NO PODEMOS CERRAR LOS OJOS
Señor, ¿cómo puedo vivir
cuando mis hermanos mueren
de hambre?
¿Cómo te puedo llamar Padre,
sí mis hermanos mueren
de hambre?
Me lo pregunto,
y apenas sé cómo responder…
Porque hoy no puedo aducir
ignorancia…
Los hambrientos están
en nuestras salas de estar,
en la televisión…
Queramos o no,
no podemos cerrar los ojos:
las patéticas escenas de niños
esqueléticos,
de madres de flácidos senos,
se han convertido en parte de
nuestra sociedad de consumo.
Nos estamos acostumbrando
a su presencia lejana y,
a la vez, cercana.
Nos estamos acostumbrando
a vivir tan bien,
cuando la mayoría vive mal…
Señor, sé que los que mueren
de hambre no son
unos pocos infelices;
son millones y millones
de hombres,
mujeres y niños…
Es una escena horrible:
es el gigantesco desarrollo,
a escala mundial,
de la parábola bíblica
del rico Epulón
y el pobre Lázaro…
Hemos elaborado el mapa
del hambre y de la peste,
del jinete del Apocalipsis.
Las cifras claman estridentes.
Frente a esta enorme
muchedumbre,
palidecen todos nuestros
problemas…
Se resquebrajan nuestras
certidumbres cristianas
y nuestros valores “civilizados” …
¿Por qué? ¿Hay culpables
de esta injusticia?
¿De esta desigualdad?
¿De este dolor tan grande?
Es un crimen,
un montón de crímenes…
¿Quiénes son los culpables?
¿La sequía?
¿Las estructuras
y los mecanismos financieros?
¿Los títeres políticos?
¿Nuestra indiferencia?
¿Mi egoísmo?
Unos más, otros menos,
un poco todos…
Unas veces queriendo,
otras sin querer,
unas veces sabiendo,
otras sin saber,
unas veces viendo, otras sin ver…
La realidad es que ellos
son demasiados pobres,
y nosotros, demasiados ricos…
Que ellos no saben qué comer,
y nosotros no sabemos
cómo adelgazar…
Y Lázaro está en nuestro portal,
en nuestra sala de estar,
cubierto de llagas,
esperando unas migajas
de nuestro banquete.
Querido amigo:
no se trata de enjugar
vagamente una lágrima;
esto se hace pronto.
Ni de sentir un poco de
misericordia
esto es demasiado fácil…
Se trata de ser conscientes,
de no contentarse sólo con vagar
de aquí para allá,
por nuestro pequeño mundo,
preocupados
por nuestra partecita de paraíso…
Se trata de negarse a seguir
en la siesta,
suave y placentera,
cuando todo clama y se desespera
a nuestro alrededor…
Se trata de no aceptar ya ser
felices solos…
Porque no somos cristianos,
si aceptamos vivir mientras
los demás… mueren.
Porque no somos cristianos,
si llamamos a Dios Padre
y negamos el pan al hermano…
Porque, querido amigo, un corazón
que no reacciona ante la miseria…
es miserable.
(Pedro Arrambide)
Colaboración de Juan García de Paredes.