Convertir el pan y el vino consagrados en objeto de adoración indica hasta qué punto hemos distorsionado el sacramento. El pan y el vino se convierten en signos de una Realidad que está ahí antes y después de realizarlos. Nosotros manejamos los signos, no la realidad significada. La realidad significada es la presencia de Dios en nosotros como amor que nos unifica con Él y los demás. Repetimos el signo para descubrir y vivir la realidad significada. Lo que me hace cristiano no es el partir y comer el pan eucarístico, sino el partirme y repartirme para que los demás me coman. Dejarse comer para dar Vida a los demás es el verdadero mensaje de Jesús. Esta oferta está sin estrenar. Debemos hacer un esfuerzo por recuperar el sentido profundo de la eucaristía para que dejara de ser un rito sagrado más, que a nada nos obliga y al que podemos asistir pasivamente sin que nada cambie en nuestra vida.