Resurrección
El pasado Viernes
Santo, en una plaza de San Pedro totalmente vacía, Francisco acompañó las catorce
estaciones del Viacrucis. Cada año el Viacrucis se centra en un tema. El de
este año era el mundo de las cárceles. Cinco condenados, la hija de un preso,
los padres de una asesinada, una catequista, un juez, una funcionaria, etc., hicieron
presente el dolor y la soledad del mundo carcelario. Pero también hablaron de
luz y de esperanza, porque no hay que dar a nadie por definitivamente perdido:
la vida también renace en la prisión.
Escuché a alguien decir
que estaba escandalizado porque el tema elegido no hubiera sido la
pandemia. “¡Cómo se puede dejar de lado el infierno del coronavirus!”. Y tenía
razón porque el virus es un infierno. Pero se equivocaba al pensar que es el
único infierno.
Hay otros muchos que
llevan años entre nosotros y para los que no aparecerán miles de millones
para hacerles frente.
Por eso yo me alegré mucho, y me pareció profético, que en vez del virus y sus víctimas, siempre presentes en la oración y la acción de la Iglesia, se recordara a los presos y sus familias.
Como me hubiera
parecido bien que se hablara de los emigrantes o de las víctimas de toda guerra,
injusticia u opresión. ¡No caigamos en el error, o en la tentación, de recordar
la pandemia y olvidarnos de los otros infiernos, tan o más letales y extendidos
en el mundo!
Hay virus de los que
hay que protegerse, quedándose en casa. Hay otros virus, como la insolidaridad
y el egoísmo por ejemplo, a los que hay que hacer frente y salir a la calle a combatirlos.
Y eso es tarea de todos. Y, desde luego, de los cristianos, que si queremos
seguir al Resucitado, tenemos que combatir, con Él y como Él, todos los
infiernos. Y ser, no solo creyentes sino también creíbles.
Alfonso Castro,
sacerdote recientemente fallecido, fue creyente y creíble. Por eso no
será nunca olvidado. Descansa en paz, amigo. Y haznos todavía un regalo:
contágianos tu pasión por servir a los últimos.
Colaboración de Juan de la Cruz