BAUTISMO DE JESÚS
En
aquel tiempo proclamaba Juan:
Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: <<Tú eres mi Hijo amado, mi preferido>> (Marcos 1,6b-11).
JESÚS BAUTIZA CON
ESPÍRITU SANTO
El bautismo de Jesús
encierra un mensaje nuevo que supera radicalmente al Bautista.
El mensaje es claro:
con Cristo, el cielo ha quedado abierto; de Dios solo brota amor y paz; podemos
vivir con confianza. A pesar de nuestros errores y nuestra mediocridad
insoportable, también para nosotros <<el cielo ha quedado
abierto>>. También nosotros podemos escuchar con Jesús la voz de Dios:
<<Tú eres para mí un hijo amado, una hija amada>>. En adelante
podemos afrontar la vida no como una <<historia sucia>> que hemos
de purificar constantemente, sino como el regalo de la <<dignidad de
hijos de Dios>>, que hemos de cuidar con gozo y agradecimiento.
Para quien vive de esta fe, la vida está llena de momentos de gracia: el nacimiento de un hijo, el contacto con una persona buena, la experiencia de un amor limpio… que ponen en nuestra vida una luz y un calor nuevos. De pronto nos parece ver <<el cielo abierto>>. Algo nuevo comienza en nosotros; nos sentimos vivos; se despierta lo mejor que hay en nuestro corazón. Detrás de esas experiencias está Dios amándonos como Padre. Está su Amor y su Espíritu <<dador de vida>>.
ESCUCHAR LO QUE EL
ESPÍRITU DICE A LA IGLESIA
La mutación cultural
sin precedentes que estamos viviendo nos está pidiendo hoy a los cristianos una
fidelidad sin precedentes al Espíritu de Jesús. Antes de pensar en estrategias
y recetas ante la crisis hemos de revisar cómo estamos acogiendo su Espíritu.
En vez de lamentarnos
una y otra vez de la secularización creciente hemos de preguntarnos qué caminos
nuevos anda buscando hoy Dios para encontrarse con los hombres y mujeres de
nuestro tiempo; cómo hemos de renovar nuestra manera de pensar, de decir y de
vivir la fe para que su Palabra pueda llegar mejor hasta los interrogantes, las
dudas y los miedos que brotan en su corazón.
Necesitamos parecernos
más a Jesús. Dejarnos trabajar por su Espíritu. Solo Jesús puede darle a la
Iglesia un rostro nuevo.
El Espíritu de Jesús
sigue vivo y operante también hoy en el corazón de las personas, aunque
nosotros ni nos preguntemos como se relaciona con quienes se han alejado
definitivamente de su Iglesia.
Lo que nos parece <<crisis>> puede ser tiempo de gracia. Una Iglesia más frágil, débil y humilde puede hacer que el Espíritu de Jesús sea entendido y acogido con más verdad.
MEDIOCRIDAD ESPIRITUAL
Hace unos años, Karl
Rahner se atrevía a afirmar que el problema principal y más urgente en la
Iglesia de hoy es su <<mediocridad espiritual>>.
De poco sirve reforzar
las instituciones, salvaguardar los ritos, custodiar la ortodoxia o imaginar
nuevos proyectos evangelizadores si falta en la vida de los creyentes una experiencia
viva de Dios.
Si la Iglesia quiere
ser fiel a su misión y no asfixiarse en sus propios problemas, tiene que redescubrir
una y otra vez que solo en Dios encarnado en Jesús está su verdadera fuerza.
La Iglesia habla mucho.
Pero, ¿dónde y cuándo escucha a Dios? ¿Dónde y cuándo se coloca humilde y
sinceramente ante Jesús, su único Señor? En nuestras comunidades hablamos de
Dios.
Pero, ¿buscamos al que
está detrás de esa palabra? ¿Hablamos alguna vez desde la propia experiencia?
¿Gozamos y padecemos la presencia de Dios en nuestras vidas?.
Reconocer nuestra mediocridad
espiritual no transforma nuestras vidas, pero puede ayudarnos a vislumbrar
hasta qué punto necesitamos <<ser bautizados con Espíritu Santo>>,
según la terminología del Bautista. Tal vez esa es la primera tarea de la Iglesia
hoy.
RENOVACIÓN INTERIOR
Para ser humana, a
nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad. Se nos está olvidando
escuchar la vida con un poco de hondura y profundidad.
El silencio nos podría
curar, pero ya no somos capaces de encontrarlo en medio de nuestras mil
ocupaciones.
Pero lo triste es
observar que, con demasiada frecuencia, tampoco la religión es capaz de dar
calor y vida interior a las personas. En un mundo que ha apostado por
<<lo exterior>>, Dios resulta un <<objeto>> demasiado
lejano y, a decir verdad, de poco interés para la vida diaria.
Y quizá la primera
tarea de la Iglesia actual sea precisamente la de ofrecer ese <<bautismo
de Espíritu Santo>> a los hombres y mujeres de nuestros días.
Necesitamos ese Espíritu
que nos enseñe a pasar de lo puramente exterior a lo que hay de más íntimo en
el ser humano, en el mundo y en la vida. Un Espíritu que nos enseñe a acoger a
ese Dios que habita en el interior de nuestras vidas y en el centro de nuestra
existencia.
¿Podrán ser nuestras
comunidades cristianas un espacio donde vivamos acogiendo el Espíritu de Dios
encarnado en Jesús?
NUESTRA EXPERIENCIA DE
DIOS
Son bastantes los
cristianos que no saben muy bien en qué Dios creen. Su idea de Dios no es unitaria.
Intentan conciliar de muchas maneras amor e ira de Dios, bondad insondable y
justicia rigurosa, miedo y confianza. No es fácil. En el corazón de no pocos
subsiste una imagen confusa de Dios, que les impide vivir con gozo y confianza
su relación con el Creador.
Por lo general las
religiones tienden a introducir entre Dios y los pobres humanos muchos cultos,
ritos y prácticas. Pero su cercanía amorosa corre el riesgo de diluirse.
La actitud religiosa
hacia un Dios patriarcal se funda en la convicción de que el ser humano ha de
existir para Dios; la actitud de Jesús hacia su Padre arranca de la seguridad
de que Dios existe para el ser humano.
Según el relato, el
<<cielo se abre>>, pero no para descubrirnos la ira de Dios, que
llega con su hacha amenazadora, como pensaba el Bautista, sino para que descienda
su Espíritu, es decir, su amor vivificador. Del cielo abierto solo llega una
voz: <<Tú eres mi Hijo amado>>.
Es una pena que, a
pesar de decirnos seguidores de Jesús, volvamos tan fácilmente a imágenes
regresivas del Antiguo Testamento, abandonando su experiencia más genuina de
Dios Padre.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.