Mt 25,31-46
Es muy difícil dar
sentido “cristiano” a esta fiesta. Jesús nunca reivindicó ningún reino para sí.
Todo lo contrario, afirmó de palabra y con su vida, que él “no venía a ser
servido, sino a servir”. Después del ayuno en el desierto, el ser dueño y señor
del mundo se le presenta como una tentación. ¿No hemos ocupado el lugar del
tentador, cuando, sin pedirle consentimiento, le hemos dado todos los reinos
del mundo? Jesús criticó muy duramente todo poder. Después de la multiplicación
de los panes, Nos dice Juan: "Viendo que querían proclamarle rey, se
retiró a la montaña él solo."
¿No hemos superado la
burla macabra de los soldados, poniéndole una corona de oro, un manto real y un
cetro cargado de brillantes? Este cetro y esta corona son mucho más denigrantes
para Jesús que la caña y las espinas. Cuando Pilato escribe: "Éste es el
rey de los judíos", lo hace para burlarse de él y de los judíos. ¿No será
también una burla llamarle rey del universo? La intención de Pío XI al
instituirla hace un siglo no nos ayuda a darle sentido hoy. Lo que él pretendió
fue que todos los hombres y todas las naciones le reconocieran a él como representante
de ese Cristo Rey.
El ego narcisista nunca
podrá asumir su desaparición. Tiene una capacidad increíble para revolverse y
salir con la suya. Como la propuesta de Jesús era inasumible, la presenta como
una estrategia para conseguir plenitud de gloria. Así, cuando Jesús dice que la
meta de su vida es el don total a los demás, el ego la interpreta como el único
medio para ser glorificado por Dios. Una vez presentada así la trayectoria de
Jesús, será muy fácil hacernos ver que la nuestra debe seguir el mismo camino.
El ser humano, como la
vela, está hecho para dar luz, pero la vela nada más encenderla se empieza a
consumir. La vela, hasta que no es encendida es un trasto que rueda por los
cajones. El día que se va la luz, la buscamos y la encendemos. En ese momento
empieza a ser vela. Nuestro ego nos impide aceptar esta perspectiva. Nada ni
nadie le puede convencer de que su objetivo es desaparecer, menos aún, en
beneficio de los demás. Pero descubrió la manera de emplear toda la
parafernalia espiritual para conseguir su objetivo. No hay forma de que cambie
de perspectiva.
Fijaros qué contradicción. Para celebrar la gloria de Jesús recordamos el momento de su vida donde mejor dejó reflejada su actitud vital, la eucaristía. Yo, como el pan, me parto y me reparto para que me coman. Me dejo masticar, tragar, asimilar para alimentar a otros, a costa de desaparecer. Yo entrego mi vida (sangre) a los demás para que la hagan suya y puedan trasformar su propia vida. La sangre solo se puede entregar a costa de la propia vida. Si la doy a los demás, me quedaré sin ella.
La importancia del rey
para el pueblo de Israel se remonta a la época de la conquista de Palestina por
el pueblo judío. Para un nómada, la idea de un rey nada significaba; pero
cuando entran en contacto con las estructuras de las ciudades, los israelitas
piden a Dios un rey. Esto fue interpretado por los profetas, como una traición
a Yahvé. Poco a poco se va enriqueciendo esa idea y termina por ser la imagen
clave. El final será un Reino de Dios que termina por sobreponerse a todos los
demás.
Solo en este contexto
cultural entenderemos la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin
embargo, el contenido que le da es muy distinto. En tiempo de Jesús, el futuro
Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles
y de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios, del que van a
quedar excluidos los buenos y van a entrar las prostitutas, los pecadores, los
marginados. Los gentiles serán llamados y muchos judíos quedarán fuera.
El Reino de Dios está
dentro de vosotros. Esta idea desbarata todo nuestro montaje. No se trata de
preparar un reino para Dios, se trata de un Reino que es Dios, no de que Dios
tenga un reino. Haremos que se vea con nuestra manera de actuar, pero solo
después de haber descubierto su presencia en nosotros. Es un reinado del AMOR.
No es un reino de personas físicas, sino de actitudes vitales. Cuando me acerco
al que me necesita preocupándome por él, hago presente el Reino que es Dios.
Cuando Pilato le
pregunta si es rey, contesta Jesús: “mi reino no es de este mundo”. No quiere
decir que vendrá después o que estará en otro lugar, sino que no tiene nada que
ver con lo que él entendía por reino. Al insistir Pilato, Jesús le dice:
"sí, soy rey, yo para esto he venido al mundo, para ser testigo de la
verdad." Ser testigo de la verdad, ser auténtico, ser verdad, es la única
manera de ser dueño de sí mismo y ser dueña de la realidad entera. Jesús es rey
de sí mismo y así es Rey en absoluto.
El Reino de Dios, lo
divino que nos inunda, es un fermento, un alma, una luz que transforma mi ser.
Se manifiesta como una cualidad, pero en realidad, es mi esencia. Yo tengo que
esforzarme por hacerla surgir desde lo hondo de mí mismo, aceptando que viene a
absorberme. Es necesario que, tras haber cooperado con todas mis fuerzas a
hacerla brotar, consienta en la comunión en la que mi propia individualidad se
hundirá y acepte convertirme en su alimento (Teilhard de Chardin).
Después de lo dicho
podemos comprender que no se trata de entronizar a Jesús ni antes ni después de
morir. Lo que significa y encarna la figura de Jesús es lo que tiene que reinar
entre nosotros. Cuando decimos: reina la armonía, reina la paz, etc. estamos
hablando de un ambiente envolvente que permite su desarrollo. Hablar del
reinado de Cristo significa que su mismo espíritu mueve también nuestra
existencia. Jesús se dio totalmente, no para ser glorificado sino para llevar a
plenitud el amor.
En el relato que hemos
leído encontramos la clave. Dios no se hace un hombre, sino que se hace hombre.
El que juzga es el Hombre, el punto de contraste para valorar una vida humana
es la semejanza con Jesús “el Hombre”. No tenemos que esperar ningún juicio
desde fuera. Mis actitudes van manifestando en cada momento el grado de
identificación con el modelo de Hombre. En la medida que me identifique con el
modelo, me salvo; en la medida que me separe de él, me voy condenando.
Hemos conseguido un cristianismo cómodo, colocando a Dios en el cielo. Sería demasiado peligroso descubrir a Dios encarnado en cada uno de los seres humanos. Pero no hay escapatoria. Dios es encarnación y lo tenemos que descubrir en las criaturas. “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. La pregunta de los rechazados deja bien claro que, si hubieran descubierto la presencia de Dios en el necesitado, lo hubieran socorrido.
A la tarde, te examinarán en el amor, dice S. Juan de la Cruz.
Ama y haz lo que quieras, dice S. Agustín.
Naturalmente, se trata del amor manifestado en obras,
no con relación a Dios sino con relación al que te necesita.
…………………
El amor no es una exigencia que me viene de fuera.
No es una obligación que me impone un ser superior y extraño.
Es la exigencia primera y más profunda de mí ser.
La esencia de mi humanidad consiste en desplegar esa capacidad de amar.
………………..
El amor que nos pide Jesús en el evangelio
es fruto de una experiencia de unidad y pertenencia absoluta.
Sin esa vivencia interior, sería una programación inútil.
El amor es el agua que fluye de la fuente espontáneamente, mansamente.
Fray Marcos