"Quieren imponer la 'teología de la prosperidad evangélica'"
Política teológica y
Teología política cristo–latinoamericana (“El cambio vendrá de Latinoamérica,
pero ¿qué cambio?” (II)
"No podemos seguir
construyendo un cristianismo fuerte, triunfalista e institucionalista que
blinde la doctrina y silencie a los incómodos"
"El Papa Francisco
nos muestra con sus escritos y denuncias que lo que el mundo necesita no es
tanto una religión oficialista sino una acción comprometida, un cristianismo
pobre y humilde que rompa con el poder idolátrico que acaba cosificando a las
personas"
"Francisco, pues,
está siendo un factor incómodo para los intereses del neoliberalismo desalmado
y para los poderes religiosos más conservadores y tradicionalistas"
"No cabe duda de
que existe un creciente interés de los poderes establecidos para que un
cristianismo extremo y fanático ocupe un lugar preponderante en la geopolítica
y macroeconomía latinoamericana"
24.02.2023 Jesús Lozano
Pino
El teólogo de la
liberación Leonardo Boff cuenta en uno de sus libros que estando en una mesa
redonda sobre religión y paz entre los pueblos quiso aprovechar la ocasión para
preguntarle al Dalai Lama cuál era la mejor religión. Lo más curioso es que,
esperando que le respondiera el budismo tibetano o las religiones orientales,
le respondió que la mejor religión era aquella que te aproxima más a Dios y al
infinito, aquella que te hace mejor. Entonces, para salir de su perplejidad
delante de tan sabia respuesta, Boff le preguntó qué es lo que nos hace mejor.
El Dalai Lama, entonces, hizo silencio, lo miró a los ojos y le respondió que
lo que nos hace mejor es siempre aquello que nos hace más compasivos y
sensibles, más desapegados, amorosos y humanitarios, más éticos… La religión
que consiga hacer eso de nosotros —sentenció el Lama— es la mejor religión.
Cuando titulé mi artículo en la publicación especial en homenaje a Gianni Vattimo para la revista Pensamiento al margen, «Dios es amor y si no, merece que lo matemos», precisamente estaba teniendo presente esta idea de religión que sostenía el Dalai Lama y que para mí es la esencia del auténtico cristianismo, una religión que dialoga y no se impone, que se ofrece pobre, débil y desarmada. No podemos seguir construyendo un cristianismo fuerte, triunfalista e institucionalista que blinde la doctrina y silencie a los incómodos.
Como observa de forma
aguda Juan A. Senent, los poderes de este mundo siempre buscan ser divinizados,
ya que eso supondría validarlos teológicamente, pero el cristiano debe tener
los pies en la tierra, estar en el mundo pero sin ser como el mundo y sus bajos
fondos de intereses y traiciones. El cristiano debe mostrar el carácter
penúltimo del poder, cuya única misión es prestar al pueblo un servicio
liberador que ayude a otros a ver el mundo en condiciones de igualdad y
justicia. Aunque los gobernantes de la Tierra se señorean y los grandes ejercen
su poder duramente sobre los débiles, no ha de ser así entre sus seguidores,
dice Jesús. Más bien, quien quiera ser el más grande, debe hacerse, como Jesús,
el más pequeño de todos, su servidor, cuestión esta que choca con muchas de las
medidas políticas y manifestaciones públicas que el líder brasileño ha llevado
a cabo en sus [cuatro] años de legislatura.
En cambio, el Papa Francisco nos muestra con sus escritos y denuncias que lo que el mundo necesita no es tanto una religión oficialista sino una acción comprometida, un cristianismo pobre y humilde que rompa con el poder idolátrico que acaba cosificando a las personas. Hay que abrir, pues, un nuevo horizonte de humanización en una lucha históricamente inacabada. Como dijo Ignacio Ellacuría en su último discurso en Noviembre de 1989, con motivo de la concesión de la UCA del premio internacional Alfonso Comín, «hay que subvertir la historia y lanzarla en otra dirección (…) porque esta civilización está gravemente enferma», entendiéndolo como afirma Rafael Narbona, «en el sentido también de reconstruir una historia que se nos antoja cada día más manipulada por los intereses de esas élites económicas que no tienen nacionalidades ni fronteras».
Este es el verdadero
problema del “evangelismo bolsonárico”, como a algunos nos gusta referirnos a
la política teológica que este líder construye desde Brasil, y que no viene
sino a situar las medidas económicas y al mercado por encima de los intereses
espirituales, solidarios y ecológicos del planeta, por más que se empache de
Biblia en muchas de sus declaraciones públicas. Como suele decir nuestra
queridísima Ángela Sierra González, estamos ante un protestantismo legitimador
de las políticas de lucro e imperialistas. Y curiosamente en todas estas
políticas que surgen en la región se dan de la mano fundamentalismo religioso y
extrema derecha.
No cabe duda de que
existe un creciente interés de los poderes establecidos para que un
cristianismo extremo y fanático ocupe un lugar preponderante en la geopolítica
y macroeconomía latinoamericana, cuya única pretensión es permitir, sin ningún
tipo de freno, las estrategias político–económicas del capitalismo salvaje
transnacional. Ello pasa necesariamente por debilitar y cercenar el nuevo
empuje que Bergoglio ha ido marcando en el horizonte de la política ecológica
mundial presentando un catolicismo más centrado en la alegría de la
evangelización–liberación que en la renuncia, las prohibiciones y el clericalismo sacramentalista; más
interesado en ver cómo podemos recomponer este mundo roto que perder el tiempo
y las energías pensando qué pueden opinar los demás o qué es lo políticamente
correcto.
Francisco, pues, está
siendo un factor incómodo para los intereses del neoliberalismo desalmado y
para los poderes religiosos más conservadores y tradicionalistas.
Prácticamente, desde que inició su Pontificado, está siendo el blanco de los
ataques de los poderes fácticos y religiosos de este mundo que ven en él un
serio obstáculo, una firme contención a las ambiciosas e ilimitadas
pretensiones capitalistas. Tanto en los medios de comunicación y en las redes
sociales como dentro de algunos sectores eclesiales y teológicos (no sólo
protestantes sino también católicos) Francisco está siendo víctima de
conspiraciones que sólo buscan desacreditar y derribar a quien señalan como
marxista enmascarado o incluso al mismísimo anticristo.
Ya, desde antes que
Francisco celebrara el Sínodo de la Amazonía en Octubre de 2019 con objeto de
defender a los pueblos indígenas y el cuidado del planeta desde una ecología
integral que permitiera incorporar las voces silenciadas y olvidadas de Abya
Yala, el líder brasileño Jair Bolsonaro se mostró beligerante contra las
palabras que había dirigido el argentino señalando que la Amazonía es un
patrimonio universal. Bolsonaro —en la cumbre del clima de la ONU que se
celebró en Nueva York— afirmó: «Es una falacia decir que la Amazonía es
patrimonio de la humanidad y es un error, como atestiguan los científicos,
decir que nuestros bosques son el pulmón del mundo».
Brasil y sectores del
propio Vaticano afearon las declaraciones y gestiones realizadas por Francisco
en el Sínodo de la Amazonía. Pero Francisco se mostró comprometido con los
territorios que son fuertemente presionados «por los grandes intereses
económicos que apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro o
monocultivos agroindustriales».
Como bien afirma
Cristianismo y Justicia, «las medidas de Bolsonaro son ataques directos a los
pueblos indígenas y descendientes de los quilombos [poblaciones negras rebeldes
durante la época de la esclavitud], y a todos sus medios de existencia». Y
existen 3 grandes ejes en el conflicto de esta crisis: por un lado, la guerra
comercial entre Estados Unidos y China, donde el agro–negocio brasileño quiere
aprovechar la oportunidad que se abrió para la exportación de granos a China.
Aquí es donde aparece el 2º eje: los intereses europeos respecto al
agro–negocio brasileño, especialmente Alemania y Francia. Ello lleva,
precisamente, al tercer eje: la disputa entre Alemania y Francia en el acuerdo
con el Mercosur.
No se nos pasa de largo que justo en el primer año de gobierno de Bolsonaro aumentasen más de un 30% los incendios en esta zona del planeta. Los enormes intereses de las industrias, junto a la falta de escrúpulos de los que prefieren mirar hacia otro lado evidencian lo que muchos tememos: que el deseo desmedido e insaciable del hombre se abre paso día a día aplastando a cualquier persona, tierra, vegetación, animal o aldea que se ponga delante en su camino, por más que estos lleven viviendo allá por generaciones... ¿No es, como poco curiosa, la coincidencia negacionista de Bolsonaro y Trump respecto al tema ecológico y al cambio climático o, lo que es peor, la actitud contra natura que expresan irónicamente ante las medidas sanitarias de la pandemia del Covid–19 promoviendo el desconfinamiento ante miles de seguidores o acusando a la OMS de incentivar la masturbación y la homosexualidad entre los niños por las medidas en este periodo, como hizo el líder brasileño?
No hace falta ser
demasiado inteligente como para sospechar, al menos, de que existen intereses
muy potentes como para no aceptar la realidad más desastrosa que está azotando
al siglo XXI: la crisis ecológica y la posible destrucción medioambiental del planeta
por la codicia y ambición ciega de unos pocos que miran egoístamente por sus
intereses particulares y los de los mercados. No se puede pasar por alto la
respuesta que dio el presidente brasileño a finales de abril al ser fuertemente
cuestionado por alcanzar Brasil el mayor número de muertos en un día: «¿Y qué?
Lo lamento. ¿Qué quieres que haga? (...) Soy Mesías, pero no hago milagros…».
El caso es que la
crisis que ha levantado el Covid–19 ha servido para destapar, entre otras
cosas, las ineficaces medidas populistas y el poco contenido político que
pueden ofrecer los polémicos partidos de extrema derecha. La pandemia ha puesto
en jaque el armazón ideológico con el que los poderes ultraconservadores se
presentaban ante el mundo: ni salvan ni saben cómo hacerlo cuando les fallan
los todopoderosos resortes económicos. Ya no sólo es que no acepten a los
diferentes ni ayuden a los débiles, sino que tampoco son capaces de estructurar
un pensamiento lógico–racional coherente, mostrándose públicamente en innumerables
ocasiones como meros bufones de la insensatez política, como cuando —al más
estilo Trump— el líder brasileño afirmó, teniendo ya evidencias claras de las
perniciosas consecuencias sanitarias, que el virus era sólo una «gripecita» o
«resfriadito».
Pero lo peor, como
insinúa Santiago Zabala, es que —desaparecidas las máscaras— dicha
incompetencia destapa un mal aún más execrable. La falta de argumentos y los
nervios que suscita no saber cómo responder ante una catástrofe de este
calibre, unida a la baja popularidad que suscita la precariedad económica y la
inseguridad social, hacen que su estabilidad política tenga que hacer
equilibrios malabares para mantenerse en el poder. Es entonces cuando se empieza a maniobrar
—sin ningún escrúpulo ni disimulo— la
manipulación a las masas disconformes sin ningún tipo de pudor, al igual que
hacía el nazismo, promocionando el odio al extranjero en base a su retórica
nacionalista. Bajo mi punto de vista, si peligroso es un lobo disfrazado de
oveja, terrible y escalofriante es ver al lobo directamente abalanzarse sobre
las víctimas…
No creo que pase
desapercibido tampoco que estamos hablando del líder de uno de los países
económicamente emergentes, aquel que forma parte del privilegiado grupo de los
BRICS. Tampoco creo que sea casualidad que Bolsonaro llegara al poder tras el
voto antipetista (en una de las recesiones más duras que ha atravesado este
país) y las maniobras contra Lula Da Silva y su famosa acusación de corrupción,
aprovechando como una tormenta perfecta el descontento popular de muchos hacia
los miembros del PT, el que se dio y el que se fomentó a través de lo que
podríamos llamar “las redes de la mentira”. A mi entender se dieron unas
circunstancias orquestadas para que Bolsonaro, un diputado mediocre que había
cambiado siete veces de partido, bautizado católico pero que acabó siendo
protestante tras casarse con su esposa (entrando a formar parte de las
exclusiva y poderosa política evangelista de Brasil) pudiera llegar a la
presidencia. Todo apunta a que hay “gato encerrado” cuando vemos a un país muy
religioso, pero laico por constitución (que lleva como consigna en su bandera
las máximas del positivismo: orden y progreso), gobernado por los poderes
ultraderechistas que se fusionan, curiosamente, con un protestantismo elitista,
intolerante y exaltado.
Un claro desencadenante
de la llegada al poder de Jair Bolsonaro fue el apoyo (¿incondicional?) que
obtuvo de Edir Macedo, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios y dueño
del segundo canal de televisión más importante de Brasil (TV Record) que ha
sido acusado por tráfico de drogas y evasión de impuestos. Muy significativo es
descubrir que dicho medio de información fue el único que pudo hacerle una
entrevista al entonces candidato Jair Bolsonaro. Pero, ¿cómo es posible que el
evangelismo sea uno de los grupos de poder más potentes en Brasil? Pues
precisamente porque los grupos religiosos, que ya eran un grupo de poder, con
la entrada de Bolsonaro al Palacio de la Alvorada aumentaron enormemente su influencia
logrando ser también parte del gobierno,
en base a los millones de votos conseguidos de las zonas pobres de Brasil.
Bolsonaro se aprovechó de la religión para llegar al poder y la religión se
aprovechó de Bolsonaro para instalarse en él. Sus soldados: un ejército
necesitado de pan con fieles defensores de la doctrina y la moral evangélica en
sus filas, y unos cuantos que saben aprovechar y sacarle políticamente partido
Es tal la influencia de un evangelismo fundamentalista en Brasil que en poco tiempo hemos contemplado una serie de medidas sin precedentes, como por ejemplo, «la escuela sin partido», como se conoce al lema que generó para revisar la historia del golpe militar de 1964 y poder así proteger a sus estudiantes de la ideología marxista. O el pronunciamiento público que hizo la ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos a favor de que la mujer sea sumisa al hombre, en una interpretación, qué menos que literalista y descontextualizada, de la Biblia. Este tipo de manifestaciones públicas, incluso legislativas, son pasos agigantados de amistad hacia las políticas norteamericanas de Donald Trump, pues anuncian la más arraigada «teología de la prosperidad evangélica» (toda riqueza es una bendición de Dios y la pobreza, un castigo) pero, sobre todo, desde el punto de vista de la estrategia norteamericana es la certificación de un nuevo y potente aliado que puede ser de gran ayuda a la hora de contener y subvertir las últimas revoluciones de la izquierda latinoamericana. Una brillante y poderosa simbiosis político-económica…
El discernimiento
personal y comunitario es una de las cosas que más echo en falta en el
fanatismo del protestantismo extremo. Como bien apunta el Papa Francisco en su
homilía del confinamiento del 7 de mayo de 2020, los cristianos deben
distinguir la inspiración divina de la sugestión del diablo. Hay que escuchar
las distintas voces plurales, por supuesto, pero también hay que saber
distinguirlas, discernir de dónde vienen y a dónde nos llevan (tarea esta que
no sólo todo creyente sino también todo político debe tener en cuenta). «La voz
maligna —afirma Francisco— seduce, agrede, obliga, suscita ilusiones
deslumbrantes, [egoístas, irracionales], emociones alentadoras, (…) La voz de
dios es una voz que tiene un horizonte, en cambio la voz del maligno te lleva a
un muro». Y mientras la voz de Dios nos invita a «ir más allá de nuestro yo
para encontrar el verdadero bien, la paz (…), el mal no dona jamás paz, causa
ímpetu primero y deja amargura después». Como refiere Francisco al final de su
homilía, la voz del buen pastor (nunca mejor dicho en el contexto de este
artículo) nos hace salir de nuestros egoísmos y nos saca a los campos de la
verdadera libertad, mientras que una visión engañosa de Dios te lleva siempre a
la oscuridad, la falsedad, la habladuría y a encerrarse en tu propio egoísmo y
mentira.
Francisco, desde el primer día que apareció con los zapatos gastados en los balcones del Vaticano tras la «fumata blanca», dio pistas claras del tipo de pontificado que quería ejercer en la Iglesia católica. Pero nadie previó que su alcance iba a traspasar la frontera religiosa. Ya en 2015 publicó su famosa Encíclica Laudato Si, donde denunciaba la explotación de la selva amazónica por parte de los intereses económicos internacionales. Tres años después, visitando Puerto Maldonado (Perú), volvió a insistir en esa idea concretando dichos intereses, los conocidos como el petróleo, el gas, o la madera, pero también el material estratégico que puebla la zona… Francisco es una voz que grita en medio del desierto, quizá uno de los pocos líderes proféticos de nuestro tiempo.
“El Papa verde”, entre otras cosas, insta a que optemos por el cosmocentrismo, renunciando al eclesiocentrismo y al antropocentrismo, y anima encarecidamente a revisar el papel de la mujer, pues el futuro para Francisco pasa por una ecología y una humanidad integral con las mujeres como protagonistas. Pero quizás una de las cuestiones más relevantes, al menos desde el punto de vista doctrinal, es que Francisco, que precisamente no se caracteriza por ser doctrinario y ha sido acusado de improvisador y populista, e incluso recientemente de hereje en la Correctio filialis de haeresibus propagatis, tiene la intención de incluir «el pecado ecológico» en el Catecismo de la Iglesia católica, ya que el comportamiento individual, empresarial, nacional y multinacional está dañando nuestra casa común, siendo este —en sus propias palabras— un verdadero «ecocidio». Ya en el Sínodo de la Amazonía propuso definir dicho pecado como la acción u omisión contra Dios, que se traduce en toda acción contra el vecino, la comunidad y el medio ambiente por malos hábitos de contaminación y destrucción de la armonía global.
Al hilo del asunto medioambiental y la crisis social y económica generada por la pandemia, es para mí significativa la nueva situación discriminatoria resultante de ella, tal y como podemos seguir en las noticias. Llama poderosamente la atención que los ricos se están haciendo más ricos aprovechando que las casas y artículos de lujo están a precio de saldo por la crisis; están alquilando o, incluso, comprando playas privadas con embarcaderos con fines exclusivamente personales, marcando así una independencia y privilegio social al poder hacer uso de ellas de forma totalmente particular (ya que están cerradas al público). Así van tomando el sol de cala en cala en sus cómodos y lujosos yates, mientras el resto del mundo, el grueso de los ciudadanos de a pie no podemos si quiera salir a la calle con normalidad, qué decir de ir a las playas públicas sin permiso...
Es verdaderamente
escandaloso que la gran mayoría [en estos años] hayamos necesitado llevar
guantes y mascarillas protectoras, esas que a veces no se consiguen con
facilidad, y unos pocos puedan
permitirse el lujo de no precisarlas respirando el aire puro del mar mientras
timonean su embarcación…, por no entrar ahora en la constante denuncia que
Francisco hace de la indiferencia con la que el mundo asume el problema de los
refugiados o de aquellos que se juegan la vida en las vallas o en las aguas de
Lampedusa y el Estrecho. Un dato más que se suma a la larga lista de elementos
indeseables del imperialismo económico, político e ideológico que nuestro
sistema capitalista permite y respalda.