La mirada en el horizonte y los pies en la tierra
Por Carolina Escobar Sarti
Nuestro anhelo de
democracia fue más fuerte. Nuestro voto fue nuestro poder. Nuestro hartazgo por
tanta corrupción e impunidad, pesó más que toda la maquinaria que el pacto de
corruptos puso a funcionar en este Estado capturado. Nuestro músculo político
es cada día más sólido. Sin embargo, retomo la frase que desde el 2015 venimos
diciendo: “esto apenas empieza”.
Es una rueda muy pesada y con demasiado óxido la que hay que aceitar.
Siempre resulta fácil recomendar a un gobierno electo, desde la distancia, lo que se debe hacer, pero gobernar un país como Guatemala, no pide ni siquiera reconstruir sino volver a imaginar la democracia que se sueña. Este gobierno tiene en sus manos marcar la pauta de los próximas décadas, pero un país como este no cambia en cuatro años, ni desaparecen por arte de magia los corruptos, los mafiosos, los patrones de lo oscuro, ni los narcos. Gobernar a una sociedad polarizada, donde la institucionalidad estatal está capturada y desnutrida, donde hay un gran desorden administrativo en el Estado y los indicadores sociales son los más bajos de la región, donde hay estructuras criminales muy organizadas y enquistadas en la estructura misma de ese Estado, donde se ha instrumentalizado a la justicia y judicializado a la política en el marco del golpe blando dado por el pacto de corruptos, no será sencillo. Esto pide acciones claras y urgentes, de mediano y largo plazo, que empiecen mañana mismo y marquen una clara intención.
No será fácil cambiar
este estado de cosas. Ya se dijo que es más fácil destruir un átomo que un
prejuicio, más aún en estos tiempos de mercaderes de la fe que privilegian el
pensamiento mágico y su propia prosperidad, sobre el amor a Dios y a los
semejantes. Una generación atrás, aún escuchábamos con mucha frecuencia en
Guatemala cosas como: “no importa que roben, pero que al menos hagan obra”.
Incluso, funcionarios de organismos internacionales situados en el país, se
atrevían a decir públicamente que “no hay obra sin sobra”. En el fondo, lo que
está cambiando en Guatemala desde el 2015 y con esta elección, es esa manera de
pensar. Está cambiando la ciudadanía y eso obligará a la clase política a
cambiar. Es una rueda muy pesada y con demasiado óxido la que hay que aceitar.
Las juventudes, los
migrantes y los pueblos originarios son los grandes actores de este parteaguas
histórico que vivimos. Pero no es solo un cambio generacional, porque vi a
muchas personas mayores votando con alegría el pasado 20 de agosto e
involucrándose en distintos procesos de participación ciudadana. De lo que nos
estamos comenzando a librar, es de esa generación que nació y creció entre la
violencia, la corrupción, el dolor y la sangre. Esa que nunca ha podido vivir
de otra manera y que, quizás, no sabría cómo hacerlo en contextos de una
democracia real, representativa y participativa. A lo largo de esta última
década hemos venido pensando juntos sobre las primaveras robadas e imaginando
la democracia posible, en un estado republicano como el nuestro. Nos tocará
ahora hacerla, hombro con hombro, desde nuestros distintos espacios, si
queremos un país de verdad.