De Dios se habla caminando:
Domingo de Ramos,
homilía después de la procesión
Con un Dios rey,
todavía somos paganos; con un Dios crucificado, ya somos cristianos
Dios se muestra en las
víctimas
Este día es
escandaloso, comenzamos llenos de alegría agitando los ramos, gritamos que viva
el rey, y terminamos aquí en la catedral, viendo que ese rey muere en la cruz,
ajusticiado como un criminal; el rey resultó ser una víctima.
Preferiríamos mil veces
quedarnos en la procesión de ramos y terminar allí, en la apoteosis del Dios
rey, y no aquí en la pasión y muerte del Dios crucificado. En la procesión con los ramos, todavía éramos
paganos, aquí en la misa, haciendo memoria de la cruz, somos cristianos.
El crucificado no es un
Dios como lo queremos, no puede, no domina, no se las sabe todas, no tiene la
cara bonita.
En esta semana santa, en esta pascua, no nos podemos quedar en la procesión de ramos aclamando al rey; esto es mero triunfalismo y no da culto a Dios; tenemos que entrar en la pascua del Señor y reconocerlo en el crucificado, reconocerlo en las víctimas; esto es fe y es la religión que agrada a Dios.
Muy queridos hermanos y
hermanas, es domingo de pasión, inician los días santos de la pascua. Este día es escandaloso, comenzamos llenos de
alegría agitando los ramos, gritamos que viva el rey, y terminamos aquí en la
catedral, viendo que ese rey muere en la cruz, ajusticiado como un criminal; el
rey resultó ser una víctima.
Nos alegrábamos con ese rey que entra a Jerusalén y lo confesamos como Dios, pero nos desilusiona el crucificado de esta misa y nos da lidia creer que sea Dios. Nos infla el pecho pensar en un Dios rey, nos deprime pensar en un Dios crucificado. Preferiríamos mil veces quedarnos en la procesión de ramos y terminar allí, en la apoteosis del Dios rey, y no aquí en la pasión y muerte del Dios crucificado. En la procesión con los ramos, todavía éramos paganos, aquí en la misa, haciendo memoria de la cruz, somos cristianos.|
El Cristo del Padre Tiberio Fernández, víctima de Trujillo- Valle
Si, hermanos y
hermanas, nuestro Dios es un crucificado; es un condenado a muerte, es una
víctima; la gente se burla de él y le grita: “sálvate a ti mismo, a otros ha
salvado y no puedes salvarte”. Sí, es el
misterio más tremendo, es el todopoderoso y no puede hacer nada, está clavado
al madero; es inmortal, vive desde siempre y para siempre, y muere de muerte
fea y violenta. El vistió este mundo de
color y belleza y ahí está, desnudo, la piel llagada, su túnica se la juegan a
los dados. El es la sabiduría y allí,
apretado en angustia, pregunta por qué y el cielo se le queda mudo; nuestro
Dios parece sin Dios, se siente abandonado del Padre, olvidado, desechado, ninguniado. Nuestro Dios está derrotado, parece un
gusano, no parece ni siquiera hombre; está desfigurado; es mejor no verlo,
voltear la mirada. Ese es nuestro Dios.
No nos gusta este Dios,
nos repugna, no hay en el parecer, no hay en él hermosura, así lo habían
anunciado los profetas y nadie les creyó; quién iba a creer si nos satisface
tanto la idea de un Dios que todo lo puede y que arregla nuestros asuntos con
milagros; un Dios que domina y se pone por encima de todo y nos da puestos en
su gloria y justifica que abusemos del poder; un Dios que se las sabe todas y
nos garantiza que estamos en la verdad y nos da permiso de imponer doctrinas a
los otros; un Dios de cara bonita que ayuda nuestra vanidad y nos hace aparecer
como gente fina y de buen gusto. No,
nadie le creía a Isaías cuando anunciaba un Dios así y todavía hoy nos cuesta
creer. El crucificado no es un Dios como lo queremos, no puede, no domina, no
se las sabe todas, no tiene la cara bonita.
La Biblia que cuenta la
historia de la salvación, nos dice que muchos creyentes le habían estado
pidiendo a Dios, “muéstranos tu rostro”, “muéstranos tu rostro”; y Dios no era
fácil para dejarse ver, un día se le apareció a Moisés, pero no le mostró su
rostro; se le presentó caminando y Moisés sólo pudo ver su espalda; Moisés se
puso a seguirlo, queriendo pasársele para verle la cara, pero no pudo.
Finalmente, después de
mucho implorar, “tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro”, después
de muchos ires y venires, cuando menos
lo esperaban, Dios mostró su rostro: llevaban a crucificar a tres hombres condenados
a muerte; una mujer, dicen que se
llamaba Verónica, se apiadó de uno de ellos que iba coronado de espinas, un rey
de burlas, y le limpió con su lienzo la sangre y el sudor que corría por su
frente y sus mejillas; y el rostro del condenado quedó grabado en la tela. Dios escuchó la súplica, mostró su rostro; ya
conocemos a Dios, tiene el rostro de las víctimas, es un ajusticiado, es un
condenado, es un sufrido. Tenían razón
los anuncios de Isaías. Dios se nos
mostró en el crucificado, es en la cruz donde conocemos a Dios; Dios es el crucificado;
es rey, pero es un rey crucificado.
Jesús, Dios con
nosotros, nos dijo dónde lo podíamos seguir encontrando cuando no estuviera más
con nosotros, “lo que hicieron a uno de estos pequeños a mí me lo hicieron” “lo
que hicieron a uno de esos crucificados a mí me lo hicieron”; el rostro de los
que tienen hambre y sed, de los que están enfermos o en la cárcel, de los
perseguidos y desplazados que buscan techo, de los que están desnudos y desarrapados, es el rostro de Dios; en
ellos adoramos a Dios; no pueden salvarse a sí mismos, mueren antes de tiempo,
los asesinan, parece que no saben nada, están vestidos de andrajos, no son
agradables a la vista; y así y todo, sus rostros nos dejan ver a Dios.
Hermanos y hermanos, en
esta semana santa, en esta pascua, no nos podemos quedar en la procesión de
ramos aclamando al rey; esto es mero triunfalismo y no da culto a Dios; tenemos
que entrar en la pascua del Señor y reconocerlo en el crucificado, reconocerlo
en las víctimas; esto es fe y es la religión que agrada a Dios. Cada vez que queramos ver a Dios, conocerlo
en persona, acerquémonos a un crucificado, a una víctima, ahí Dios se deja
conocer. Dios está en todas partes pero
se hace denso en los pobres.
La pasión de Cristo que
acabamos de traer a la memoria no es algo que sucedió hace más de dos mil años;
es algo que sucede hoy, así como Dios sufrió en Jesús y dejó ver su rostro en
él, así Dios sigue sufriendo en las víctimas; tener un Dios para que nos ayude
es de todos, hasta de los idólatras, tener un Dios al que hay que ayudarle
porque es una sola cosa con las víctimas, es solo de creyentes.
Colombia es un país de
víctimas; después del acuerdo de paz, sobrevivieron más de nueve millones de
víctimas; y el conflicto se ha reciclado y sigue produciendo más y más
víctimas; no podemos hacer memoria de la pasión y muerte de Jesús, sin hacernos
cargo de la pasión y muerte de nuestras los que sufren violencia y muerte; Dios
se nos muestra en los desplazados y sacados a la fuerza de sus territorios, en
los secuestrados y privados de sus derechos, en
los desaparecidos y las personas que los buscan, en los que han perdido
a sus seres queridos asesinados o no los encuentran porque los desaparecieron,
en las mujeres violentadas, en los niños
y las niñas reclutados para la guerra, en los líderes sociales y firmantes de
la paz asesinados, en los pueblos enteros masacrados. No nos es lícito buscar a Dios sólo en los
templos, hay que buscarlo sobre todo donde hay dolor. Lo único que Dios quiere
es que lo bajemos de la cruz; ayer estaba crucificado en Jesús de Nazaret, hoy
está crucificado en todos los que sufren.
Que en esta pascua recibamos la gracia de ver el rostro de Dios y no escandalizarnos; de adorar no sólo al rey, también al crucificado. No, nuestro Dios no puede salvarse a sí mismo, somos nosotros los que lo tenemos que salvar, bajando de la cruz a las víctimas.
Jairo Alberto Franco Uribe