REUNIDOS EN EL NOMBRE DE JESÚS
Dijo Jesús a sus discípulos:
Si tu hermano peca,
repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no
les hace caso, díselo a la comunidad, considéralo como un pagano o un
publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el
cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os
aseguro además que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 18, 15 – 20 ).
REUNIRSE EN EL NOMBRE
DE JESÚS
Los seguidores de Jesús
provenientes del judaísmo reaccionaron de manera muy diferente. Mateo recuerda
a sus lectores unas palabras que atribuye a Jesús y que son de gran importancia
para mantener viva su presencia entre sus seguidores: <<Donde dos o tres
están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos >>.
Son seguidores de Jesús
que << se reúnen en su nombre >>, atraídos no siempre por él,
animados por su espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de
ese encuentro. Allí se hace presente Jesús, el Resucitado.
No es ningún secreto
que la reunión dominical de los cristianos está en crisis profunda. A no pocos
la misa se les hace insufrible. Ya no tienen paciencia para asistir a un acto en
el que se les escapa el sentido de los símbolos y donde no siempre escuchan
palabras que toquen la realidad de sus vidas.
¿Cómo es posible que la
reunión dominical se vaya perdiendo como si no pasara nada? ¿No es la
eucaristía el centro del cristianismo? ¿No es un problema grave que debería
abordar la jerarquía cuanto antes? ¿Cómo es que los cristianos permanecemos
callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta de reacción? ¿Dónde suscitará el
Espíritu encuentros de dos o tres que nos enseñen a reunirnos en el nombre de
Jesús?
HABITAR EN UN ESPACIO
CREADO POR JESÚS
Mateo, por su parte, pone en labios de Jesús estas palabras: << Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos >>. En la Iglesia de Jesús no se puede estar de cualquier manera: por costumbre, por inercia o por miedo. Sus seguidores han de estar << reunidos en su nombre >> convirtiéndose a él, alimentándose de su evangelio. Esta es también hoy nuestra primera tarea, aunque seamos pocos, aunque seamos dos o tres.
Reunirse en el nombre
de Jesús es crear un espacio para vivir la existencia entera en torno a él y
desde su horizonte. Un espacio espiritual bien definido no por doctrinas,
costumbres o prácticas, sino por el Espíritu de Jesús, que nos hace vivir con
su estilo. El centro de este << espacio Jesús >> lo ocupa la
narración del evangelio.
En este espacio creado
en su nombre vamos caminando, no sin debilidades y pecado, hacia la verdad del
evangelio, descubriendo juntos el núcleo esencial de nuestra fe. Este espacio
dominado por Jesús es lo primero que hemos de cuidar, consolidar y profundizar
en nuestras comunidades y parroquias. No nos engañemos. La renovación de la
Iglesia comienza siempre en el corazón de dos o tres creyentes que se reúnen en
el nombre de Jesús.
UNA IGLESIA REUNIDA EN
EL NOMBRE DE JESÚS
Para quien vive en la
Iglesia buscando en ella la comunidad de Jesús, la Iglesia es casi siempre
fuente de alegría y motivo de sufrimiento. Por una parte, la Iglesia es
estímulo y gozo; podemos experimentar dentro de ella el recuerdo de Jesús,
escuchar su mensaje, rastrear su espíritu, alimentar nuestra fe en el Dios
vivo. Por otra, la Iglesia hace sufrir, porque observamos en ella incoherencia
y rutina; con frecuencia es demasiado grande la distancia entre lo que se predica
y lo que se vive, falta vitalidad evangélica; en muchas cosas se ha ido
perdiendo el estilo de Jesús.
Esta es la mayor
tragedia de la Iglesia. Hemos hecho una Iglesia donde no pocos cristianos se
imaginan que, por el hecho de aceptar unas doctrinas y de cumplir unas
prácticas religiosas, están siguiendo a Cristo como los primeros discípulos.
El primer quehacer de
la Iglesia es aprender a <<reunirse en el nombre de Jesús>>.
Alimentar su recuerdo, vivir de su presencia, reactualizar su fe en Dios, abrir
hoy nuevos caminos a su Espíritu. Cuando esto falta, todo corre el riesgo de
quedar desvirtuado por nuestra mediocridad.
¿QUÉ HAGO YO POR UNA
IGLESIA MÁS FIEL A JESÚS?
¿Qué hago yo por crear
un clima de conversión colectiva en el seno de esta Iglesia, siempre necesitada
de renovación y transformación? ¿Cómo sería la Iglesia si todos vivieran la
adhesión a Cristo más o menos como la vivo yo? ¿Sería más o menos fiel a Jesús?
¿Qué aporto yo de
espíritu, verdad y autenticidad a esta Iglesia tan necesitada de radicalidad
evangélica para ofrecer un testimonio creíble de Jesús en medio de una sociedad
indiferente y descreída? ¿Cómo contribuyo con mi vida a edificar una Iglesia
más cercana a los hombres y mujeres de nuestro tiempo?
¿Qué aporto yo para
construir una Iglesia samaritana, de corazón grande y compasivo, capaz de
olvidarse de sus propios intereses, para vivir volcada sobre los grandes
problemas de la humanidad?
¿Qué hago yo para que
la Iglesia se libere de miedos y servidumbres que la paralizan y atan al
pasado, y se deje penetrar y vivificar por la frescura y la creatividad que
nace del evangelio de Jesús?
¿Qué hago yo por una
Iglesia más alegre y esperanzada, más libre y comprensiva, más transparente y
fraterna, más creyente y más creíble, más de Dios y menos del mundo, más de
Jesús y menos de nuestros intereses y ambiciones? La Iglesia cambia cuando
cambiamos nosotros, se convierte cuando nosotros nos convertimos.
AYUDARNOS A SER MEJORES
Cansados por la
experiencia diaria nacen a veces en nosotros preguntas inquietantes y sombrías.
¿Podemos ser mucho mejores?¿Podemos cambiar nuestra vida de manera
decisiva?¿Podemos transformar nuestras actitudes equivocadas y adoptar un
comportamiento nuevo?
¿Cómo despertar en
nosotros la llamada al cambio? ¿Cómo sacudirnos de encima la pereza? ¿Cómo
recuperar el deseo de bondad, generosidad o entrega? Los creyentes deberíamos
escuchar hoy más que nunca la llamada de Jesús a corregirnos y ayudarnos
mutuamente a ser mejores.
Jesús nos invita a
actuar con paciencia y sin precipitación, acercándonos de manera personal y
amistosa a quien está actuando de manera equivocada. << Si tu hermano
peca, repréndelo a solas, entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu
hermano >>.
Quizá lo que más cambia
a muchas personas no son las grandes ideas ni los pensamientos hermosos, sino
el haberse encontrado con alguien que ha sabido acercarse a ellas amistosamente
y les ha ayudado a renovarse.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.