Desde el tiempo cuaresmal que nos toca vivir
[Por: Diego Pereira
Ríos]
El mundo nos sigue
revelando un devenir de situaciones que nos dejan a todos con una cierta
inseguridad de lo que pueda suceder mañana. Cada día los noticieros se encargan
de mostrarnos las situaciones desesperantes que acontecen a lo largo y ancho de
nuestro planeta. La guerra entre Rusia y Ucrania que parece no terminar
alimentada cada día por las decisiones de los poderosos, el terremoto en
Turquía y Siria del 6 y el 20 de febrero que nos sigue revelando el dolor de la
Madre Tierra junto con la sequía histórica que azota el sur del continente
latinoamericano que amenaza con que nos falte el elemento vital para subsistir,
la crisis económica que atraviesan países como Argentina con una economía que
cada día es más insostenible. Estas son apenas pinceladas de lo que nos sucede
como humanidad. Es un tiempo muy complejo, de mucha incertidumbre donde por
momentos nos faltan las esperanzas en un futuro próximo mejor.
Quizá este tiempo de
Cuaresma sea un tiempo propicio para intentar redescubrir el valor de la vida
humana y el valor de la naturaleza de la cual dependemos. Pero sobre todo,
necesitamos redescubrir el valor de Dios para cada uno de nosotros, así como
para toda la comunidad cristiana. Si
Dios es el centro de nuestras vidas, si Dios nos dio el Cielo y la Tierra como
el escenario donde debe acontecer nuestro caminar hacia la Patria Celestial, es
en este tiempo que nos toca ser anunciadores de Buenas Noticias, anunciadores
de esperanza en medio de las dificultades. De aquí nuestra vocación profética:
en tiempo de calamidades, quien tenga sus ojos fijos en el Señor de la Historia
logrará hacer brotar el amor en los corazones humanos y con ello contagiar a
otros la alegría de ser hijos de Dios. ¿Cómo hacerlo cuando somos tan pequeños
y frágiles? Sólo Dios puede darnos esa fuerza pero confiamos que lo hace cada
día a quienes coloquen su vida en la Providencia Divina.
En este tiempo de
Cuaresma también vivimos un tiempo eclesial de cuestionamientos, de
desencuentros de opiniones, de ciertas situaciones que son injustas y que
algunos pretendemos que se cambien o, al menos, que se transparente y se
purifiquen. La Iglesia es una comunidad humana y no puede escapar a los tiempos
de crisis. Por esto debemos unirnos en oración para que este tiempo sea un
tiempo fuerte de Conversión en donde nuestro corazón, nuestra mente y todo
nuestro ser estén atentos a lo que Dios nos dice a cada uno. Y junto a la
oración a Dios pedirle que nos dé ideas para llevar adelante acciones concretas
que hagan la diferencia, que hagan presente el amor de Dios por cada ser
humano. No se trata de ir a misa, o acercarse a los sacramentos, no se trata de
hacer ayunos y abstenerse de algo. Se trata de salir de nuestro egoísmo que nos
sigue invadiendo y que nos hace creer que somos superiores a los demás.
El evangelio de este
III Domingo es un hermoso ejemplo: Jesús que rompe las normas religiosas y
sociales y le habla a una mujer. Consiente de su condición de hombre judío,
Jesús se acerca a una mujer de Samaria rompiendo las barreras geográficas y las
prescripciones jurídicas para ir a lo esencial: la persona. Cansado en el
camino, sintiendo sed, Jesús decide colocar a la mujer en una situación
compleja, ya que debe arriesgarse si atiende el pedido de Jesús. «Dame de
beber», le dijo Jesús y se encuentra con una mujer inteligente que conoce la
Ley y por ello lo cuestiona. Es un primer paso. Pero no se queda allí. Luego
que Jesús insinúa quien es, lo cuestiona: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo
es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ». Y con gran sentido sabe que ese pozo
pertenece a sus ancestros, a sus antepasados, que sostienen su fe en la
providencia de Dios. Pero aquí sucede algo: si la mujer se queda en sus
creencias, no habrá cambios. Debe dejarse guiar por Jesús para descubrir una
nueva forma de vida. El texto termina mostrando que la experiencia de la mujer
es la que lleva a anunciarlo en tierra samaritana.
Esta mínima observación del texto –que es mucho más rico- puede ayudarnos a entender que a menudo creemos que lo sabemos todo acerca de Dios, de la Iglesia, de cómo vivir dentro de la religión Católica. Pero coloquémonos en el lugar de la samaritana: dejémonos interpelar por un Dios que se hizo hombre y se acerca a las situaciones cotidianas de nuestra vida para mostrarnos la novedad de Dios. Dios es siempre Buena Noticia e intenta desestructurarnos de nuestras frágiles seguridades. Muchos católicos dicen: “voy a misa, me confieso, comulgo, hago mi ofrenda, soy buena persona, pago mis cuentas”, etc.
Con ello estamos estancando nuestro seguimiento de Jesús, en un mundo que nos reclama una presencia activa, comprometida, arriesgada si es que realmente deseamos que el mensaje de Jesús llegue a todas las personas. Y más, si nos colocamos en el lugar de Jesús veremos que el mundo tiene hoy mucha sed de Dios. Y somos nosotros los que podemos llevar el agua viva que Jesús ofrece a la samaritana.
Que esta Cuaresma renueve nuestras fuerzas para seguir
anunciando el evangelio a toda persona, sin distinción.