PARÁBOLAS DE JESÚS
Jesús propuso esta
parábola a la gente:
El reino de los cielos
se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la
gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.
Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga, apareció también la cizaña.
Entonces fueron los criados a decirle al amo: <<Señor, ¿no sembraste
buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?>>.
Él les dijo: <<Un
enemigo lo ha hecho>>. Los criados le preguntaron: <<¿Quieres que
vayamos a arrancarla?>>.
Pero él les respondió:
<<No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos
hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: “Arrancad primero
la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero”>>.
Les propuso esta otra
parábola:
El reino de los cielos se
parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña
de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un
arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
El reino de los cielos
se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta
para que todo fermente.
Jesús expuso todo esto
a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el
oráculo del profeta: <<Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo
secreto desde la fundación del mundo>>.
Luego dejó a la gente y
se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
-Acláranos la parábola
de la cizaña en el campo.
Él les contestó:
El que siembra la buena
semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo, la buena semilla son los
ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que
la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los
ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del
tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a
todos los corruptores y malvados, y los arrojarán al horno encendido; allí será
el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol
en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga
LA VIDA ES MÁS QUE LO
QUE SE VE
Por lo general,
tendemos a buscar a Dios en lo espectacular y prodigioso, no en lo pequeño e
insignificante. Mientras vamos viviendo de manera distraída sin captar nada
especial, algo misterioso está sucediendo en el interior de la vida.
Con esa fe vivía Jesús:
no podemos experimentar nada extraordinario, pero Dios está trabajando el
mundo. Su fuerza es irresistible. Se necesita tiempo para ver el resultado
final. Se necesita, sobre todo, fe y paciencia para mirar la vida hasta el
fondo e intuir la acción secreta de Dios.
Tal vez la parábola de
la semilla de mostaza, es la más pequeña de todas, como la cabeza de un
alfiler, pero con el tiempo se convierte en un hermoso arbusto. Por abril,
todos pueden ver bandadas de jilgueros cobijándose en sus ramas. Así es el
<<reino de Dios>>.
Para seguir a Jesús no
hay que soñar en cosas grandes. Es un error que sus seguidores busquen una
Iglesia poderosa y fuerte que se imponga sobre los demás. Dios no está en el
éxito, el poder o la superioridad. Para descubrir su presencia salvadora, hemos
de estar atento a lo pequeño, lo ordinario y cotidiano. La vida no es solo lo
que se ve. Es mucho más. Así pensaba Jesús.
LA FUERZA
TRANSFORMADORA DE LA LEVADURA
Jesús lo repetía una y
otra vez: ya está aquí Dios tratando de transformar el mundo. Todavía recordaba
Jesús una escena que había podido contemplar desde niño en el patio de su casa.
Su madre y las demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del sábado, a
elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la actuación
maternal de Dios introduciendo su <<levadura>> en el mundo.
Así actúa Dios. Viene a
transformar la vida desde dentro, de manera callada y oculta. Así es Dios: no
se impone, sino que transforma; no domina, sino que atrae. Los seguidores de
Jesús no podemos presentarnos tratando de imponernos para dominar y controlar a
quienes no piensan como nosotros. No es esa la forma de abrir camino al reino
de Dios.
Hemos de vivir <<
dentro >> de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y
contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida transformada por el
evangelio.
FERMENTO DE UNA VIDA
MÁS HUMANA
El mundo es un campo de
siembras opuestas. Y el reino de Dios crece ahí, en la densidad de esa vida a
veces tan ambigua y compleja. Ahí está Dios salvando al ser humano.
Al reino de Dios no le
abriremos camino lanzando excomuniones sobre otros grupos, partidos o ideologías,
ni condenando todo lo que no coincide con nuestros pensamientos.
El reino de Dios es un
<< fermento de humanidad >> y crece en cualquier rincón oscuro del
mundo donde se ama al ser humano y donde se lucha por una humanidad más digna.
SIN CONDENAR A NADIE
Sin embargo, aunque
vivimos juntos y nos encontramos diariamente en el trabajo, el descanso o la
convivencia, lo cierto es que sabemos muy poco de lo que realmente piensa el
otro acerca de Dios, de la fe o del sentido último de la vida.
Nosotros llamamos
<< increyentes >>a los que han abandonado la fe religiosa. No
parece un término muy adecuado. Son personas que viven desde otras
convicciones, difíciles a veces de formular, pero que a ellas les ayudan a
vivir, luchar, sufrir y hasta morir con un determinado sentido.
No es fácil saber cómo se abre Dios camino en la conciencia de cada persona. La << parábola del trigo y la cizaña >> nos invita a no precipitarnos. No nos toca a nosotros calificar a cada individuo. Menos aún excomulgar a quienes no se identifican en el << ideal de cristiano >> que nosotros nos fabricamos desde nuestra manera de entender la fe y que, probablemente, no es tan perfecta como a nosotros nos parece.
<< Solo Dios
conoce a los suyos >> decía San Agustín. Hemos de estar atentos a quienes
se sitúan fuera de la fe religiosa, pues Dios está también vivo y operante en sus
corazones. Descubriremos que hay en ellos mucho de bueno, noble y sincero.
APRENDER A CONVIVIR CON
NO CREYENTES
Pese a la advertencia
de Jesús, una y otra vez caemos los cristianos en la vieja tentación de
pretender separar el trigo y la cizaña, creyéndonos naturalmente << trigo
limpio >> cada uno.
Sorprende la dureza con
que ciertas personas que se dicen <<creyentes>> se atreven a
condenar a quienes, por razones muy diversas se han ido alejando de la fe y de
la iglesia.
Sin embargo, creencia e
increencia, lo mismo que el trigo y la cizaña de la parábola, están muy
entremezclados en nosotros. Y lo más honesto sería descubrir al increyente que
hay en cada uno de nosotros y reconocer al creyente en el fondo de bastantes
alejados.
En primer lugar, el
hecho de que haya hombres y mujeres que pueden vivir sin creer en Dios me
descubre que soy libre al creer. Mi fe es un acto de libertad. Me nace de
entro.
Los no creyentes me
enseñan a ser más exigente al vivir mi fe. Con frecuencia observo que rechazan
un Dios ridículo y falso que no existe, pero que a veces lo pueden deducir de
la vida de los que nos decimos creyentes.
No deberíamos olvidar
las palabras del Vaticano II: << En esta proliferación del ateísmo puede
muy bien suceder que una parte no pequeña de la responsabilidad cargue sobre
los creyentes en cuanto que, por el descuido en educar su fe o por una
exposición deficiente de la doctrina, en vez de revelar el rostro auténtico de
Dios y de la religión se ha de decir que más bien lo velan >>.
Entonces aprendo a no
ser un creyente arrogante, engreído o fanático, sino a seguir caminando
humildemente ante el misterio de Dios.
No me siento mal entre increyentes. Creo que Dios está en ellos y cuida su vida con amor infinito.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.