MARTÍN VALMASEDA
No sé
si debo escribir sobre los días grandes, semanas mayores, o momentos
corrientes, sin aparente importancia.
Alguna vez
comentamos cómo la
religión pide
"celebraciones" más o
menos solemnes; en cambio
el evangelio pide la
"humildad de cada
día".
Jesús no
se dedicó a
celebraciones sino a vivir
el día a día haciendo
el bien a la
gente. La única celebración
festiva fue una
sola vez, al
final de su
vida.
Sin embargo
esa celebración con el paso
de los años
se ha convertido
en lo principal
para sus seguidores
los cristianos. La "última" cena
ha pasado a
convertirse en "celebración dominical" y poco a
poco en "la misa diaria " para los
muy " cumplidores.
El nazareno no era persona de actos sonoros y aparatosos pero al convertir los seguidores de Jesús el evangelio en religión, que no es lo mismo, la buena noticia se ha cambiado en festejo solemne que también es cosa distinta.
Es curioso cómo
la cena pascual
donde parece que
ese tomad y comed... y bebed...
que cuentan tres
evangelistas, el cuarto, lo cambia
por un servicio
de esclavos, lavar
los pies a
los asistentes.
Los cristianos
de hoy se conforman con la santa
misa y recordar el principio (navidad) y el
final (pasión) de la vida de
su líder, pero
no los actos
diarios que fue
sembrando día tras
día.
Tal vez tendríamos que olvidarnos de los días grandes, y poner más atención a la vida corriente del que pasó haciendo el bien así: día tras día. Eso es lo importante. Lo grande es lo pequeño.