Por Gabriel Mª Otalora
En el verano de 1963,
Martin Luther King pronunció su discurso más famoso: “Tengo un sueño”, en el
que expresaba su deseo de vivir en una sociedad sin exclusiones por razón del
color de la piel. Él no ha sido el único. Ante la terrible realidad del pueblo palestino,
Daniel Baremboim, director de orquesta israelí, publicó un texto en 1999 con el
mismo título, haciéndose eco de un anhelo similar, referido en este caso a la
injusticia contra el pueblo palestino. Él ostenta la doble nacionalidad al
haber aceptado la proposición del gobierno palestino de otorgarle la
nacionalidad palestina.
Ante el recrudecimiento
de la presión violenta israelí de este verano, con los enfrentamientos entre
palestinos y colonos judíos que dejaron casi una veintena de fallecidos, las
incursiones israelíes en el norte de Cisjordania y la operación militar cruenta
en Yenín, la esperanza debe ocupar espacio por el valor ético que mantiene.
Baremboim ha demostrado ser un hombre de audaz, como lo fueron los judíos Simon
Frankental o Amos Oz. Su sueño de paz para Oriente Medio va en la misma
dirección integradora e inclusiva de M. L. King, en este caso reclamando un
tratado de paz justo para ambas partes; locura para algunos, sabiduría
solidaria para muchos.
En mi sueño, escribe Baremboim, soy primer ministro de Israel. Mi batuta dirige una nueva y maravillosa sinfonía: el tratado sobre la convivencia confederativa, amistosa entre Israel y Palestina. Con esta obra creo lo que parece imposible de realizar: la igualdad de derechos de estos dos pueblos. El contenido de la obertura: Jerusalén se convierte en capital común. Este lugar santo debe, desde ahora mismo, ser patria por igual para cristianos, musulmanes y judíos.
Para el éxito del
tratado que el músico propone, se tienen que dar tres condiciones: la primera,
que ambas naciones se ven obligadas a trabajar juntas, cooperando para
desarrollar el principio de solidaridad. En segundo lugar, ambas deben tener
derecho a la militarización vigilante con vistas a su tranquilidad. Ello implicaría
-en el sueño de Baremboim- la separación entre el Estado y la Iglesia en
Israel, tal y como ya se da en el mundo occidental, sin que ello implique
esconder el estudio de la religión. En tercer lugar, crearía un “Ministerio de
la Paz” cuyo máximo responsable sería un juez, no un militar.
Su alegato parte de que
“Es hora de renunciar al control de un millón y medio de palestinos” (ahora son
bastantes más). Tenemos el deber de pasar página. No solo por razones morales,
sino también por el futuro del judaísmo para que el Estado de Israel no se
convierta en un gueto. “Es esencial que mi pueblo entienda que no se trata de
hacer un favor a los palestinos, sino de evolucionar, y que los judíos no
tenemos otro modo de lograrlo”. Quienes se agotan en la guerra no tendrán
fuerzas para un futuro de paz. Baremboim evoca en su sueño a Ben-Gurión y
Nasser, de cómo están impresionados con este sueño que ellos también se
afanaron por lograr…
¿Se trata, en efecto,
de un sueño?, se pregunta el brillante músico. Yo recomendaría a quienes leen
estas líneas que se hagan con el texto completo publicado en La música
despierta eltiempo (D. Baremboim, Acantilado, 2023.
El texto evoca
esperanza de justicia y paz, y finaliza con su bellísima iniciativa junto a su
amigo palestino, el politólogo Edward Said: la puesta en marcha en ese mismo
año (1999) de una orquesta en la que jóvenes músicos libaneses, sirios,
jordanos, judíos y palestinos tocan juntos, como si lo hubieran hecho siempre.
“Intentamos desterrar la enemistad a través de la música” para que la cultura
“asuma un protagonismo dinámico que permiten transformar las realidades
externas al influir en la conciencia colectiva”. Una maravillosa iniciativa en
busca del reconocimiento y la comprensión mutua del sufrimiento del otro.
La Orquesta West-Eastern Divan, que así la llamaron, logró interpretar música de cámara y orquestal hasta en Ramala, capital oficial de Palestina. Aquellos jóvenes, cuenta Baremboim, al coincidir en tocar juntos, aunque fuese una sola nota, no podrían en adelante mirarse el uno al otro del mismo modo que se miraban hasta entonces. Algo que, más allá de la tolerancia, busca la aceptación como la actitud decisiva en la convivencia verdadera.
Como dijo Said, “mi
amigo Baremboim y yo hemos elegido este proyecto musical por razones
humanitarias más que políticas”. Tenían el gran sueño de que ambos países
podrían ejercer su derecho a existir y hacerlo desde la única manera posible:
la aceptación mutua, que es lo que logró visualizar esta orquesta a través de sus
viajes tocando música para visualizar una nueva forma de pensar Oriente Medio.
Un sueño solidario que
debería repetirse en muchos lugares. Ojalá que surja pronto algo similar en el
entorno de Ucrania y Rusia, maestros en la música.