La cruz y los
crucificados de hoy Pixabay
El objetivo de este
artículo es presentar la doble realidad nuclear y fundamental del cristianismo,
en donde ambos aspectos se iluminan mutuamente: Cristo crucificado y pueblo
crucificado, como signo histórico de salvación, vistos a la luz de su círculo hermenéutico
Con ello se pretende
refundar y re-volver a la experiencia originaria y constitutiva de la vida
cristiana e historizarla aquí y ahora. En mi opinión, los “cristianos” de hoy
simplificamos, banalizamos y edulcoramos estas dos realidades, a tal grado que
quedado vaciado el cristianismo de su contenido real y lo hemos convertido en
un somnífero.
Dr. Hugo C. Gudiel
García [1]
El objetivo de este
artículo es presentar la doble realidad nuclear y fundamental del cristianismo,
en donde ambos aspectos se iluminan mutuamente: Cristo crucificado y pueblo
crucificado, como signo histórico de salvación, vistos a la luz de su círculo
hermenéutico. Con ello se pretende refundar y re-volver a la experiencia
originaria y constitutiva de la vida cristiana e historizarla aquí y ahora. En
mi opinión, los “cristianos” de hoy simplificamos, banalizamos y edulcoramos
estas dos realidades, a tal grado que quedado vaciado el cristianismo de su
contenido real y lo hemos convertido en un somnífero.
El tema se trata aquí
desde el enfoque exegético-bíblico de G. Barbaglio y el teológico
latinoamericano de I. Ellacuría. Ambos enfoques, a nuestro juicio, se
enriquecen y complementan mutuamente. Con la comprensión historizada de ambas
realidades se busca evitar aquellas presentaciones ingenuas, ideologizadas,
mistificadas e idolatrizadas del cristianismo y, al mismo tiempo se pretende
desideologizar las ya existentes. Por ejemplo las posturas anticristianas de la
fachosfera eclesial y política de todos los países de la aldea global, sobre
todo en estos tiempos del papa Francisco y contra él.
Y es que la lucha por
el reinado de Dios es siempre “duélica”, según lo expresó con claridad Jon
Sobrino. Efectivamente, hoy nos enfrentamos “duélicamente” a una fachosfera
religiosa y política como sucede con la española, que va detrás de Francisco
unos 500 años, porque quieren seguir viviendo como señores feudales en una
época donde ya no caben como tales. Son patadas de ahogado. Pero de esas
fachosferas religiosas y políticas hay en todos los países. Los mismos EE.UU.
están llenos de ellas, y son beligerantes, y tienen dinero o dólares para
tirar. No olvidemos que la lucha por el reinado de Dios es “duélica”.
Desde América Latina y
el Caribe planteamos aquí la siguiente doble cuestión: ¿en qué sentido el
pueblo crucificado empobrecido, y ahora excluido y descartado latinoamericano y
caribeño es la historización del Cristo crucificado, y en qué sentido desde la
luz del Cristo crucificado cobra sentido real y teológico ese pueblo
crucificado y descartado y, por tanto, ese pueblo descartado se convierte en un
auténtico signo histórico de salvación? Ciertamente se trata una pregunta
compleja y demasiado amplia, a la que, en este trabajo, solo responderemos de
manera inicial o general, pues desarrollo da para trabajarla en un libro
completo.
Un hombre con el cuerpo de un niño tras un ataque israelí en la guerra de Gaza EFE
En esta perspectiva también cabe la siguiente pregunta que hacemos aquí, de la mano del libro Moltmann, El Dios crucificado: “¿qué significa el recuerdo del Dios crucificado en una sociedad oficialmente optimista que camina por encima de muchos cadáveres?” (DC 13). Este problema se agudiza en la actualidad porque hoy caminamos por encima de esos cadáveres, pero lo hacemos con la actitud de la indiferencia: y esto es por la “globalización de la indiferencia” (EG 54). Basta ver los miles de muertos de la franja de Gaza. “Esta globalización de la indiferencia se fundamenta en la banalización de la injusticia”[2]
Este trabajo está
dividido en dos secciones: en la primera presentamos la cuestión cristológica
de Cristo crucificado. Aquí seguimos, aunque no en modo exclusivo pero sí
preponderantemente, algunas notas exegéticas del conocedor de san Pablo, el
teólogo y biblista italiano G. Barbaglio en su estudio sobre La primera carta a
los Corintios[3]. En la segunda sección exponemos algunas afirmaciones
centrales del artículo de I. Ellacuría sobre el “Pueblo Crucificado”, texto en
el cual aparece más el enfoque y perspectiva latinoamericana de la teología[4].
Ambos autores, a mi juicio, se complementan y se enriquecen mutuamente al
tratar este tema fundamental para la vida y experiencia histórica cristiana.
Cabe insistir en que
este trabajo es tan solo solo un primer ensayo o primera aproximación al tema,
por tanto ha de considerarse como un borrador todavía sujeto a precisiones,
correcciones e incluso ampliaciones.
1. Cristo crucificado
El punto de partida
neotestamentario sobre Cristo crucificado es el que aparece en el texto de 1
Corintios 1,18-25; ahí se lee lo siguiente:
"Pues la
predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; mas para los que
se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura:
destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los
inteligentes.¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el intelectual de
este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el
mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría,
quiso Dios salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación.
Así, mientras los
judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un
Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; más
para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y
sabiduría de Dios" (NBJ).
Estas últimas palabras
de Pablo expresan lo que indudablemente constituyen el punto constitutivo,
nuclear, estructurante y configurador de la fe y de la experiencia personal,
social e histórica cristiana y, por tanto, también de toda teología que presuma
de cristiana: la referencia a Cristo crucificado[5].
Por el momento solo me
detengo en algunos rasgos de la exégesis que propone Barbaglio de 1 Corintios
1,22-25.
1.1. Los judíos piden
signos
En primer lugar, el
teólogo y biblista italiano G. Barbaglio dice que, particularmente en el
versículo 22, Pablo considera a judíos y griegos como dos componentes
fundamentales del “universo humano”. Como puede verse, no se trata de griegos y
bárbaros. Desde el punto de vista del apóstol, la humanidad se divide en judíos
y griegos (PC 141-142). Pero el criterio de división no es religioso sino “la
respectiva especificidad psicológico-actitudinal. ‘Los judíos piden signos’”.
En efecto, los judíos piden “poder verificar la presencia operante de Dios en
la historia sobre la base de signos inequívocos de potencia divina” (PC 142).
En esta perspectiva,
Barbaglio añade que “la tradición sinóptica ha conservado el neto rechazo de
Jesús de condescender a la petición de cumplir prodigios legitimadores de su
misión divina (cf. Mc 8,12)” (PC 142). Transcribamos el texto al que remite
Barbaglio pero hagámoslo a partir del versículo 11 (Mc 8,11-12). Ahí los fariseos
piden un signo al cielo:
"11 Y salieron los
fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole un signo del cielo, con el
fin de ponerle a prueba. 12 Dando un profundo gemido desde lo más íntimo de su
ser, dice: “por qué esta generación pide un signo? Yo les aseguro: no se dará a
esta generación ningún signo” (NBJ).
Una cosa similar es la
que aquí expresa Pablo: “los judíos dictan a Dios su condición con el fin de
reconocerlo, precisamente que se manifieste en su fuerza” (PLC 142).
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