y me llamaste por mi
nombre,
y venias cada mañana
sonriente
a decirme : ¡Buenos
días!
Y fui para ti alguien
pero no algo,
y aceptaste con
paciencia
mis impaciencias,
y siempre que venías a
verme
me dabas paz.
Yo llegué con miedo
y asustado a tu
encuentro,
y me acogiste con paz y
con cariño.
Y diste la vuelta a mi
almohada
para que estuviera
mejor.
Y me tratabas con
competencia.
Y me diste lo que más
necesitaba:
cariño, comprensión,
escucha y amor.
Y me distes a Dios.
Por eso, algún día,
Dios te tenderá la mano
para decirte:
Vengan, benditos de mi
Padre,
reciban la herencia del
Reino
preparada para ustedes
(Mt 25,34)
Palabras para el
silencio
Colaboración de Juan García de Paredes.