Jesús en el templo
La actuación de Jesús
nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos qué
religión estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por
Jesús, se puede convertir en una manera «santa» de cerrarnos al proyecto de
Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino
el reino de Dios
¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.
Todos los evangelios se
hacen eco de un gesto audaz y provocativo de Jesús dentro del recinto del
Templo de Jerusalén. Probablemente no fue muy espectacular. Atropelló a un
grupo de vendedores de palomas, volcó las mesas de algunos cambistas y trató de
interrumpir la actividad durante algunos momentos. No pudo hacer mucho más.
Sin embargo, aquel
gesto cargado de fuerza profética fue lo que desencadenó su detención y rápida
ejecución. Atacar el Templo era atacar el corazón del pueblo judío: el centro
de su vida religiosa, social y política. El Templo era intocable. Allí habitaba
el Dios de Israel. ¿Qué sería del pueblo sin su presencia entre ellos?, ¿cómo
podrían sobrevivir sin el Templo?
Para Jesús, sin embargo, era el gran obstáculo para acoger el reino de Dios tal como él lo entendía y proclamaba. Su gesto ponía en cuestión el sistema económico, político y religioso sustentado desde aquel «lugar santo». ¿Qué era aquel Templo?, ¿signo del reino de Dios y su justicia o símbolo de colaboración con Roma?, ¿casa de oración o almacén de los diezmos y primicias de los campesinos?, ¿santuario del perdón de Dios o justificación de toda clase de injusticias?
Templo de Jerusalén
Aquello era un «mercado».
Mientras en el entorno de la «casa de Dios» se acumulaba la riqueza, en las
aldeas crecía la miseria de sus hijos. No. Dios no legitimaría jamás una
religión como aquella. El Dios de los pobres no podía reinar desde aquel
Templo. Con la llegada de su reinado perdía su razón de ser.
La actuación de Jesús
nos pone en guardia a todos sus seguidores y nos obliga a preguntarnos qué
religión estamos cultivando en nuestros templos. Si no está inspirada por
Jesús, se puede convertir en una manera «santa» de cerrarnos al proyecto de
Dios que Jesús quería impulsar en el mundo. Lo primero no es la religión, sino
el reino de Dios.
¿Qué religión es la nuestra?, ¿hace crecer nuestra compasión por los que sufren o nos permite vivir tranquilos en nuestro bienestar?, ¿alimenta nuestros propios intereses o nos pone a trabajar por un mundo más humano? Si se parece a la del Templo judío, Jesús no la bendeciría.
3 Cuaresma – B (Juan
2,13-25)
José Antonio Pagola