En lo más alto del cielo, muy cerca del padre eterno hay una solemne reunión. Han convocado los ángeles un concilio universal de las vírgenes del mundo.
Presurosas acudieron
de los cinco
continentes, de Lourdes
y Guadalupe, vírgenes negritas
de África, del
Pilar y la
Paloma, vírgenes de
los dolores de
corazón con espadas, del Carmen y
anunciaciones con su ángel
aleteando.
Al empezar
el concilio cada
una fue relatando
la devoción de
su país, la
grandeza de sus
templos, los cantos
con que los
coros ensalzaban sus
milagros, las cofradías
benditas que iban
en procesión en
el día de
su fiesta.
De pronto
llamó a la puerta de la
sala del concilio
una mano temblorosa.
Abrió la
puerta el ángel
Gabriel. Apareció una
viejita con rostro arrugado, humilde con
traje de campesina,
sin corona y sin estrellas... y preguntó
si podría entrar
en la reunión.
¿Podéis decirme quien sois? - el ángel la preguntó - ¿y cuáles son los motivos por los que venís aquí?
Pues yo
me llamo María, María de Nazaret
y eduqué ese
muchacho al que
llamaban Jesús, le
acompañé hasta la
cruz, luego me fui con Juanito...
Pero nadie
me dio coronas,
ni estrellas ni
documentos firmados del vaticano.
Ando ahora
por las calles
de este mundo, preocupada de
los pobres y de la gente
que sufre ... solo sé que soy
María, María de
Nazaret.
Usted perdone
señora, debo ir a preguntar
a quienes dirigen
esto, espérese aquí sentada - y
luego cerró la
puerta.
Allí se
quedó María, María
de Nazaret, la que
llegó sin corona,
sin estrellas relucientes
sin documentos sellados
por manos del
vaticano.
Allí se
quedó pensando en los pobres
de la tierra
que la estaban
esperando
Usted perdone señora
MARTÍN VALMASEDA