ESCUCHAR A JESÚS
En aquel tiempo, Jesús
se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña
alta, y se transfiguró delante de ellos.
Sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del
mundo. Se le aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la
palabra y le dijo a Jesús: Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres
chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados, y no
sabían lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la
nube: ¡Este es mi Hijo amado; escuchadle!
De pronto, al mirar
alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Cuando bajaban de la
montaña, Jesús les mandó:
No contéis a nadie lo
que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó
grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos
(Marcos 9,1-9).
Encerrados en nuestros
propios problemas, pasamos junto a las personas, sin apenas detenernos a escuchar
realmente a nadie. Se nos está olvidando el arte de escuchar.
Por eso tampoco resulta
tan extraño que a los cristianos se nos haya olvidado, en buena parte, que ser
creyente es vivir escuchando a Jesús. Sin embargo, solo desde esta escucha nace
la verdadera fe cristiana.
La experiencia de escuchar a Jesús hasta el fondo puede ser dolorosa, pero es apasionante. Casi sin darnos cuenta nos va arrancando de seguridades que nos son muy queridas, para atraernos hacia una vida más auténtica.
Vamos descubriendo cuál
es la manera más humana de enfrentarnos a los problemas de la vida y al misterio
de la muerte.
Hemos de cuidar más en
nuestras comunidades cristianas la escucha fiel a Jesús. Escucharle a él nos
puede curar de cegueras seculares, nos puede liberar de desalientos y cobardías
casi inevitables, puede infundir nuevo vigor a nuestra fe.
NO CONFUNDIR CON NADIE
A JESÚS
Pedro reacciona con
espontaneidad: <<Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías>>. No ha entendido
nada.
Dios mismo le va a
corregir de manera solemne: <<Este es mi Hijo amado>>. No hay que
confundirlo con nadie. <<Escuchadle a él>>, incluso cuando os habla
de un camino de cruz, que termina en resurrección.
Solo Jesús irradia luz.
Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores,
tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es
el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han
de llevar a él.
Y hemos de escucharla
también hoy, cuando nos habla de <<cargar la cruz>> de estos
tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a
pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino sin
conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de
vivir como cristianos <<crucificados>>. Nos hará bien. Nos ayudará
a recuperar nuestra identidad cristiana.
NUEVA IDENTIDAD
CRISTIANA
Para ser cristiano, lo
más decisivo no es qué cosas cree una persona, sino que relación vive con
Jesús.
Las creencias por lo
general no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe Dios, que Jesús ha resucitado
y muchas cosas más, pero no ser un buen cristiano. Es la adhesión a Jesús y el
contacto con él lo que nos puede transformar.
Lo más decisivo no es creer
en la tradición ni en las instituciones, sino centrar nuestra vida en Jesús.
Vivir una relación
consciente y cada vez más comprometida con Jesucristo. Solo entonces se puede
escuchar su voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.
Desde Jesús podemos
vivir de manera diferente. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se
defiende como puede. Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos.
Nos atrevemos a trabajar por un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer
más a Jesús.
EL GUSTO DE CREER
Durante muchos siglos,
el miedo ha sido uno de los factores que con más fuerza ha motivado y sostenido
la religiosidad de bastantes personas. Más de uno aceptaba la doctrina de la
Iglesia solo por temor a condenarse eternamente.
Esta experiencia
personal no puede ser comunicada a otros con razonamientos y demostraciones, ni
será fácilmente admitida por quienes no la han vivido.
Pero es la que sostiene
secretamente la fe del creyente incluso cuando, en los momentos de oscuridad ha
de caminar <<sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía>>
(San Juan de la Cruz).
Tal vez una de las tareas
más urgentes de la Iglesia sea hoy despertar <<el gusto de creer>>.
Deberíamos cuidar de
manera más cálida las celebraciones litúrgicas, saborear mejor la Palabra de
Dios, gustar con más hondura la eucaristía, comulgar gozosamente con Cristo,
alimentar nuestra paz interior en el silencio y la comunicación amorosa con
Dios. Aprenderíamos a sentirnos a gusto con Dios.
FIDELIDAD A DIOS Y A LA
TIERRA
Lo cierto es que hay
quienes buscan a Dios sin preocuparse de buscar un mundo mejor y más humano. Y
hay quienes se esfuerzan por construir una tierra nueva sin Dios.
Unos buscan a Dios sin
mundo. Otros buscan el mundo sin Dios. Unos. Unos creen poder ser fieles a Dios
sin preocuparse de la tierra. Otros creen poder ser fieles a la tierra sin
abrirse a Dios.
En Jesús, esta disociación
no es posible. Nunca habla de Dios sin preocuparse del mundo, y nunca habla del
mundo sin el horizonte de Dios.
La <<escena de la
transfiguración>> es particularmente significativa.
Jesús conduce a sus
discípulos a una <<montaña alta>>, lugar por excelencia de
encuentro con Dios según la mentalidad semita.
La reacción de Pedro es
explicable: <<¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas…>>.
Pedro quiere detener el tiempo, instalarse cómodamente en la experiencia de lo
religioso, huir de la tierra.
Jesús, sin embargo, los
bajará de la montaña al quehacer diario de la vida.
Quién se encuentra con
el Dios encarnado en Jesús siente con más fuerza la injusticia, el desamparo y
la autodestrucción de los hombres.
La fidelidad a Dios no
nos ha de alejar de la lucha por una tierra más justa, solidaria y fraterna.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.