EL ATRACTIVO DE JESÚS
En aquel tiempo, entre
los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; estos,
acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-Señor, queremos ver a
Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
Ha llegado la hora de que
sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto. El que se ama
a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará
para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo allí
también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi
alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto
he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz
del cielo:
Lo he glorificado y
volveré a glorificarlo.
La gente que estaba
allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado
un ángel.
Jesús tomó la palabra y
dijo:
Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí (Juan 12, 20-33)
EL ATRACTIVO DE JESÚS
El amor es invisible.
Solo lo podemos captar en los gestos, los signos y la entrega de quien nos
quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte,
podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, solo empezamos a ser
cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Solo empezamos a entender algo
de la fe cuando nos sentimos amados por Dios.
Para explicar la fuerza
que se encierra en su muerte en la cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que
todos podemos entender: <<Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo; pero si muere da mucho fruto>>. Si el grano muere,
germina y hace brotar la vida, pero si se encierra en su pequeña envoltura y
guarda para sí su energía vital, permanece estéril.
Esta bella imagen nos
descubre una ley que atraviesa misteriosamente la vida entera. No es una norma
moral.
No es una ley impuesta
por la religión. exclusivamente Es la dinámica que hace fecunda la vida de
quien sufre movido por el amor. Es una idea repetida por Jesús en diversas
ocasiones: quien se agarra egoístamente a su vida la echa a perder; quien sabe
entregarla con generosidad genera más vida.
No es difícil
comprobarlo. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o
su seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo
no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa,
difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante
de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. ¿Cómo podremos
seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vivir y de morir?
ATRAÍDOS POR EL
CRUCIFICADO
Ha llegado la hora.
Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra
en su vida y en su muerte: <<Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré
a todos hacia mí>>.
Cuando Jesús sea alzado
en una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor
insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y solo amor hacia todo
ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación
suprema del Misterio de Dios.
Hemos de centrar nuestra
mirada interior en Jesús y dejarnos conmover al descubrir en esa crucifixión el
gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos.
Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
Todo arranca de un
deseo de <<servir>> a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir
solo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples
maneras y con gestos casi siempre pobres, como nos ama Dios a todos. Entonces empezamos
a convertirnos en sus seguidores.
Esto significa compartir
su vida y su destino: <<Donde esté yo, allí estará mi servidor>>.
¿Cómo sería una Iglesia
<<atraída>> por el Crucificado, impulsada por el deseo de
<<servirle>> solo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él?
¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?
UNA LEY PARADÓJICA
Pocas frases
encontramos en el evangelio tan desafiantes como estas palabras que recogen una
convicción muy de Jesús: <<Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra
y muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto>>.
La idea de Jesús es
clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que
morir para liberar toda su energía y producir un día fruto. Si <<no
muere>> se queda encima del terreno. Por el contrario, si <<muere>>
vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida.
Pero, al mismo tiempo, invita
a sus seguidores a vivir según esta misma ley paradójica: para dar vida es
necesario <<morir>>.
No se puede engendrar
vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir si uno no está a
<<desvivirse>> por los demás. Nadie contribuye a un mundo más justo
y humano viviendo apegado a su propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por
el reino de Dios y su justicia sí no está dispuesto a asumir los riesgos y
rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús.
Nos estamos acostumbrando
a vivir cerrando los ojos al sufrimiento de los demás. Parece lo más
inteligente y sensato para ser felices. Es un error. Seguramente lograremos
evitarnos algunos problemas y sinsabores, pero nuestro bienestar será cada vez
más vacío y estéril, nuestra religión cada vez más triste y egoísta. Mientras tanto,
los oprimidos y afligidos quieren saber si le importa algo su dolor.
NO SE AMA IMPUNEMENTE
Pocas frases tan provocativas
como las que escuchamos hoy en el evangelio: <<Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto>>.
El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia.
No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a
<<des-vivírse>> por los otros. La vida es fruto del amor y brota en
la medida en que sabemos entregarnos.
Es claro que en la vida
podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con
serrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda
egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado:
dejando sencillamente de amar.
Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, <<compasión>>, solidaridad en el dolor. Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.
ANTE LA ENFERMEDAD
En cualquier caso, la
enfermedad puede ser una experiencia de crecimiento y renovación si el enfermo acierta
a vivirla de manera positiva. He aquí algunas sugerencias.
Al mismo tiempo, en
esas largas horas de silencio y dolor, el enfermo comienza a revivir recuerdos
gozosos y experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y pecados. Y
surgen de nuevo las preguntas: ¿esto ha sido todo? ¿Para qué he vivido hasta
ahora? ¿Qué sentido tiene vivir así? Es el momento de reconciliarse consigo mismo
y con Dios, confesar los errores del pasado y acoger en nosotros la paz y el
perdón.
Pasarán los días y las noches. El organismo se curará o, tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero, siguiendo a Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que muere da fruto, el sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducir a una vida más sana.
José Antonio Pagola
Colaboración de Juan García de Paredes.