Por Emilio Méndez
En términos políticos y
sociales, Guatemala va en picada y el reto del próximo presidente para el
período 2024-2028 es detener la caída.
Guatemala tiene que decidir en qué se va a convertir, en qué nos vamos a enfocar y especializar.
Este es el gran reto de
Bernardo Arévalo, y no podrá hacerlo, a menos que los guatemaltecos aprendamos
a trabajar juntos, todos los sectores caminando hacia un objetivo común, de
largo plazo. Ciudadanos, sector privado, sector público y cooperación
internacional, juntos, unidos por la misma goma, la visión del futuro que vamos
a elegir.
Guatemala tiene que
decidir en qué se va a convertir, en qué nos vamos a enfocar y especializar a
partir de nuestras grandes riquezas naturales y culturales, las que nos hacen
únicos y diferentes del resto del mundo. Tener claro cuál es nuestro verdadero
norte es lo que le va a dar sentido a nuestras oportunidades y necesidades.
La misión no va a ser
nada fácil ni inmediata. Arévalo va a recibir un país con los peores índices de
desarrollo humano, desnutrición crónica, salud y educación de Latinoamérica.
Los órganos del Estado están tomados por el cáncer de la corrupción, las
instituciones están desechas y las condiciones de gobernabilidad han sido
intencionalmente minadas para que no pueda gobernar.
Lo que está en juego no
es “a ver cómo le va a Arévalo”. Lo que está en juego es Guatemala, su futuro y
el de todos los que aquí vivimos y queremos seguir viviendo. Ponerle trampas al
nuevo presidente es ponernos trampas a nosotros mismos. Mala idea.
Antes de las elecciones, todos sabíamos que el Congreso era una cochinada y que el gobierno de Alejandro Giammattei había sido el peor y más corrupto de la historia. Algunos, no todos, ya nos habíamos dado cuenta de cómo el Poder Judicial estaba al servicio de las mafias. Sentíamos una fuerte sensación de hartazgo y desconfianza hacia las instituciones públicas y hacia la mayoría de candidatos que se suponía que podían ganar. Bajo esas condiciones, los guatemaltecos fuimos a las urnas el 25 de junio del 2023.
Nadie vio venir a
Bernardo Arévalo y su pequeño partido; ni siquiera ellos mismos se imaginaban
ganarle a un sistema que estaba diseñado para que pudieran quedar únicamente
los miembros del club. A pesar de que el sistema estaba blindado, un externo se
cuela gracias al hartazgo de los votantes y este es el inicio de la gran
disrupción.
Contra todas las
apuestas, Bernardo Arévalo no solo ganó la primera vuelta, soportó la guerra
comunicacional para desprestigiarlo, ganó la segunda vuelta, ha aguantado la
judicialización obscena del MP y sigue en pie en esta carrera de obstáculos
para recibir la presidencia el 14 de enero del 2024.
Detener la caída de una
locomotora que viene en bajada, sin luces, llena de rufianes y a toda velocidad
requiere de una enorme contra fuerza liderada por un presidente decidido y
abierto que trabaja junto a su pueblo. El juego cambió por lo que la forma de
gobernar inevitablemente debe también cambiar.
Los guatemaltecos,
todos, debemos tener claras las expectativas para no pretender que un solitario
superhéroe viene a salvarnos y a resolver todos nuestros problemas en un par de
años. Acabar con la corrupción, reconstruir las instituciones y echar a andar
el sector público de un país que ha estado estancado por años va a requerir de
una inteligencia colectiva nunca antes vista en Guatemala. Ahí es donde los
ciudadanos tenemos una misión personal y colectiva como facilitadores de este
proceso que nos conviene a todos, en todos los departamentos del país.
Detener la caída, definir el norte y empezar a enderezar el rumbo es lo que yo espero de Bernardo Arévalo. A pesar de que yo no formo parte del partido Semilla, estoy convencido de que la democracia y la construcción de nuestro país es mucho más grande que una persona y que un partido. Por lo tanto, que sepa el presidente que cuenta con mi apoyo en mi rol de ciudadano.