¡ÁNIMO, SOY YO ¡
Después de que la gente
se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se
le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de
despedir a la gente, subió al monte a solas para orar.
Llegada la noche,
estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida
por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús
andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se
asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo
enseguida:
¡Ánimo, soy yo, no
tengáis miedo!
Pedro le contestó:
Señor, si eres tú,
mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
Ven.
Pedro bajó de la barca
y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero al sentir la fuerza del
viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
¡Señor, sálvame!
Enseguida, Jesús
extendió la mano, lo agarró y le dijo:
¡Qué poca fé! ¿Por qué
has dudado?
En cuánto subieron a la
barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
Realmente eres Hijo de Dios (Mateo 14, 22-23).
EN LA IGLESIA HA
ENTRADO EL MIEDO
La situación de la
barca es desesperada. Mateo habla de las tinieblas de la <<noche>>,
la <<fuerza del viento>> y el peligro de <<hundirse en las
aguas>>. Con este lenguaje bíblico, conocido por sus lectores, va
describiendo la situación de aquellas comunidades cristianas, amenazadas desde
fuera por la hostilidad y tentadas desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿No
es esta nuestra situación hoy?
Jesús les dice las
palabras que necesitan escuchar: <<Ánimo, soy yo, no tengáis
miedo>>. Quiere transmitirles su fuerza, su seguridad y su confianza
absoluta en el Padre. Pedro es el primero en reaccionar. Camina seguro sobre
las aguas, luego <<le entra miedo>>; va confiado hacia Jesús, luego
olvida su Palabra, siente la fuerza del viento y comienza a
<<hundirse>>.
En la Iglesia de Jesús
ha entrado el miedo y no sabemos como liberarnos de él. Tenemos miedo al
desprestigio, la pérdida de poder y el rechazo de la sociedad. Nos tenemos
miedo unos a otros.
En el fondo de estos miedos hay casi siempre miedo a Jesús, poca fe en él, resistencia a seguir sus pasos. Él mismo nos ayuda a descubrirlo: << ¡Qué poca fe en él! ¿Por qué dudáis tanto?>>.
ANTES DE HUNDIRNOS
Es sorprendente la
actualidad que cobra en estos tiempos de crisis religiosa el relato de la
tempestad en el lago de Galilea.
Así viven no pocos
creyentes el momento actual. No hay seguridad ni certezas religiosas; todo se
ha vuelto oscuro y dudoso. La religión está sometida a toda clase de
acusaciones y sospechas.
La reacción de Jesús es
inmediata: <<Ánimo, soy yo, no tengáis miedo>>. Animado por estas
palabras, Pedro hace a Jesús una petición inaudita: <<Señor, si eres tú
mándame ir a ti andando sobre el agua>>.
No sabe si Jesús es un
fantasma o alguien real, pero quiere comprobar que se puede caminar hacia él
andando no sobre tierra, sino sobre el agua, no apoyándose en argumentos
seguros, sino en la debilidad de la fe.
Así vive el creyente su
adhesión a Cristo en momentos de crisis y oscuridad. No tenemos argumentos
científicos para comprobarlo, pero sabemos por experiencia que se puede caminar
por la vida sostenidos por la fe en él y en su palabra.
Pedro reacciona y antes
de hundirse del todo, grita: <<Señor, sálvame>>. La fe es muchas
veces un grito, una invocación, una llamada a Dios: <<Señor,
sálvame>>.
Es posible entonces percibir a Cristo como una mano tendida que sostiene nuestra fe y nos salva, al tiempo que nos dice: <<Hombre de poca fe, ¿Por qué dudas?>>.
CAMINAR SOBRE EL AGUA
Son muchos los
creyentes que se sienten hoy a la intemperie, desamparados en medio de una
crisis y confusión general. Los pilares en los que tradicionalmente se apoyaba
su fe se han visto sacudidos violentamente desde sus raíces. La autoridad de la
Iglesia, la infalibilidad del papa, el magisterio de los obispos, ya no pueden
sostenerlos en sus convicciones religiosas. Un lenguaje nuevo y desconcertante
ha llegado hasta sus oídos creando malestar y confusión, antes desconocidos. La
<<falta de acuerdo>> entre los sacerdotes y hasta en los mismos
obispos los ha sumido en el desconcierto.
Con mayor o menor
sinceridad son bastantes los que se preguntan: ¿qué debemos creer? ¿A quién
debemos escuchar? ¿Qué dogmas hay que aceptar? ¿Qué moral hay que seguir?
Sin embargo, no hemos
de confundir nunca la fe con la mera afirmación teórica de unas verdades o
principios. Ser creyente es algo más profundo y radical. Y consiste, antes que
nada, en una apertura confiada a Jesucristo como sentido último de nuestra
vida, criterio definitivo de nuestro amor a los hermanos y esperanza última de
nuestro futuro.
Mateo ha descrito la verdadera fe al presentar a Pedro, que <<caminaba sobre el agua>> acercándose a Jesús. Eso es creer. Caminar sobre el agua y no sobre tierra firme. Apoyar nuestra existencia en Dios y no en nuestras propias razones, argumentos y definiciones. Vivir sostenidos no por nuestra seguridad, sino por nuestra confianza en él.
APRENDER A CREER DESDE
LA DUDA
No es fácil responder con
sinceridad a esa pregunta que Jesús hace a Pedro en el momento mismo en que lo
salva de las aguas: <<¿Por qué has dudado?>>.
Otras veces, el
misterio de Dios se nos hace abrumador. La última palabra sobre mi vida se me
escapa y es duro abandonarme al misterio.
Hemos de confesar que
hay una distancia enorme entre el creyente que profesamos ser y el creyente que
somos en realidad.
Lo primero, no
desesperar ni asustarnos al descubrir en nosotros dudas y vacilaciones. La
búsqueda de Dios se vive casi siempre en la inseguridad, la oscuridad y el
riesgo. A Dios se le busca <<a tientas>>. Lo importante es aceptar
el misterio de Dios con el corazón abierto.
Por eso lo importante es saber gritar como Pedro: <<Señor, sálvame>>. Saber levantar hacia Dios nuestras manos vacías, no solo como gesto de súplica, sino también de entrega confiada de alguien que se sabe pequeño, ignorante y necesitado de salvación. No olvidemos que la fe es <<caminar sobre agua>>, pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva cuando comenzamos a hundirnos.
LAS DUDAS DEL CREYENTE
Antes que nada hemos de
recordar que la fe nunca es algo seguro, de lo que podemos disponer a capricho.
La fe es un don de Dios que hemos de acoger y cuidar con fidelidad. Por eso, el
peligro de perder la fe no viene tanto del exterior cuanto de nuestra actitud
personal ante Dios.
Para hablar de la fe,
en la cultura hebrea se utiliza un término muy expresivo: amán. De ahí proviene
la palabra <<amén>>. Este verbo significa <<apoyarse>>,
<<asentarse>>, <<poner la confianza>> en alguien más
sólido que nosotros.
En esto consiste
precisamente lo más nuclear de la fe. Creer es vivir apoyándonos en Dios.
Esperar confiadamente en ÉL, en una actitud de entrega absoluta de confianza y
fidelidad.
Las dudas pueden ser
una ocasión propicia para purificar más nuestra fe, arraigándola de manera más
viva y real en el mismo Dios.
Cuando uno es
<<cristiano de nacimiento>>, siempre llega un momento en el que nos
hemos de preguntar si creemos realmente en Dios o simplemente seguimos creyendo
en aquellos que nos han hablado de él desde que éramos niños.
José
Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.