Oración del soldado desconocido
¿Me oyes, Dios mío?
Yo nunca jamás he
hablado contigo,
pero yo quiero
saludarte.
Tú sabes que desde
mi más tierna infancia
me han dicho que tú no
existías,
y yo fui tan bruto que lo creí.
Yo nunca me había dado
cuenta
de la hermosura de tu
creación.
Hoy, de repente,
al ver las
profundidades
del firmamento,
al ver ese cielo
estrellado
encima de mí,
se me han abierto los
ojos.
Maravillado, comprendí
su luz.
¿Cómo he podido vivir
tan
cruelmente engañado?
Yo no sé, Señor,
si tú me vas a
entender:
en lo más hondo
de este terrible
infierno,
la luz ha brotado en mí
y te he visto.
No voy a decirte nada
más,
solo la alegría de conocerte.
A medianoche,
tenemos que pasar al
ataque,
pero no tengo miedo:
tú nos miras
¡Escucha! ¡Es la señal!
¿Qué puedo hacer?
¡Estaba tan bien
contigo!
Quiero decirte una cosa
más:
tú sabes que el combate
va a ser malo.
Quizás esta noche llamaré
a tu puerta.
Aunque yo nunca haya
sido amigo tuyo,
¿me dejarás entrar
cuando llegue?
Pero no estoy llorando,
ya ves lo que me
ocurre,
mis ojos se han
abierto.
Perdóname, Dios.
Voy a partir,
seguramente ya no
vuelva.
Pero, ¡qué gran
milagro!
¡Ya no tengo miedo a la
muerte!
Colaboración de Juan García de Paredes.