LA RESPUESTA ECLESIAL MÁS REVOLUCIONARIA Y AUDAZ JAMÁS VISTA: JACQUES GAILLOT, OBISPO DE PARTEN
A la edad de 87 años, falleció
en Francia el querido obispo de emérito de
Evreux como dice la Conferencia Episcopal de Francia en su escueta nota.
Fue ordenado
sacerdote en 1961 en Langres. Como seminarista conoció la crueldad
de la guerra en Argel, donde cumplió con el servicio militar. Esa
experiencia lo llevó por los caminos de la no violencia, así como
la Iglesia lo convirtió en un fiel heredero del Concilio Vaticano II. En 1982
fue nombrado obispo de Evreux por Juan Pablo II, a la edad de 47 años.
En el ejercicio del
ministerio episcopal testimonió una radicalidad evangélica inusual,
que fue incomodando progresivamente a sus colegas obispos, así como a la élite
política de su país. Sus transgresiones le ganaron fama de “obispo rojo”, con
lo que prontamente, en el año 1995, el mismo Papa que lo nombró lo destituyó de
la diócesis de Evreux, confiándole un territorio eclesial inexistente que se
extinguió en el siglo V, bajo las arenas del desierto del norte de África.
Ungido obispo de un lugar inexistente, fue convertido en pastor sin rebaño, sin
nadie a quien acompañar y con quienes caminar.
(En este punto, cabe recordar que
en esos años noventa, mientras la curia romana desplegaba ingeniosas formas de
castigar obsequiosamente a los clérigos insubordinados; también hacía gala de
artificiosas maneras para ocultar delitos y a delincuentes responsables de
abusos contra menores; en fin.)
Los excesos de monseñor Gaillot eran acompañados de una aguda inteligencia, así como de un celo apostólico insobornable, que lo llevó a proclamar el Evangelio en las penumbras de una sociedad que esperaba el acostumbrado boato y servilismo episcopal. Contra tales expectativas, Jacques Gaillot optó por seguir las huellas de Jesús, haciéndose servidor de los marginados sociales, tarea en la que abrió sendas insospechadas, que el Evangelio no había recorrido aun con la parresía profética de un auténtico pastor.
Así como antaño
Jesucristo se hizo encontrar por enfermos, ciegos, endemoniados, leprosos,
prostitutas, pobres, huérfanos, esclavos, viudas y mujeres; monseñor Gaillot
siguió su ejemplo, actualizando a los marginados de ayer, con los
rostros ultrajados de aquel presente, cuyas sendas insospechadas abrió en
los años ochenta, cuando muchas de esas marginaciones aun no era globales. Así,
refugiados, migrantes, sin papeles, musulmanes europeizados, esclavas sexuales,
curas casados, homosexuales, los sin casa, los negros del apartheid, los
palestinos y kurdos se volvieron sus amigos y compañeros, a quienes
protegió hasta conflictuarse con los poderosos de siempre.
Siendo pastor de un
pueblo inexistente y de un territorio extinto, reveló esa agudeza cartesiana
con un lúcido discernimiento profético. Así, vio en la exclusión de la
que él era objeto, un signo evangélico que lo llamaba a convertirse en
obispo de los excluidos y marginados del mundo, quienes, al no estar en un
territorio físico, conformaban el pueblo encargado a un episcopado virtual,
integrado por quienes encarnan las nuevas exclusiones (despojados de sus
derechos esenciales), pero acompañados de un obispo real y leal.
La puesta en marcha
de la mayor diócesis del mundo, Partenia, cobró fuerza y sentido
con la misma energía que supone la gravedad de los derechos humanos conculcados
que arrastran en sus vidas los excluidos. El centro de operaciones de esa
gigantesca aventura quedó simbolizado en un portal electrónico situado en
Zúrich, Suiza; donde llegó un equipo de voluntarios de distintas latitudes,
para comunicar esperanza y Evangelio en una multiplicidad de idiomas, en los
albores de un mundo globalizado.
Desde ese centro vital, surgió
la respuesta eclesial más revolucionaria y audaz jamás vista, que concilió
la tecnología con la capacidad humana de servir y acompañar a quienes tienen
profundas necesidades, porque como bien se titula uno de sus libros: “Una
Iglesia que no sirve, no sirve para nada”.
Como buen profeta, hace
ya casi cuatro décadas, Jacques Gaillot puso en la conciencia del
mundo, y en el corazón de la Iglesia, los grandes desafíos del presente
y del futuro, denunciando la inhumanidad de la guerra, el derecho al asilo
de los migrantes, la amenaza nuclear y las nuevas esclavitudes.
Ese mismo portal resume
en una frase elocuente, la vida y obra de un obispo marginado, que en
2015, fue rehabilitado por el Papa Francisco, en cuya tarea episcopal
asumió la suerte de todos los excluidos: “Puesto que Partenia ya no existe, se
convierte en el símbolo de todos aquellos que tienen la impresión de haber
dejado de existir, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Es una inmensa
diócesis sin fronteras donde el sol nunca se pone”.
Cuando desde Roma el Papa Francisco urge a la Iglesia para ir a las Periferias Existenciales, queda la esperanza que el grito de Jacques Gaillot sigue movilizando voluntades. Es la respuesta a la voz de un Profeta.
Marcos Velásquez Uribe
Religión Digital