El evangelio de la
Solemnidad de Pentecostés (Juan 19, 20-23), refleja una situación de crisis
profunda en la vida de los discípulos de Jesús y de aquellas comunidades que
quedaron aterradas por la ejecución de su Maestro. Tal situación es superada
favorablemente al comunicarles su Espíritu, que los llena de paz y alegría, de
coraje y futuro. Sin embargo, antes de su experiencia de Pentecostés, vivían
refugiados en una casa, a puertas cerradas, presas del terror. Experimentan un
vacío y una ansiedad asfixiantes.
Dejemos que el Espíritu emerja en nuestra existencia, rejuvenezca nuestra vida y transforme la faz de nuestra tierra.
Jesús les hace falta.
Ya no escuchan sus palabras llenas de fuego, llamando a una transformación
radical de sus vidas y de aquella sociedad. Ya no lo ven abrazando y
bendiciendo con ternura a los empobrecidos y descartados, para liberarlos del
miedo, del abandono y la opresión en que vivían. Ya no tienen a quien seguir ni
en quien confiar. Han quedado solos y a merced de los caprichos y ambiciones de
aquellas élites soberbias y violentas. Ya no está él para que fortalezca su
ánimo y dé consuelo a sus vidas lastimadas por la violencia y la injusticia.
Están derrotados y sin alientos, por eso, ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios, curar la vida y sembrar de esperanza los corazones. Sin Jesús, no pueden contagiar la Buena Noticia a los pobres, luchar por la libertad de los cautivos y trabajar por un tiempo nuevo pleno de gracia y salvación para todos.
La sociedad guatemalteca en estos tiempos de autoritarismo y de dictadura afronta una situación parecida. Desde sus esferas más alta de su dinámica política y económica ha caído en manos de redes de corrupción e impunidad, que secuestraron las instituciones, que en su diseño original podrían garantizar un desarrollo humano e integral, una paz duradera y una justicia pronta y cumplida.
No permitamos que el
miedo se nos meta en la sangre. Tenemos la fuerza y el dinamismo del Espíritu
de Jesús, para renovar nuestra tierra. Su Espíritu es “luz que penetra las
almas, fuente del mayor consuelo, descanso de nuestro esfuerzo, brisa en las
horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”.
Dejemos que este
Espíritu ya presente en nosotros emerja en nuestra existencia cotidiana,
rejuvenezca nuestra conducta y transforme la faz de nuestra tierra. Estamos
llamados a ser ciudadano del Reino de Dios, que es Reino de justicia y verdad,
de paz y amor, por eso tenemos que discernir a la luz de estos valores para
elegir a quienes dirigirán los destinos del país los próximos 4 años.
Hagamos oración invocando al Santo Espíritu, pero también colaboremos para que el proceso electoral, a pesar de estar tan manoseado, se desarrolle en un ambiente de respeto, de fraternidad y de fiesta cívica, que abra las puertas a la democracia, hoy secuestrada por redes criminales que se incrustaron en más de 25 organizaciones políticas. El poder no está en ellos sino en los ciudadanos que lo delegan por medio de un voto consciente e informado, para contar con autoridades que construyan el bien común, trabajen por la paz total y el desarrollo humano e integral.
Víctor Manuel Ruano