El imperio mediático y la pandemia de la mentira
Por: María Fernanda Barreto
La campaña contra las
políticas de China para enfrentar el Covid es un claro ejemplo de cómo la
guerra comunicacional es parte de la guerra multidimensional. | Foto: Xinhua
Su poderío ha aumentado
con la masificación de los dispositivos a través de los cuáles logran crear la
ilusión de la libertad de comunicación, mientras esparcen mentiras y manipulan
la opinión pública.
El monopolio, como
característica del capitalismo, tiene una de sus máximas expresiones en la
concentración actual de la propiedad de las corporaciones mediáticas y la
consecuente unificación de su línea editorial. La visión distorsionada de la
realidad difundida cada vez más masivamente como única y verdadera, ha logrado
convertir a la mayor parte de la humanidad en férrea defensora del supuesto
derecho de quienes representan cerca del 1 % de la población mundial, a explotarle,
oprimirle, masacrarle y hasta a depredar el ecosistema, a pesar de que
ello esté condenándonos a la extinción.
Como agravante, no
solamente se ha hiper concentrado la propiedad de los llamados “medios de
comunicación de masas” en los países occidentales, si no que además, las
principales corporaciones mediáticas se han convertido en empresas trasnacionales
que poco a poco han ido copando el mercado mundial al tiempo que devoran
medianas y grandes empresas de los países subordinados, imponiendo contenidos
que llegan a los territorios más remotos.
En reiteradas ocasiones
hemos referido a estos monopolios como “carteles” porque su inmenso poder
político que es poco cuestionado, está alineado a los intereses imperialistas y
se han organizado eficientemente contra los intereses populares, operando cada
vez más criminalmente, como armas de guerra. Esto sumado a la mencionada
concentración de la propiedad en permanente crecimiento, los convierte en
organizaciones mafiosas que, como agravante, suelen ser parte de conglomerados
empresariales en los que se incluyen empresas bancarias, constructoras, minero
energéticas e incluso, contratistas militares y de seguridad privadas, es
decir, actividades económicas directa o indirectamente relacionadas con la
guerra y el narcotráfico.
Su poderío ha aumentado
con la masificación de los dispositivos a través de los cuáles logran crear la
ilusión de la libertad de comunicación, mientras esparcen mentiras y manipulan
la opinión pública con operaciones psicológicas que nos permiten afirmar que,
si bien la comunicación siempre ha sido parte importante de la guerra, nunca
como ahora había sido estudiada y calibrada hasta convertirse en un arma de
destrucción masiva, imprescindible en las guerras de nueva generación.
Los carteles mediáticos
no abandonan los medios tradicionales como la radio que continúa llegando a
rincones del planeta donde otras tecnologías aún no llegan, pero su alcance y
efectividad se han perfeccionado con las nuevas tecnologías de comunicación e
información que han logrado convertir al ciberespacio en un teatro de
operaciones de altísimo valor militar.
Aunque en el campo de la comunicación de masas, occidente siempre estuvo varios pasos adelante en la llamada “guerra fría”, en las últimas tres décadas, el poder unipolar del imperio capitalista concentrado en los Estados Unidos, expresa groseramente su hegemonía en el control casi absurdo del discurso mediático mundial. Por eso en un artículo anterior, señalamos que es sumamente preocupante cómo la opinión pública mundial está siendo manipulada por esas grandes corporaciones mediáticas, cada vez más masificadas a través de las redes sociales y condicionadas por los algoritmos de una inteligencia artificial que aprende a controlarnos con cada búsqueda en Internet.
Los carteles mediáticos
al servicio de la OTAN
La Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN), brazo armado del mundo unipolar en crisis,
no subestima el uso de estas armas ni mucho menos abandona lo que se podría
denominar, como el “cibercampo de operaciones”.
El antropólogo
mexicano Gilberto López y Rivas, a quién tuvimos la
oportunidad de entrevistar hace unos años, estudioso de la llamada “guerra
contrainsurgente” de los Estados Unidos, señala en uno de sus libros que el manual de contrainsurgencia
estadounidense “no descuida el papel de la prensa y los medios de comunicación
masivos en los esfuerzos contrainsurgentes, entre ellos, por supuesto, el
Servicio de Información de Estados Unidos (USIA), al cual se le asigna la tarea
de influir en la opinión pública de otras naciones en favor de los objetivos ya
señalados de la política exterior de su gobierno, publicitando sus acciones,
haciendo contra propaganda a las opiniones hostiles a Estados Unidos,
coordinando las operaciones sicológicas abiertas bajo la guía del Departamento
de Estado.”
Pero esta guerra
contrainsurgente estadounidense no se limita a atacar organizaciones populares
insurgentes sino que se extiende a los Estados cuyos gobiernos se nieguen a
subordinarse a las políticas coloniales de la Casa Blanca y peor aún si éstos
se acercan a las potencias emergentes. De ese temor nace en el siglo XIX la
Doctrina Monroe relanzada en los últimos años sobre Nuestra América, y explica
por qué en ese mismo texto, López y Rivas agrega que el informe JOE 2008 (Joint Operating Environment del
Ministerio de Defensa de los EE.UU.) “ identifica a China como un
competidor potencial militar en el futuro y la más seria amenaza para los
Estados Unidos, porque los chinos pueden entender a América (sic), sus
fortalezas y debilidades, mucho mejor que los americanos (sic) entienden a los
chinos.” Y así la continua identificando, junto a Rusia e Irán, en el último
informe de esta misma instancia JOE 2035.
Un argumento más para
comprender el origen de la arremetida mediática contra China, Rusia e Irán que
se ha desatado en los últimos años desde estos carteles mediáticos
occidentales, y también la que han sostenido contra Cuba, Venezuela y
Nicaragua, así como toda forma de insurgencia popular en la región.
Los altos niveles
de sinofobia, rusofobia e islamofobia que han
logrado sembrar en su propia población, evidencian que son los propios pueblos
de los países OTAN el primer objetivo de esas operaciones. Todo como parte de
las acciones militares que realiza para mantener el mundo unipolar y evitar la
emergencia de nuevas potencias. La multipolaridad, expresión mínima de
democracia mundial, es claramente contraria a sus intereses.
La guerra mediática
contra China y su evolución de la mentira a la confusión
Un claro ejemplo de
esta guerra mediática, es el uso de la pandemia de la Covid-19 para atacar a
China. El gobierno estadounidense acusó a China de crear el virus en un
laboratorio y dispersarlo sobre su propia población adrede y a pesar de que sus
propios estudios de inteligencia descartaron esa posibilidad, el argumento
siguió usándose para diseminar la sinofobia mientras Rusia y China denunciaban,
esto sí con evidencias, que en Ucrania se encontraban más de veinte
laboratorios biológicos estadounidenses que, según denunció la cancillería
china, hacían parte de cerca de 336 que Estados Unidos posee en 30 países. Pero
a pesar de las evidencias en ambos casos, la matriz contra China se ha
mantenido porque la rigurosidad de las informaciones es cada vez menos
importante en un mundo dominado por este imperialismo mediático.
Esta es solo una más de
las operaciones bélicas desatadas en defensa del mundo unipolar y su evolución
en estos tres años de pandemia, nos da elementos interesantes sobre las nuevas
modalidades de la guerra. El discurso impuesto ha ido desde culpar a China por
la pandemia, criticarla por la política “cero Covid” que implementó el gobierno chino
para maximizar la protección de la seguridad y la salud de las personas,
argumentando la vulneración de las libertades individuales. Según declaraciones
del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian la
campaña “cero Covid” se limitaba a contener la pandemia en el menor tiempo
posible con el menor costo social, sin embargo, ahora que se han levantado
varios de los controles implementados para tal fin, se le critica al gigante
asiático por levantar dicha política, acusándolo de descuidar a su población
sin el más mínimo argumento de autoridad posible.
Los números hablan
solos y demuestran la inmoralidad de esa crítica. Según las cifras de la
Universidad estadounidense de Medicina John Hopkins,
que de ningún modo pueden ser acusadas de parcializarse con un país no alineado
con los Estados Unidos, en China un país con aproximadamente 1.400.000.000 de
habitantes han muerto desde el origen de la pandemia hasta ahora 16.348
personas (cifra superior a las oficiales), mientras que en Estados Unidos con
alrededor de 332.000.000 de habitantes han fallecido 1.087.410 personas en el
mismo periodo de tiempo, es decir que aun teniendo aproximadamente el 4 % de la
población mundial, las víctimas del Covid en la nación norteamericana se
acercan al 20 % de las cifras oficialmente reportadas ante la Organización
Mundial de la Salud. Además muchas de las medidas sanitarias posibles en
territorio estadounidense se hundieron en las confrontaciones habituales entre los
dos partidos que dominan la política institucional de ese país. Las cifras de
Europa aunque menos graves, también son desoladoras, en Alemania 159.884
muertes, en Francia 161.400 y en Reino Unido 213.892.
A la luz de estos
números tan contundentes, se evidencia la inacción de los gobiernos de las
potencias occidentales ante la pandemia y la poca importancia que han dado a la
protección de la vida de sus habitantes en aras de su interés por defender la
economía. En contraste, se observa que la política de salud del gobierno chino
demostró ser sumamente exitosa, si es que salvar la vida de las personas es
importante para quien trate de evaluarla.
En cuanto a la
vacunación en China el 92.61 % de sus habitantes ha recibido al menos una dosis
mientras en Estados Unidos solo lo ha hecho el 81.24 %. La pregunta es cómo un
país donde la esperanza de vida de la población indígena se ha reducido en 6,5
años y la esperanza de vida del resto de la población estadounidense se ha
reducido en 3 años, juzga y promueve campañas contra un gobierno que ha probado
la eficiencia de sus políticas de salud y el interés por salvaguardar la vida
de su población.
Por supuesto, esta es
una pregunta retórica. La campaña contra las políticas de China para enfrentar
el Covid es un claro ejemplo de cómo la guerra comunicacional es parte de la
guerra multidimensional que el imperialismo ha desatado para defender el orden
geopolítico que logró instaurar tras la desintegración de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas. Lo curioso es que estas operaciones
mediáticas ya no requieren mentiras, ni encubrimientos, ya no son
imprescindibles las llamadas “fake news”. Ahora exhiben sus incoherencias,
descalifican en este caso a China pero no ocultan sus propias cifras ni su
ineficiencia.
La respuesta está en
que estas operaciones mediáticas han evolucionado hacia una guerra cognitiva,
mucho más compleja, cuyo objetivo ya no es “la verdad”, sino la capacidad de
las personas para comprender la realidad. Sembrar caos, desconfianza,
saturación de información (incluso veraz), manipular emociones más que razones,
son algunos de los objetivos de esta guerra que ha sistematizado el
documento “cognitive war” de François du Cluzel para The
Innovation Hub de la OTAN, que fue publicado en enero de 2021.
Las potencias que
disputan el poder al imperialismo y apuestan al mundo multipolar emergente, no
dan indicios de verdadero interés por dominar el discurso mediático mundial más
que para romper el cerco impuesto alrededor de ellos por estas mafias. Esto es
sin duda positivo para quienes no habitamos en las grandes potencias, y es un
indicio de cómo el mundo multipolar está mucho más cerca de la verdadera
democracia que este mundo que aún continúa a merced de una sola superpotencia
omnívora. Pero también implica que desde los países que hemos sido colonizados
y aún continuamos siendo super explotados, es fundamental asumir con valor
estratégico la disputa comunicacional contra esa visión distorsionada de la
realidad que imponen estos carteles mediáticos.
La lucha de “David
contra Goliat”, la dan los medios comunitarios, populares y algunos medios
alternativos. Pero esta confrontación desproporcionada sólo puede comenzar a
equilibrarse con el apoyo a estos medios de los estados no subordinados a los
intereses imperialistas. Lo que engendra grandes desafíos y no pocas paradojas,
de las que hay pocas experiencias realmente exitosas.
La tarea se complejiza
pues ahora, además de urgir una “opinión pública” capaz de develar y confrontar
la guerra comunicacional dirigida por los carteles mediáticos y su industria
del entretenimiento, esta guerra cognitiva plantea nuevos problemas para la
resistencia, que a pesar de las premisas de esta nueva modalidad de guerra, no
debe limitarse a una solución individual sino por el contrario, sumar a una
defensa colectiva que probablemente tenga mucho que aprender de la milenaria
cultura China, las profundas raíces de la cultura persa, la árabe o la eslava y
por supuesto, de las riquísimas culturas africanas y nuestroamericanas. Estos
acumulados históricos son baluartes de una humanidad que lucha por una vida más
allá del capitalismo.