Los días de Navidad ya han pasado, y parece que todo vuelve a la normalidad de lo cotidiano. Se apagaron las luces que bañaban nuestros pueblos y ciudades, dando un toque de alegría y color a estas dos semanas en las que todos nos felicitamos y nos llenamos de buenos deseos, además de visitar la báscula para horrorizarnos con los kilos que se han agregado a nuestros cuerpos.
Pero hay cosas que no
han dejado de ocurrir mientras villancicos, zambombas y belenes salpicaban
calles y plazas aquí y allá.
Sin ir más lejos, tan
sólo hace dos días, la guardia civil pudo rescatar de las oscuras aguas del
Estrecho a varias personas que lo habían cruzado desde África, montados en unos
simples juguetes de plástico hinchable durante toda una noche. ¿Podemos imaginarnos
lo que es dejar atrás una playa en la orilla de enfrente, con el frío y el
oleaje de la noche por acompañantes? ¿Podemos llegar a pensar qué necesidades
mueven a estas personas para lanzarse a un peligro más que evidente?
¿Estaríamos dispuestos a hacer la mitad de la mitad de lo que han hecho ellos,
y jugarnos así nuestra vida?
Y todavía podemos
pensar que este grupo de hombres y de mujeres tuvieron suerte, pues, aunque
malheridos y con shock hipotérmico, se recuperan en el Hospital Punta Europa.
Pero hubo otros muchos
que no lo consiguieron. Apenas un par de días antes de Nochebuena, el caño de
Sancti-Petri fue testigo de varias muertes que no culminaron su intento de
alcanzar una vida mejor, una vida digna. Y sucedió allí, delante de la puerta
de nuestras casas y nuestros chalés, mientras los niños del Colegio de San
Ildefonso cantaban las bolitas de quienes se harían un poco ricos aquel día.
Apenas supuso una reseña en las noticias, algún comentario periodístico en la
columna de la prensa, pues eran un grupo más de datos que añadir a la
estadística macabra a la que la sociedad se ha ido acostumbrando. Pero ellos ya
no existen. Ya no podrán luchar por conseguir unos papeles, una regularización,
una formación, un empleo...
Y en aquella tragedia de la Punta del Boquerón en el caño Sancti-Petri, no hubo más víctimas porque un padre y un hijo, dueños de un pequeño negocio de náutica, se lanzaron sin dudarlo al rescate y consiguieron sacar del agua a la mayoría.
Pero si esto parece una
crueldad, el horror y la sinrazón se pusieron de manifiesto cuando nos
explicaron que fue el propio conductor de la patera el que lanzó al mar a estos
seres humanos, sin importarle lo más mínimo que perdieran la vida. La escena de
esta salvaje actitud quedó grabada para la vergüenza y la ignominia de la
especie humana. Cuerpos de hombres y mujeres flotando e hinchados, arrojando espuma
por la boca a merced del oleaje helado, constituyeron la imagen dantesca del
preámbulo de nuestras Navidades.
Según informe del
Ministerio del Interior, en 2023 llegaron a España 55.618 personas migrantes de
manera irregular. Esto supone 26.688 personas más que en el año 2022.
39.910 personas, de
estas 55.618, llegaron por Canarias.
La presión migratoria
<<seguirá existiendo>> en todas las fronteras exteriores de la
Unión Europea, como se observa también en Italia, en Grecia o en Chipre. La
inestabilidad política y social en muchas zonas de África, el incremento exponencial
de la población y la falta de recursos son elementos estructurales que no se
solucionan de un día para otro.
La ruta Atlántica hacia
las islas Canarias vuelve a ser la región migratoria más letal del mundo
durante este período, engrosando estos datos. En esta zona de tránsito hay que destacar
durante este año el aumento de salidas desde los lugares más lejanos de la
ruta, como son Mauritania, Senegal y Gambia. En concreto, a partir del mes de
junio el aumento de los cayucos provenientes de Senegal muestra el éxodo de su
población provocado por una gran inestabilidad social y política en el país.
También hay que
recordar la cara más negra y amarga de todo este fenómeno: El año 2023 se ha
convertido en el más mortífero desde que se tienen registros, con 6.618 personas
fallecidas intentando llegar a territorio español, son 18 muertes diarias. En 2022
fueron 4.639 las víctimas y 12 personas murieron al día en los cruces
migratorios.
El número de fallecidos
en el Estrecho, en nuestras costas fue de 147.
¿Y todavía hay que
explicarle a los gobiernos de muchos países europeos, de muchos partidos
políticos, que no se puede hacer demagogia criminal con estos sucesos y culpabilizar
al inmigrante de lo que les pase?
En lugar de que cunda
la sensibilidad por ayudar al que lo necesita, en Francia, por ejemplo,
implementan leyes para dar cerrojazo al futuro, bajo la falacia de que aquellos
que llegan a Europa, son portadores del mal, y sólo incrementan la delincuencia
y el gasto público en su mantenimiento.
Por todo esto se hace
hoy más y más importante y decisivo que alcemos nuestras voces en un círculo de
silencio que impregne cada vez a más personas de bien. El año 2023 habrá
quedado atrás, y al doblar la página del calendario nos encontramos con un 2024
lleno de felices deseos, pero para mucha gente, no habrá cambiado nada si no se
toma de una vez cartas en el asunto y se desarrollan verdaderas políticas de cooperación,
con los brazos abiertos de la vieja Europa que, no hace muchas décadas, también
empujaba a sus hijos a la emigración en busca de un futuro digno y
esperanzador.
Recojámonos ahora en
nuestro círculo de silencio para pedir con fuerza por la solución a esta
terrible injusticia.
Amigos, comienza
nuestro TIEMPO DE SILENCIO.
MESA DIOCESANA DE ATENCION Y ACOGIDA DE MIGRANTES Y
REFUGIADOS DE CÁDIZ Y CEUTA.
Colaboración de Juan García de Paredes.