"Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos"
"Esta es la mayor
tragedia de la Iglesia: Jesús ya no es amado ni venerado como en las primeras
comunidades"
"Para quien vive
en la Iglesia buscando en ella la comunidad de Jesús, la Iglesia es casi
siempre fuente de alegría y motivo de sufrimiento"
"Esta es la mayor
tragedia de la Iglesia. Hemos hecho una Iglesia donde no pocos cristianos se
imaginan que, por el hecho de aceptar unas doctrinas y de cumplir unas
prácticas religiosas, están siguiendo a Cristo como los primeros
discípulos"
"Sin embargo, en
esto consiste el núcleo esencial de la Iglesia. En vivir la adhesión a Cristo
en comunidad. El primer quehacer de la Iglesia es aprender a 'reunirse en el
nombre de Jesús'"
"Cuando esto
falta, todo corre el riesgo de quedar desvirtuado por nuestra mediocridad"
José Antonio Pagola
Cuando uno vive
distanciado de la religión o se ha visto decepcionado por la actuación de los
cristianos, es fácil que la Iglesia se le presente solo como una gran
organización. Una especie de «multinacional» ocupada en defender y sacar
adelante sus propios intereses. Estas personas, por lo general, solo conocen a
la Iglesia desde fuera. Hablan del Vaticano, critican las intervenciones de la
jerarquía, se irritan ante ciertas actuaciones del papa. La Iglesia es para
ellas una institución anacrónica de la que viven lejos.
No es esta la experiencia de quienes se sienten miembros de una comunidad creyente. Para estos, el rostro concreto de la Iglesia es casi siempre su propia parroquia. Ese grupo de personas amigas que se reúnen cada domingo a celebrar la eucaristía. Ese lugar de encuentro donde celebran la fe y rezan todos juntos a Dios. Esa comunidad donde se bautiza a los hijos o se despide a los seres queridos hasta el encuentro final en la otra vida.
Para quien vive en la
Iglesia buscando en ella la comunidad de Jesús, la Iglesia es casi siempre
fuente de alegría y motivo de sufrimiento. Por una parte, la Iglesia es
estímulo y gozo; podemos experimentar dentro de ella el recuerdo de Jesús,
escuchar su mensaje, rastrear su espíritu, alimentar nuestra fe en el Dios
vivo. Por otra, la Iglesia hace sufrir, porque observamos en ella incoherencias
y rutina; con frecuencia es demasiado grande la distancia entre lo que se
predica y lo que se vive; falta vitalidad evangélica; en muchas cosas se ha ido
perdiendo el estilo de Jesús.
Esta es la mayor
tragedia de la Iglesia. Jesús ya no es amado ni venerado como en las primeras
comunidades. No se conoce ni se comprende su originalidad. Bastantes no
llegarán siquiera a sospechar la experiencia salvadora que vivieron los
primeros que se encontraron con él. Hemos hecho una Iglesia donde no pocos
cristianos se imaginan que, por el hecho de aceptar unas doctrinas y de cumplir
unas prácticas religiosas, están siguiendo a Cristo como los primeros
discípulos.
Y, sin embargo, en esto
consiste el núcleo esencial de la Iglesia. En vivir la adhesión a Cristo en
comunidad, reactualizando la experiencia de quienes encontraron en él la
cercanía, el amor y el perdón de Dios. Por eso, tal vez, el texto eclesiológico
más fundamental son estas palabras de Jesús que leemos en el evangelio: «Donde
dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
El primer quehacer de la Iglesia es aprender a «reunirse en el nombre de Jesús». Alimentar su recuerdo, vivir de su presencia, reactualizar su fe en Dios, abrir hoy nuevos caminos a su Espíritu. Cuando esto falta, todo corre el riesgo de quedar desvirtuado por nuestra mediocridad.