>?
¿Nos espera algo o
alguien más allá de la muerte? Lo más racional sería reconocer que nuestra vida
se mueve humildemente en el horizonte de lo desconocido.
Es en este horizonte
donde se sitúa el creyente. No como alguien que pretende <<ver>>y <<explicar>>
el enigma último de la existencia, sino como un ciego que busca luz, se deja
iluminar por Jesús y se atreve a enfrentarse con confianza al misterio de la
vida porque cree en un Padre.
Es entonces cuando,
lejos de palabras vacías y falsas seguridades, hemos de adoptar una postura
humilde y sincera de búsqueda, como aquel ciego de nacimiento que se dejó
iluminar por Jesús.
También hoy él puede hacer que <<los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos>>.
TESTIGO DE LA VERDAD
Jesús no solo dice la
verdad. Cree en la verdad y la busca. Está convencido de que la verdad humaniza
a todos.
Por eso no tolera la
mentira o el encubrimiento. No soporta la tergiversación o las manipulaciones.
Jesús se convertirá en <<voz de los sin voz, y voz contra los que tienen
demasiada voz>>
(Jon Sobrino).
Jesús va siempre al
fondo de las cosas. Habla con autoridad porque habla desde la verdad. No
necesita presionar a nadie.
Basta su verdad. No
grita contra los ignorantes, sino contra los que falsean interesadamente la
verdad para actuar de manera injusta.
Jesús invita a buscar
la verdad. No habla como los fanáticos, que la imponen, ni como los
funcionarios, que la <<defienden>> por obligación.
Cuando este hombre
habla de un Dios que quiere una vida digna para los más desgraciados e
indefensos, se hace creíble.
Según el cuarto
evangelio, Jesús dice: <<Yo he venido a este mundo para que los que no
ven, vean, y los que ven, se queden ciegos>>. Es así. Cuando reconocemos
nuestra ceguera y acogemos su Evangelio, comenzamos a ver la verdad.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.