Creer, ¿para qué?
DIOS SUFRE CON NOSOTROS
Seguramente estás muy acostumbrado a ver la imagen de Jesús crucificado. Desde niño has visto la cruz por todas partes: en tu casa, en la escuela, en la iglesia y hasta en las cumbres de las montañas. Quizá no te dice nada. Más aún, piensas que en nuestros días es una imagen desafortunada. Para muchos puede resultar de mal gusto. ¿A quién puede atraer el cuerpo torturado de alguien ejecutado en un patíbulo?
Sin embargo, para los
cristianos es el símbolo más expresivo del misterio de Dios. ¿Has pensado
alguna vez que un <<Dios crucificado>> constituye una verdadera
revolución? En ninguna religión encontrarás algo parecido.
Un <<Dios
crucificado>> nos obliga a cuestionar todas las imágenes que nosotros nos
hacemos de Dios. Piensa un poco: ¿qué hace Dios en una cruz? La crucifixión
rompe todos nuestros esquemas. Jamás se nos hubiera ocurrido imaginar a Dios
así.
El crucificado no tiene
el aspecto que nosotros atribuimos a la divinidad. ¿Dónde están el poder, la
fuerza, la sabiduría o la grandeza de Dios? ¿Dónde están su belleza y majestad?
¿Cómo puede estar Dios sufriendo así?
¿Cómo puede morir
impotente como un ser desgraciado más? Con la visión de la cruz, o se termina
nuestra fe en Dios o empezamos a creer en él de otra manera. Ante el
crucificado, o retiramos la mirada horrorizados o nos abrimos al misterio increíble
de un Dios que nos ama de manera insospechada.
afecta. Nuestro sufrimiento le <<salpica>>. Dios no puede amarnos sin sufrir con nosotros y por nosotros. En esto consiste precisamente la grandeza de su amor.
A este <<Dios
crucificado>>no se le puede <<entender>> con nuestras
categorías religiosas. Es un escándalo y una necedad.
Ante un <<Dios
crucificado>> ya no es posible seguir creyendo de manera ingenua y egoísta
en cualquier Dios, al servicio de nuestros propios intereses. ¿Cómo acercarnos
a este Dios buscando sus favores para vivir cada día más a gusto, olvidados de
los problemas y sufrimientos de los demás?
Empezamos a <<entender>> a ese <<Dios crucificado>> cuando sabemos amar de cerca a las personas que sufren, y cuando descubrimos por propia experiencia que el amor verdadero hace sufrir. Tú mismo lo has podido comprobar.
No puedes amar de
verdad a un ser querido sin sufrir cuando le ves sufrir. Es lo que le sucede a
Dios. No puede amarnos sin sufrir con nuestros sufrimientos. Así es para los
cristianos el Dios encarnado en Jesús.
Dios no solo ha sufrido
por nosotros en una cruz hace dos mil años, sino que sufre cada día con
nuestros sufrimientos.
La escena ha sido muy
divulgada. Un niño judío se estremece con los estertores de la muerte, colgado de
una horca en un patio del campo de exterminio de Auschwitz.
De pronto se escucha el
grito desesperado de un presidiario: << ¿Dónde está Dios?>>. Otro
compañero de prisión responde susurrando: <<Ahí, en esa horca>>.
Esta es la fe de los que creen en un Dios crucificado.
Esta presencia de Dios en nuestro sufrimiento no es algo inútil y estéril. Es cierto que no interviene para destruir a los verdugos o cambiar las leyes de la naturaleza. Pero está ahí, no abandona nunca a sus hijos. Un día descubriremos que, de forma callada pero eficaz, está conduciendo la historia dolorosa de sus criaturas hacia la Vida definitiva.
Se consumieron mis
velas
al pie del crucifijo.
En la calle había un
pobre
con sus botas
destrozadas.
Y volví para rezar al
Cristo de madera.
¡No supe rezar, Señor,
a tu Amor, en carne y
hueso!
(Caryll Houselander-escritora inglesa(1901-1954)
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.