-Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el
otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro
discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y
asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,
sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entro también el otro discípulo, el
que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no
habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos (
Juan 20, 1-9)
¿DONDE BUSCAR AL QUE
VIVE?
La fe en Jesús,
resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón
de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas
hablan de su desconcierto, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes
e incertidumbres.
La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, solo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observación externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar no
entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a
Jesús y de pasión por el Evangelio, sino allí donde vamos construyendo
comunidades que ponen a Cristo en su centro, porque saben que << donde
están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él >>.
Un Jesús apagado e
inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su
libertad, es un << Jesús muerto>>. No es el Cristo vivo, resucitado
por el Padre. No es el que vive y hace vivir.
JESÚS TENÍA RAZÓN
Jesús resucitado,
tenías razón. Es verdad cuanto nos has dicho de Dios. Ahora sabemos que es un
padre fiel, digno de toda confianza. Un Dios que nos ama más allá de la muerte.
Sabemos que no nos defraudará.
Jesús resucitado,
tenías razón. Ahora sabemos que Dios es amigo de la vida y de una vida más
sana, justa y dichosa para todos. Ahora sabemos que Dios hace justicia a las
víctimas inocentes: hace triunfar la vida sobre la muerte.
Jesús resucitado,
tenías razón. Ahora sabemos que Dios se identifica con los crucificados, nunca
con los verdugos. Empezamos a entender por qué estabas siempre con los
dolientes y por qué defendías tanto a los pobres, los hambrientos y
despreciados. Defenderemos a los más débiles y vulnerables, a los maltratados
por la sociedad y olvidados por la religión.
Ahora comprendemos por
qué nos invitas a seguirte hasta el final cargando cada día con la cruz.
Seguiremos sufriendo un poco por ti y por tu evangelio, pero muy pronto
compartiremos contigo el abrazo del Padre.
EL NUEVO ROSTRO DE DIOS
Ya no volvieron a ser los mismos. El encuentro con Jesús, lleno de vida después de su ejecución, transformó totalmente a sus discípulos.
Dios es amigo de la
vida. No había ninguna duda. Los hombres podrán destruir la vida de mil maneras,
pero si Dios ha resucitado a Jesús, esto significa que solo quiere la vida para
sus hijos.
En adelante solo hay
una manera cristiana de vivir. Se resume así: poner vida donde otros ponen
muerte.
Dios es de los pobres.
Lo había dicho Jesús de muchas maneras, pero no era fácil de creerle. Ahora es
distinto. Si Dios ha resucitado a Jesús, quiere decir que es verdad:
<<Felices los pobres porque tienen a Dios >>.
Dios resucita a los
crucificados. Dios ha reaccionado frente a la injusticia criminal de quienes
han crucificado a Jesús.
Dios no está del lado
de los que crucifican, está con los crucificados. Solo hay una manera de
imitarlo: estar siempre junto a los que sufren, luchar siempre contra los que
hacen sufrir.
Dio secará nuestras
lágrimas. Un día él << enjugará todas nuestras lágrimas, y no habrá ya
muerte, no habrá gritos ni fatigas. Todo eso habrá pasado>>
LAS CICATRICES DEL
RESUCITADO
En el corazón de
nuestra fe hay un Crucificado al que Dios le ha dado la razón. Una vida
<< crucificada>>, pero vivida con el espíritu de Jesús, no
terminará en fracaso, sino en resurrección.
Vivir pensando en los
que sufren, estar cerca de los más desvalidos, echar una mano a los
indefensos…seguir los pasos de Jesús, no es algo absurdo. Es caminar hacia el
Misterio de un Dios, que resucitará para siempre nuestras vidas.
Esta fe nos sostiene
por dentro y nos hace más fuertes para seguir corriendo riesgos.
Una esperanza nos
sostiene: un día, << Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no
habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque todo este mundo
viejo habrá pasado>>
MISTERIO DE ESPERANZA
Creer en el Resucitado
es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre
dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús, resucitado por Dios, intuimos,
deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el
anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la humanidad
y en la creación entera.
Creer en el Resucitado
es rebelarnos con todas nuestras fuerzas contra el hecho de que esa inmensa
mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo ha conocido en esta vida miseria,
humillación y sufrimientos, quede olvidada para siempre.
Creer en el Resucitado
es confiar en una vida en la que ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste,
nadie tendrá que llorar.
Por fin podremos ver a
los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria. Un día escucharán las
palabras del Padre: << Entra para siempre en el gozo de tu Señor >>
Creer en el Resucitado
es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se
perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las
prostitutas nos precederán en el reino.
Creer en el Resucitado
es que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del
Apocalipsis pone en labios de Dios: << Yo soy el origen y el final de
todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida
>>. Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas,
porque todo eso habrá pasado.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.