La resurrección de Jesús apunta al destino final del ser humano, pero es paradigma que inspira las luchas históricas de los pueblos.
Los
discípulos están a puertas cerradas, expresión de su desamparo en medio de
aquel ambiente tan hostil que llevó a la ejecución de su Maestro y Señor;
además, tienen miedo, se sienten inseguros, no tienen paz. Aún están golpeados
por los hechos del viernes santo. En ese contexto de incertidumbre y dudas,
Jesús irrumpe en medio de ellos, provocando sorpresa, admiración y alegría.
A
partir de aquel encuentro con el Resucitado se da un cambio radical en sus
vidas, que les permite descubrir a Jesús como fuente de vida nueva y libertad
plena; como referencia fundamental inspiradora de confianza y esperanza en
medio del caos; y como factor de unidad y cohesión, para enfrentar los miedos
que les empujan a vivir a puertas atrancadas.
Se
abren ahora a una nueva realidad existencial marcada por una paz auténtica y
duradera, como don pascual y tarea a realizar en la historia. La paz es el
mejor legado del Resucitado, en medio de aquella realidad conflictiva, violenta
y deshumanizante.
La paz que ofrece Jesús no es ajena a la realidad que él afrontó, por eso les muestra las huellas de su crucifixión; tampoco la paz es intimismo alienante y conformista, sino impulso transformador y liberador de ellos y de su entorno histórico. La paz es fuerza que los lanza a salir, ponerse en camino y superar los miedos que los paralizan.
Trabajando
por un mundo más justo y en paz la resurrección de Jesús seguirá dando frutos.
La Guatemala que anhelamos requiere de hombres y mujeres que le apuestan a la paz, como fruto de la verdad y la justicia; y de cristianos capaces de abrirse a la experiencia de encuentro con el Resucitado. De esta experiencia de fe surgirá la inspiración y la fortaleza, para que la resurrección de Jesús se traduzca en “insurrección” o levantamiento para salir de los sepulcros en que estamos sumergidos por la extrema pobreza, la injusticia, la inseguridad, como consecuencia de un sistema de justicia cooptado, de un Estado que no logra aún promover el bien común y de élites depredadoras de los trabajadores y de los recursos naturales.
La
resurrección de Jesús de Nazaret, además de apuntar al destino final del ser
humano, es paradigma que inspira las luchas históricas de los pueblos para
salir de situaciones de muerte que deshumanizan, pasar de condiciones
infrahumanas a condiciones más dignas de toda persona. Por eso entendemos la
pascua del señor como “el paso” de la muerte a la vida, del fracaso al triunfo,
de la tristeza a la alegría, de la guerra a la paz. En otras palabras, es un
canto de esperanza activa porque, una vez más, los cristianos no nos resignamos
con que las cosas sigan mal, sino que redoblamos el esfuerzo para seguir
trabajando por transformarlas. (Consuelo Vélez).
Jesús
nos dio ejemplo de ello “al pasar por este mundo haciendo el bien”. Recordemos
que su principal preocupación no fue enseñar doctrinas o fundar una religión,
sino introducir prácticas o estilos de vida, ligados siempre a la vida de los
más débiles y empobrecidos. Por eso se dedicó a dar la vista a los ciegos,
curar a los leprosos, hacer andar a los cojos, darles salud a los enfermos, dar
de comer a multitudes y a resucitar muertos.
Nos corresponde ahora llevar la experiencia del resucitado a la vida diaria, haciendo el bien, con gestos de paz donde hay conflicto, confrontación y polarización; con hechos de reconciliación en las relaciones rotas del ambiente familiar, laboral y de vecindad; con actitudes de compasión hacia los empobrecidos, descartados y excluidos; con acciones de justicia en medio de las desigualdades sociales y de mafias en el sistema de justicia y el sector económico. Solo trabajando por un mundo más justo y en paz la resurrección de Jesús seguirá dando frutos.
ESCRITO POR:
Víctor
Manuel Ruano
Presbítero
de la Diócesis de Jutiapa. Licenciado en Sociología por la Pontificia
Universidad Gregoriana, Roma. Fue rector y profesor del Seminario Nacional de
la Asunción, Guatemala, y vicerrector académico Cebitepal, Colombia.